Una caja de cerillas
de Nicholson Baker
Jesús Guerra
Ya he comentado aquí otros libros del norteamericano
Nicholson Baker (Nueva York, 1957). Es autor, entre otros libros, de la novela Vox (1992), que he mencionado varias
veces en este espacio, y Checkpoint (2004),
reseñada este mismo mes. Ahora comento y recomiendo un libro suyo algo extraño:
Una caja de cerillas (esto en la
edición con traducción española de Alfaguara. Nosotros diríamos "Una caja
de cerillos").
Es una novela, al final de cuentas, pero no lo parece.
Está escrita como diario por el personaje central, llamado Emmett, un
norteamericano de 44 años de edad. Está casado, su esposa se llama Claire, y
tienen dos hijos, Phoebe, de 14 años, y Henry de 8. Emmett está entrando a la
crisis de la edad adulta, siente que el tiempo se le pasa muy rápido, que
pronto sus hijos crecerán y se irán a estudiar a otras ciudades del país, y que
él, lógicamente está envejeciendo. Emmett se gana la vida como editor de libros
de medicina y si bien no es millonario, vive bastante bien, en alguna ciudad
del norte de los Estados Unidos. Tienen una casa amplia, antigua, con varias
chimeneas, y tienen un gato y una pata. La pata se llama Greta.
Debido a la crisis por la que pasa Emmett, la cual, por
otra parte, nunca se menciona, él decide levantarse todas las mañanas muy
temprano, alrededor de las 4, y escribir unas páginas de su diario, en su
computadora. Todas las mañanas tiene la misma rutina, pero con pequeñas
variaciones: se levanta, intentando no despertar a nadie más, va a la cocina,
prepara café, pero con la luz de la cocina apagada, porque Emmett tiene ideas
muy particulares con respecto a la oscuridad y la luz, y sobre cómo debe
comenzar su día, se come una manzana, enciende el fuego de la chimenea de la
sala de estar, y escribe.
Edición norteamericana |
Ahora viene el motivo de que les haya mencionado que se
trata de un libro algo raro. En casi todas las historias, novelas o cuentos,
películas y obras de teatro, después de que se nos cuenta o se nos muestra cómo
es la vida normal de los personajes, viene una crisis fuerte que desestabiliza
esta normalidad, el problema central que los personajes intentan resolver a lo
largo de la historia, problema que se va agravando y trae otros problemas,
hasta que los personajes, luego de sortear muchos obstáculos, logran
resolverlo, y logran con esto llegar a su meta, que por lo regular es el
regreso a la normalidad. Este es el esquema elemental de cualquier (o casi
cualquier) narración. Pero en Una caja de
cerillas esto no sucede, de ahí la «rareza» de este libro: la de Emmett es
una familia normal, sin grandes problemas, es decir que son felices, o
relativamente felices, y el problema central no llega nunca, y por lo tanto,
aparentemente, en esta novela no sucede nada.
Este asunto de qué es lo que sucede en una historia lo
saben todos los narradores, y Vargas Llosa lo ha dicho con mucha claridad, que
la narrativa está siempre relacionada con la infelicidad, porque la felicidad
es muy aburrida. Sin embargo precisamente este es el reto que parece haberse planteado
Nicholson Baker en esta novela. ¿Qué se puede contar cuando no hay un problema
central? Es decir, ¿qué pasa en la vida cuando en apariencia no pasa nada? Que
técnicamente puede traducirse así: ¿cómo contar un fragmento de la historia de
una familia que vive feliz, en la normalidad cotidiana? El autor lo resolvió así
en esta novela: el padre de familia escribe todos los días, en las mañanas,
tempranísimo, antes de que se levanten los demás miembros de la familia. ¿Y qué
escribe? Emmett, el personaje que escribe, no es un novelista, no intenta
inventar nada, simplemente escribe, por el puro placer de escribir; escribe lo
que piensa, escribe lo que hace y lo que sucede a su alrededor, y escribe
fragmentos de recuerdos, lo que va asociando a partir de lo que vive. Describe
cosas, describe lo que hace y las «pequeñas cosas» que le suceden a su familia.
Escribe sobre la oscuridad y la luz, sobre cómo prepara el
café, cómo enciende la chimenea, cómo corta la leña para la chimenea; escribe
sobre sus antiguos pensamientos suicidas, mismos que lo ayudaban a dormir en
noches de insomnio; sobre la tristeza de los silbatos de tren, sobre los bostezos,
sobre su gato y sobre la pata Greta, sobre los sonidos de la noche, sobre la
división de las estrellas en constelaciones, sobre el acto de mirar el fuego
arder en la chimenea, sobre las palmeras, sobre los lentes y cómo los tratamos,
sobre las personas mayores, sobre los cuartos de hotel, sobre la muerte y lo
increíble que es, mirándola desde ciertas perspectivas.
Edición francesa |
Escribe sobre el acto de comer manzanas, sobre
fotografías, sobre los sueños; describe una teoría personal que tiene sobre los
motivos de las pesadillas; escribe sobre alfombras, sobre la pelusa que
encuentra en su ombligo, sobre cortes de pelo, sobre los ronquidos, sobre su
abuelo y sus investigaciones médicas, sobre su padre, sobre los libros de
medicina y sobre médicos, sobre los líquenes que crecen en las lápidas de los
cementerios, sobre paseos en bicicleta. Hace comentarios sobre tiendas y sobre
cosas compradas, se pregunta por qué cada uno es capaz de hacer ciertas cosas y
otras no; describe cómo lava los trastes, apunta su teoría sobre cómo lo
primeros que hacemos en las mañanas nos pueden cambiar el tipo de día que
tendremos; escribe sobre las chimeneas y los deshollinadores; hace asociaciones
interesantes, por ejemplo entre las cenizas de la chimenea y la inasibilidad de
la historia; escribe sobre su barba, sobre los «letargos creativos», sobre por
qué los hombres deben orinar sentados durante la noche... escribe sobre la
vida, desde una perspectiva personal.
Quizá si fuese un libro muy extenso sería insoportable,
pero como es muy breve —tiene apenas 189 páginas—, el libro, para mí, es
interesante muy interesante, y para muchos críticos estadounidenses es algo
maravilloso. Claro que obviamente no es un libro para todos los gustos. Pero
debe de ser de interés, casi obligatorio, para narradores, poetas y estudiantes
de letras, por ejemplo. Y tiene fragmentos que deben de gustarles a todos los
buenos lectores.
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Una caja de cerillas. Nicholson Baker. Traducción de Eduardo Hojman. Alfaguara, 2004.
Punto de Lecturas, 2005. 189 págs.