Otra máscara de esperanza
de
Adriana González Mateos
Maru Galindo
Que las enormes dificultades que
enfrentamos en el presente
y la cruel represión e impunidad, no nos harán bajar
los brazos,
ni abandonar la lucha, y así, mañana cuando hablemos con nuestros
hijos,
será posible decirles que quizá no alcanzamos nuestros objetivos,
incluso podremos decirles que nos derrotaron,
pero no podremos decirles,
mirándolos a los ojos,
que viven como viven porque no luchamos.
El
20 de enero del 2015 la Caravana del Hambre cumplió 65 años de haber salido
desde Nueva Rosita hasta la ciudad de México. Un grupo de aproximadamente cinco
mil personas, comandadas por los compas Francisco Solís y Ciro Falconi, caminaron
1,400 kilómetros en 50 días para exponer sus demandas al presidente, el licenciado
Miguel Alemán.
La
huelga de Nueva Rosita fue un movimiento laboral, que tuvo lugar en 1950 en el
mineral de Nueva Rosita, Coahuila, en contra de la empresa Mexican Zinc Co.,
filial de la American Smelting and Refining Co. El
objetivo del programa del gobierno alemanista fue alcanzar un considerable
nivel de desarrollo económico para México, y para lograrlo se necesitaban
cuantiosos recursos económicos, los cuales debían de provenir de la iniciativa
privada nacional y extranjera; la cuestión de fondo se centró en el ámbito
laboral, los sindicatos no habrían de convertirse en una amenaza para las
cuantiosas utilidades que los inversionistas pretendían obtener.
La
creación de Nueva Rosita obedeció a intereses extranjeros, ya que era rica en
carbón y coque, un negocio muy rentable para las familias Rockefeller y
Guggenheim. La región poseía una mina subterránea de carbón, con una capacidad anual
de aproximadamente 300 mil toneladas métricas de carbón, y una coquizadora con
21 hornos capaces de producir 120 mil toneladas métricas de coque metalúrgico
al año.
Durante
1923 y 1924 llegan los primeros norteamericanos a Nueva Rosita, contratados
desde Nueva York, y comenzaron con la construcción de la colonia Americana, que
debía contar con un hotel, un hospital, canchas de tenis, boliche y viviendas para
acomodar a los norteamericanos que serían contratados en Nueva York; también se
inició la construcción de la colonia del Seis para que habitaran los primeros
mexicanos contratados por ASARCO.
Asarco
recortó las prestaciones de los trabajadores, además de que las condiciones
laborales en la mina eran deplorables. El conflicto se prolongó seis meses. A
pesar de la solidaridad nacional e internacional los recursos económicos
resultaron insuficientes para sostener el considerable número de familias; en
la capital del país se formó el Comité de Defensa y Solidaridad con las huelgas
mineras, campesinos de la Laguna también apoyaron la huelga, la Federación
Sindical Mundial envió su contribución. La Alianza Femenil Socialista
Coahuilense se dedicó, entre otras cosas, a la labor de convencimiento de los
vacilantes. Después de tres meses el desgaste era considerable. El Fondo de
Resistencia era cada vez más escaso, y el gobierno sostenía su postura, de no
negociar hasta que se reconociera al comité que había impuesto el Charro
Carrasco. Los obreros de Rosita y Cloete consideraron la situación
insostenible, y en asamblea decidieron realizar una marcha a la ciudad de
México para entrevistarse con el presidente Miguel Alemán.
El
jefe de la policía prohibió a todos los integrantes de la caravana salir del
Campo 18 de Marzo, dónde los colocaron cuando llegaron a México, hasta que no
llegase el tren que debía transportarlos de regreso. Éste resultó ser un convoy
de carros-jaula para ganado. El 12 de abril el presidente Miguel Alemán
anunció, desde el norte del país, que el conflicto estaba liquidado pues la
comisión gubernamental había confirmado el dictamen del 2 de octubre de 1950,
negando personalidad jurídica a los huelguistas, y cuatro días después el juez
primero de distrito les negó el amparo.
