París era una
fiesta
de Ernest
Hemingway
Jesús Guerra
Hay muchas
maneras de construir una secuencia de lecturas. Se puede leer a partir de las
listas de los libros más vendidos, o seguir las lecturas de un crítico
literario; se puede leer lo que nos recomiendan los amigos, o leer una sección
determinada de la biblioteca del abuelo, o, como uno de los personajes de la
novela La náusea, de Sartre, se puede leer una biblioteca en orden
alfabético. Se puede leer por autores o por géneros; se puede leer «lo que nos
caiga en las manos» o se puede hacer un análisis muy serio de los libros
disponibles.
Otra de las
maneras, quizá una de las más divertidas, es dejarse guiar por los propios
libros. Por ejemplo, en la entrada anterior de este blog comenté el libro Adiós,
Hemingway, de Leonardo Padura, y una de sus dos tramas transcurre durante
los últimos meses que pasó el escritor norteamericano en su casa de las afueras
de La Habana, la Finca Vigía, cuando escribía, quizá, A moveable feast,
cuyo título en castellano es París era una fiesta. ¿Qué lectura es la
más recomendable, siguiendo el método de dejarse llevar por los libros, después
de leer la novela de Padura? Pues ese libro que Hemingway escribía en esos
momentos, el cual, aunque fue publicado de manera póstuma, en 1964, es ahora
uno de los más conocidos y gustados del Premio Nobel.
París era una
fiesta es un libro un tanto extraño, es un
libro de memorias que según el propio autor puede leerse como una obra de
ficción, cosa que, por otra parte, podemos hacer con cualquier libro de
memorias, no sólo por la voluntad consciente del autor de embellecer ciertos
pasajes de su vida, sino, sobre todo, por los mecanismos inconscientes que ya
se encargan de hacerlo de manera natural. Pero no es por eso que digo que este
libro es algo extraño, sino por su fragmentariedad. Más que unas memorias
propiamente dichas es un libro de recuerdos —por decirlo de alguna manera y
aunque parezca que son lo mismo—, como si se tratara de relatos que, a pesar de
que forman una unidad a final de cuentas (o de cuentos), conservan su
autonomía. A Hemingway esto le gustaba, no por nada fue uno de los maestros del
cuento durante la primera mitad del siglo pasado. En algunos casos la anécdota
es la importante, en otros el ambiente. Hay momentos, incluso, en que nos
parece que nos está contando chismes… chismes de escritores, claro. Y a este
respecto, contiene pasajes que hoy son célebres y que muchos lectores, pero
sobre todo muchos escritores, conocen de memoria.
Y precisamente
quienes desfilan por estas páginas son muchos escritores (es decir, los
recuerdos quizá ficticios de Hemingway sobre esos escritores), algunos de los
cuales fueron muy buenos amigos del que sería, años después, Premio Nobel de
Literatura, con los que, por lo menos algunos de ellos, terminó peleado. En el
desfile encontramos a Gertrude Stein, James Joyce, Aldous Huxley, Sherwood
Anderson, Marie Belloc Lowndes, Ford Madox Ford, Scott Fitzgerald y Ezra Pound,
entre otros. A algunos sólo se les menciona, se cuentan cosas sobre ellos, a
otros los encontramos en plena interacción con Hemingway, bebiendo, hablando de
literatura y paseando por París, o por otras ciudades de Francia, como el viaje
que hizo el autor con Scott Fitzgerald.
En este libro el
autor nos habla de la pesca en el Sena, de carreras de caballos, de leche de
cabra, de vivir el presente, del hambre, de su interesante aprendizaje acerca
de la literatura a partir de las pinturas que veía en museos, de los cafés, de
la gente que iba a esos cafés, de viajes a España y a Austria, de las calles y
los parques y los monumentos de París, de librerías, de libros, de la librería
Shakespeare & Company y de su dueña, Sylvia Beach, quien le prestaba libros
al joven periodista y aprendiz de escritor, de escritura y de su manera de
escribir; y tiene páginas detalladas acerca de su aprendizaje de la escritura.
Esta obra, que
nos relata hechos de los años que van de 1921 a 1926, contiene frases
contundentes que nos permiten entender un poco la psicología de los
sobrevivientes de la Primera Guerra Mundial, como ésta: «En aquellos días, no
teníamos confianza en nadie que no hubiera estado en la guerra, pero además no
teníamos plena confianza en nadie…» Espléndidos consejos de lectura, como éste
que le dio Gertrude Stein a Hemingway: «Debería usted leer sólo lo
verdaderamente bueno o lo francamente malo».
Contiene también
la anécdota sucedida a Gertrude Stein que terminó por darle nombre a la
generación literaria a la que pertenecía Hemingway, la famosa Generación
Perdida. Es interesantísimo cómo una frase que ella escuchó en un taller
mecánico terminó por imponerse. Luego, Hemingway nos dice que después de la
conversación con ella, él pensó la siguiente frase, terrible y verdadera:
«…Pensé que todas las generaciones se pierden por algo y siempre se han perdido
y siempre se perderán…»
El libro,
bastante breve en realidad, está lleno de frases memorables, que ya forman
parte de la mitología hemingwayana, como el epígrafe: «Si tienes la suerte de
haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará, vayas adonde
vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue». Y
por supuesto el final: «Yo he hablado de París según era en los primeros
tiempos, cuando éramos muy pobres y muy felices». Claro que esta frase
suena mucho mejor en inglés, con ese engañoso inglés «sencillo» que hizo famoso
a Hemingway: «But this is how Paris was in the early days when we were very
poor and very happy». Y es que la
traducción de Gabriel Ferrater si bien no es mala, no es tampoco siempre
acertada, pero hay que concederle que traducir a Hemingway no debe ser nada
sencillo, precisamente por la aparente sencillez de su estilo. Además, está en
español ibérico y tenemos que aguantarnos frases como «Oh, por favor, no te me
pongas pelma», donde en inglés dice «Oh Dear. Don’t be so tiresome».
