miércoles, 3 de marzo de 2010

La ignorancia


La ignorancia




Jesús Guerra



Fue una grata y misteriosa sorpresa el hecho de que el escritor checo Milan Kundera decidiera que la primera edición de su más reciente novela, La ignorancia, se publicara en España —es decir, en español—. Según las notas aparecidas en prensa, Kundera dijo que así lo deseaba debido a que la idea original de su novela se le ocurrió mientras viajaba por ese país. Es posible que así fuese, pero por supuesto las especulaciones francesas estuvieron más encaminadas a suponer algún mensaje de Kundera a sus editores galos. Pero bueno, ésa es sólo una curiosidad, que por cierto nos permitió leer la novela, también en México, antes que en muchos otros países (estamos hablando de un libro publicado en el 2000).


Kundera tiene muchos años viviendo en Francia. Emigró de Checoslovaquia por motivos políticos. Cuando se marchó ya era un escritor prohibido. Se instaló en Francia en donde escribía en checo, y del original se hacía la traducción al francés, lengua en la que aparecían las primeras ediciones de sus obras. Luego, hace algunos años, comenzó a escribir directamente en francés. Este cambio de idioma es sumamente difícil para los escritores, el caso del filósofo rumano Emile Cioran es famoso al respecto; él también se fue a vivir a París y al cabo de un tiempo empezó a escribir sus libros en francés. Lo sorprendente es que Cioran logró ser considerado como uno de los mejores estilistas de la lengua adoptiva. Si es cierto, como lo dicen muchos escritores, que la verdadera patria de un escritor es el idioma, entonces adoptar la nueva lengua (o quizá ser adoptado por ella) es la verdadera emigración.

Y es la emigración, o una variación, el regreso al país natal, el tema de la más reciente novela de Kundera, La ignorancia, la cual nos narra dos historias que se entretejen: la de Irena y la de Josef. Irena se fue con su marido y sus dos hijas pequeñas a París; Josef se fue solo a Copenhague. Luego de 20 años de exilio, en el que batallaron a veces con desesperación para adaptarse, para hacer de su nuevo lugar de residencia su hogar, se encuentran con que la realidad, otra vez, ha superado a la imaginación y, sin que nadie lo esperase, ha hecho que el comunismo desaparezca de su país de origen de la noche a la mañana (“¿Te has fijado —le dice una conocida checa a Irena— en cómo la burguesía, después de cuarenta años de comunismo, se ha recuperado en pocos días?”). Y las nuevas circunstancias les proponen una nueva disyuntiva a quienes se marcharon: ¿deben regresar? ¿Por qué deben hacerlo?

Es Irena quien más habla y piensa acerca de las actitudes de los franceses frente a los exiliados (y es fácil de comprender, pues eso es lo que Kundera ha vivido en sus también 20 años de exilio, aproximadamente). En una conversación con Josef, Irena le dice: “A los franceses, ¿sabes?, les da igual la experiencia. Los juicios, allá, priman sobre la experiencia. Cuando llegamos les dio igual saber cosas sobre nosotros. Ya sabían que el estalinismo era un mal y la emigración una tragedia. No les interesaba lo que pensábamos, lo que les interesaba de nosotros era que fuéramos la prueba viviente de lo que ellos pensaban. Por eso se volcaban con nosotros y se sentían orgullosos de hacerlo. Cuando un día se desmoronó el comunismo, fijaron en mí una mirada indagadora. Y entonces algo se estropeó. No me porté como ellos esperaban de mí. (...) En realidad me habían ayudado mucho. Habían visto en mí el sufrimiento de una emigrada. Luego llegó la hora en que debía confirmar ese sufrimiento mediante la alegría del regreso. Pero no obtuvieron esa confirmación. Se sintieron burlados. Y yo también, porque entretanto había creído que me querían por mí misma y no por mi sufrimiento” (pp. 172-173).


Si la partida a un país ajeno es difícil, el regreso, nos lo dice Kundera en esta novela, no lo es menos. Porque a pesar de que la tierra propia le es familiar al emigrante, al volver se da cuenta de una obviedad: el presenta ya no es el pasado. Todo ha cambiado. A Josef le choca el nuevo acento que los hablantes de su lengua han adoptado. Se usan palabras que él no conoce. Los amigos, por supuesto, han envejecido. Y lo que debería de ser un feliz regreso al hogar (“la gran magia del regreso”, p. 11) se transforma en una indagación acerca de los diversos pasados y los variados presentes, en una exploración para reconocer la casa y descubrir que el verdadero hogar se encuentra allá en donde se vive en la actualidad. “¿Mi ciudad? Praga ya no es mi ciudad” (p. 30). Como ya es costumbre de Kundera, con este peculiar estilo suyo, no sólo nos narra las historias de sus personajes, sino que nos cuenta anécdotas y entremezcla pequeños ensayos acerca de los temas de los que escribe, asocia y nos abre la puerta para nuestras propias asociaciones. Tiene, además, un tema central que ejemplifica con un mito central. En La ignorancia el tema es el regreso y el mito es el de Ulises. No sólo Josef lee La odisea mientras vaga en su viaje exploratorio, sino que el propio Kundera, como autor, o el narrador, si se prefiere, comenta y desmenuza la experiencia de Ulises. “La gigantesca escoba invisible que transforma, desfigura, borra paisajes, viene trabajando desde hace milenios, pero sus movimientos, antes lentos, apenas perceptibles, se han acelerado de tal manera que me pregunto si La odisea sería hoy concebible. ¿Pertenece aún a nuestra época la epopeya del regreso?”


El estilo de Kundera y su diáfana inteligencia siguen presentes en esta obra. Quizá, desde que cambió al francés, su prosa se ha vuelto un tanto esquemática. Es claro que el proceso de escritura debe de ser más lento y penoso al redactar en una lengua ajena. Sus libros son más breves, también. Es cierto que hay una tendencia generalizada a opinar que las obras de este autor magistral, después de La insoportable levedad del ser, son “menores”. Y quizá lo sean, pero en ese caso son obras menores magistrales.

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El autor
Milan Kundera nació en Brno, Bohemia (República Checa), en 1929. Es autor de las novelas: La broma (1965), La vida está en otra parte (1969), La despedida (1975), El libro de la risa y el olvido (1978), La insoportable levedad del ser (1984; llevada al cine en 1988 por Philip Kaufman), La inmortalidad (1990), La lentitud (1994), La identidad (1996). Además: El libro de los amores ridículos (cuentos, 1968), Jacques y su amo (teatro, 1981), El arte de la novela (1986), Los testamentos traicionados (ensayo, 1995), El telón, ensayo en siete partes (2005) y Un encuentro (ensayo, 2009).


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La ignorancia. Milan Kundera. Editorial Tusquets. Primera edición en México, abril del 2000. Traducción de Beatriz de Moura. 199 págs.


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Ver también:




[Lecturas 1. Mayo-agosto de 2003]

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