La
huelga se perdió. La comisión gubernamental dispuso que las empresas de Nueva
Rosita y Cloete repusieran a mil trabajadores en sus derechos de antigüedad y
que las vacantes fueran cubiertas de preferencia con quienes habían participado
en la caravana. Se ofrecieron tierras y crédito a quienes desearan dedicarse a
la agricultura, y empleo en obras públicas a los obreros especializados. De
aquellos casi cinco mil mineros de Nueva Rosita, muchos volvieron al trabajo,
otros se convirtieron en peones agrícolas o cruzaron la frontera como braceros
con una digna historia que contar.
Es
en este contexto donde la vida de Esperanza se desarrolla hasta llegar al
desenlace fatal. Basada en un hecho real que la detona, la novela inicia con la
noticia de que Esperanza López Mateos estaba muerta. La lectura de esta
historia la podemos realizar en varios niveles, iniciamos con el primero: ¿qué
le sucedió a Esperanza? Contaremos con la ayuda de un personaje que cuestiona,
indaga e instiga a hablar a los sospechosos porque tiene prisa por cerrar el
expediente pero se enamora del caso.
Ya
para las doce del día de ese 19 de septiembre Roberto Figueroa, esposo de
Esperanza, había confeccionado un relato verosímil, capaz de satisfacer a sus
inquisidores, sobre todo a Marco Tulio Aldama, el agente del Ministerio Público
encargado de investigar la muerte de Esperanza. (P. 13.)
Otro
personaje que nos ayuda a la reconstrucción de la historia es Salvador Novo, quien
con su agudeza mental trae en jaque a todas las personalidades de la sociedad de México. Todo lo sabe, especialmente
el tejemaneje de los políticos.
Tenemos
a un narrador omnisciente en tercera persona, cercano a la historia, gracias a
él sabemos lo que los personajes sienten y piensan. El recurso que utiliza el
narrador es la memoria de todos los personajes involucrados para reconstruir a
esa luchadora social segregada de la historia oficial, y paralelamente a las
historia existe una denuncia social.
Roberto
Figueroa encontró muerta a su esposa, con un tiro en la cabeza. En el funeral
estuvieron presentes todas las personas que tuvieron relación con ella, lo cual
no pasó desapercibido para Marco Tulio: ahí encontró mineros, políticos, intelectuales,
pintores, periodistas, compañeros de la bohemia y a Adolfo Ruiz Cortines, por
lo que deducimos que la vida de Esperanza abarcaba muchos escenarios.
La
novela posee una narración fluida, con ejes narrativos formulados a través de hipótesis,
y es la curiosidad la que atrapa al lector desde el inicio de la historia.
Iniciamos con la reconstrucción de los hechos y la primera hipótesis: Esperanza
se suicidó porque estaba deprimida. ¿Realmente se suicidó o fue asesinada? La
segunda hipótesis: desde la esfera de la cosa pública se ordenó su desaparición
porque no convenía a los planes gubernamentales: Cuando muere, su hermano
Adolfo era senador y un año después sería nombrado secretario del Trabajo en el
gabinete de Ruiz Cortines. Era un político en ascenso, identificado con el
régimen y con don Isidro Fabela, el fundador del grupo Atlacomulco.
Esas
hipótesis nos llevan a otra, el cuestionamiento de la existencia del escritor
de origen alemán B. Traven, ¿fue el verdadero padre de los López Mateos o era
el seudónimo que utilizaba Esperanza para poder escribir sobre subversión?
Todas estas cuestiones se entrelazan con la historia de la huelga minera de
Nueva Rosita (historia no consignada en los anales de la historia oficial, donde
los mineros decían: el régimen de derecho es de derecha), con el sindicalismo
en la historia política de México durante los años cincuenta y con el paso de
México a una era moderna.
Marco
Tulio Aldama realiza una serie de entrevistas a la gente cercana a Esperanza
para hacer su reporte y es a través de esos interrogatorios que empezamos a
conocer a Esperanza López Mateos, hermana del senador Adolfo López Mateos.