Hemingway viajaba mucho. Cuando vivía en París
iba a España y a Austria, entre otros lugares, con su primera esposa, Hadley
Richardson. Cuando se mudó a Florida, con su segunda esposa, Pauline Pfeiffer,
viajaba a París y se quedaba en el hotel Ritz. En algún momento de esos viajes,
alrededor de principios de los años 30, quizá, Hemingway dejó en ese hotel una
maleta llena de escritos suyos, notas y borradores… y la recuperó en los años
50. Esos papeles le ayudaron a escribir París era una fiesta. Llama la
atención lo detallado de ciertos pasajes. Hemingway apuntó las direcciones de
los departamentos en los que vivió con Hadley (74, rue du Cardinal-Lemoine,
primero, y luego en 113, rue Notre-Dame-des-Champs), del hotel en el que
rentaba un cuarto que usaba como oficina para escribir (39, rue Descartes), del
edificio en donde se encontraba el departamento de Gertrude Stein (27, rue de
Fleurus), y muchos sitios y direcciones más. Están también los muchos bares y
cafés citados: Les Deux Magots, la Brasserie Lipp, el Café de Flore, La
Closerie des Lilas, La Coupole, La Rotonde, Le Dôme, el Café de la Paix, Harry’s New York Bar, y
muchos más… además de mencionar varias veces los Jardines de Luxembourg y las
calles y avenidas por donde le gustaba pasear. Tan conocido es su circuito de
los años 20 que en París se puede incluso hacer un «Tour Hemingway», guiado o
solo, para caminar por las calles que él caminaba, ver los monumentos y plazas
que él veía, beber y comer donde bebió y comió, y pararse delante de los
edificios en los que habitó.
París era una
fiesta es, sobre todo, un libro de una
nostalgia estremecedora y contagiosa, a ratos tierno, a ratos sorprendente, a
ratos muy divertido.
El libro con el
que contamos en español es la traducción del libro «clásico», el publicado de
manera póstuma en 1964, editado por su cuarta esposa, Mary Welsh, quien en el
prólogo da a entender que Hemingway dejó el libro terminado. Ahora sabemos que
no fue exactamente así, pues en 2009 apareció en inglés una nueva edición
llamada A Moveable Feast: The Restored Edition (si utilizamos el mismo
nombre que conocemos en español, sería «París era una fiesta: la edición
restaurada»), editado por Sean Hemingway, nieto del autor de su segundo
matrimonio. Según el prólogo de esa nueva edición, el libro no tiene demasiados
cambios, pero sí significativos. Por mencionar alguno, el capítulo final del
volumen «clásico», llamado «París no se acaba nunca», en realidad no existía
como tal. Hemingway dejó dos capítulos diferentes, dos borradores, completos
pero no revisados, que llevaban cada uno su propio título, y así aparecen en la
nueva edición. En la «clásica» estos dos capítulos fueron editados y fundidos
en uno, y el título, mencionado en el texto, se lo puso su segunda esposa.
Pero esto, en
realidad, es un asunto para especialistas y fanáticos de Hemingway. Con el
libro que tenemos es suficiente. Yo le sugiero que corra a conseguirlo y lo
lea, y se deje llevar por esta nostalgia de Hemingway por el París de los años
20 del siglo pasado. Esa época en esa ciudad es famosísima, por su importancia
literaria, sobre todo para la literatura norteamericana y su «generación
perdida», y, de hecho —lo dejo como una nota final—, es el fondo que utiliza el
cineasta estadounidense Woody Allen en su más reciente y espléndida película, Medianoche
en París («Midnight in Paris»), la cual, por cierto, también le recomiendo
que corra a rentar para que la disfrute hoy mismo.
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París era una
fiesta. Ernest
Hemingway. Traducción de Gabriel Ferrater. Seix Barral. Biblioteca Ernest
Hemingway. Colección Booket. Buenos Aires, 2004. 208 págs.
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Para leer sobre
la vida y obra de Hemingway:
Hola! Muy buen informe, me dieron muchas ganas de correr a comprar el libro. Ademas estuve recientemente en paris, lo que me da todavia mas ganas! Saludos
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. Si ya conoces París el libro te será doblemente placentero, sin duda. Saludos.
EliminarMe gusto mucho la forma que nos cuentan un poco de lo que trata el libro, en lo personal, me pareció un excelente libro, me encanta la forma en la que el autor describe sus vivencias. París es una ciudad hermosa y Ernest nos la describe aun más hermosa, excelente libro!
ResponderEliminarEs envidiable. La época actual es odiosa, pacata, superflua, sin gusto y aburrida. saludos Rolf
ResponderEliminarHola, tengo una pregunta: ¿la traducción de Gabriel Ferrater fue la primera que se hizo? ¿Existe otra antes? Muchas gracias, espero su respuesta.
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