Gabriel
Figueroa comenta sobre Esperanza: “era muy independiente, le gustaba defenderse
sola, salir de cacería” (p. 24); “Mi cuñada trabajó en la SEP durante el
sexenio de Cárdenas. Ahí entró en contacto con muchas personas, se vinculó con
gente clave de la izquierda… Esperanza se dedicó a la política casi desde que
era niña. (P. 30.)
Ellos,
los Figueroa, crecieron juntos, y Roberto, que con el tiempo se convertiría en
esposo de Esperanza, dice de ella: “era una preciosidad. Desde que era una niña
de trenzas. Su cabello dorado, esa ráfaga que flotaba tras ella cuando andaba a
las carreras. Apenas hace seis meses estaba apoyando la huelga de Nueva Rosita
en dónde se enfrentó con el general que perseguía a los mineros, estuvo muy
ligada al sindicalismo y a la huelga”. (P. 25.)
Siempre
fue una mujer muy querida y admirada, rodeada de afecto. Y además muy valiente…
muy inteligente: ella tenía una visión muy aguda de los acontecimientos pues no
sólo estuvo en contacto con los huelguistas; también podía levantar el teléfono
y pedir citas con gente muy poderosa… (p. 29).
Delfina,
la cocinera, expresó de su patrona: “andaba en mil cosas, era una persona muy
ocupada y muchas veces lidiaba con asuntos difíciles, pero estaba acostumbrada.
Ella hacía su real gana pero se llevaba bien con su esposo”. (P. 34.)
Hortencia,
mujer integrante del grupo de los mineros dijo: “yo quise mucho a Esperanza. Yo
la vi llena de vida y de planes. Y si empezamos a decir que se mató ella sola,
que le ganó la tristeza porque no veía salida, ya estamos hincándonos frente a
los que quieren acabar con el movimiento”. (P. 41.)
La
amenazaron muy feo. Habíamos estado en una reunión, decidiendo lo que íbamos a
hacer, y yo la acompañé de regreso a su hotel. Al rato me habló y me dijo que
había encontrado su cuarto revuelto, sus cosas rotas y regadas por todas
partes, faltaban algunos papeles. Fui corriendo por ella, me la llevé a que se
tomara un caldo y se calmara un poco…. Luego ya nos alcanzó en la caravana,
pero en ese momento ya no se podía quedar en Nueva Rosita. (P.p. 40-41.)
Maira,
opositora del nazismo, huye de Europa, y en México se convierte en traductora
de Esperanza, de la correspondencia extranjera entre el sindicato de Nueva
Rosita y la Federación Sindical Mundial de Mineros, que está en Bruselas.
Además del contacto con organizaciones sindicales con varios países sindicales
en Alemania, Polonia, Checoeslovaquia, en Rumania y con los rojos de Estado
Unidos. (P. 71.)
Salvador
Novo… “ella era atea, como toda su familia. Su abuelo y su tío pelearon en las
guerras de Reforma del lado liberal. A uno lo fusilaron entre los mártires de
Tacubaya. Cuando ella tenía como trece años entró a trabajar de enfermera al
Hospital de Jesús y empezó a corromper a las monjitas porque le dieron lástima”.
(P. 90.)
Henry
Schnautz, guardia de Trotsky en México, amante de Esperanza a quien le dice: “llevo
días extrañándote, aguardando tu regreso, planeando este encuentro. Tú sabes cuánto
quisiera que dejaras todo para vivir conmigo. Podríamos tener hijos…” (P. 83.)
Aunado
a las voces encontramos en la historia otro elemento para continuar
construyendo a Esperanza: nueve cartas. Unas dirigidas a su amante, otras a su
padre. La primera: “Corazón de melón, mi mero mole, Mi corazón, Cariño, Te
escribo desde el avión, Herr T querido, Corazón de corazones, Herr T, T querido,
mi B.” Ella escribe sobre sus sentimientos e ideas políticas, sobre su origen,
sobre su historia familiar. Encontramos a una Esperanza íntima, a la mujer
adelantada a su época. Esencialmente revolucionaria en todos los sentidos,
Esperanza López Mateos, una mujer en busca de la justicia social. La voz de los
explotados, de los expatriados, de los subversivos y de la mujer que ama sin
atavismos, libre de espíritu.
“Dan
toda su fuerza, se desviven trabajando, pero no se dan ninguna importancia.
Cargan la huelga en el lomo. Les parece normal. Son las más valientes, las que
dan ideas. No dejan que nadie se eche para atrás”. (P. 45.) Esto decía
Esperanza López Mateos de las mujeres de los mineros, que con voluntad férrea
caminaron los más de mil kilómetros entre nueva Rosita, Coahuila, y la ciudad
de México en busca de justicia.
Todo
este tiempo, no solo desde la huelga de los mineros, desde antes, cuando empecé
a trabajar con ellos, a supervisar la creación del hospital, de la secundaria
donde educarían a sus niños sabía de ciertos vínculos del sindicato con los
países del bloque soviético, con organizaciones y gentes de las cuales
desconfío aunque Lombardo se mantiene en buenos términos con ellas. (P. 64.)
La
novela tiene varios momentos narrativos intensos, como el diálogo duro y
directo entre Esperanza y Fito quienes nos hacen partícipes de lo que piensan
sobre una tragedia histórica en la vida de los mineros de Nueva Rosita:
Este gobierno no va a permitir que los trabajadores le ganen a la ASARCO. Tampoco va a dejar que el sector obrero tenga, ni mucho menos aparezca públicamente como si tuviera tanto peso dentro del régimen. (P. 150.)
—Adolfo
esa lucha no se va a ganar con amenazas. Los mineros están decididos a pelear…
Son todos los trabajadores, todos los sindicatos. Hay que escucharlos. Están
pidiendo lo justo.
—A
ver: para eso se hizo la revolución. Es un sindicato construido desde la
solidaridad, desde el trabajo. Desde la valentía de sus integrantes. Ahí hay
unión y ningún líder corrupto va a torcer las cosas. (P. 150.)
—Eso
crees tú. Ya hay negociaciones, gente entrando en razón. Entre los mineros hay
muchos dispuestos a abandonar la huelga porque ya la ven perdida. (P. 151.)
—Sí,
hay algunos panzas blancas… Son gente de Ramírez Vázquez contratados para
romper la huelga. Pero la mayoría está decidida a pelear. No se van a agachar
tan fácil. Tienen fuerza. Hay esquiroles… (P. 150.)
—Tú
lo sabes: este gobierno tiene muy clara su política, y no es una política a
favor de huelgas y rebeliones, sino de trabajo, desarrollo económico y
estabilidad.
—Esperanza,
el movimiento obrero es sólo un aspecto del problema. El otro aún más serio: la
eterna lucha por los recursos naturales en este país, que es y ha sido víctima
de los saqueos. (P. 152.)
Estás
tratando con gente corrupta, sin escrúpulos. ¿Crees que no lo sé? Están
sobornando a algunos mineros; no me extrañaría si lo intentaran en niveles más
altos. (P. 153.)
Y él
le contestó: qué pena me das. Yo sólo puedo defenderte si eres razonable.
Ese
diálogo fue el último que sostuvieron los hermanos. Él había sido hostil con
ella, no precisamente el recuerdo que quería guardar. No era un recuerdo justo
y lo sabía muy bien… (P. 147.)
Ya
presidente de la república, Fito inauguró una escuela de enfermería en Nueva
Rosita que actualmente lleva el nombre de Alfonso R. Riddle, una unidad
quirúrgica de tórax, que luego se convirtió en Hospital de Neumología, y
autorizó la creación de la Escuela de Minería y Metalurgia. Tal vez, con esta
actitud, Fito pudo expiar alguna culpabilidad; y regresó Esperanza a los descendientes
de la Caravana del Hambre.
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Otra Máscara de
Esperanza. Adriana González Mateos. Editorial Océano. Colección Hotel
de las Letras. 2015. 200 págs.