Los destrozos
de Bret Easton Ellis
Jesús Guerra
En mi reseña de Menos que cero, de Bret Easton Ellis, apunté que la
releí hace poco como preparación para leer su más reciente novela, Los
destrozos [The Shards, 2023] (lo cual recomiendo), debido a que
están ubicadas en la misma época y con personajes similares. En Menos que
cero el narrador es Clay, un joven de unos 17 años, una especie de
alter-ego del autor, por lo menos en términos generales, y Los destrozos (publicada
13 años después de su novela anterior, Suites imperiales [Imperial
Bedrooms, 2010], cuatro años después de su libro anterior, de no ficción, Blanco
[White, 2019], y 38 años después de Menos que cero [Less Than
Zero, 1985]) tiene como narrador a Bret Easton Ellis, pero ojo, el narrador
es el Bret Easton Ellis de más o menos 2021, el escritor de 57 años, que
recuerda los acontecimientos que les sucedieron a él y a su grupo de amigos en
Los Ángeles en 1981, en el tiempo en que el Bret Easton Ellis de ese año estaba
escribiendo Menos que cero. En este punto lo importante es entender que
este libro es una novela, específicamente una autoficción, lo que significa que,
si bien el narrador y el personaje central son reales, puesto que son el autor
del libro, y por lo tanto muchos de sus sentimientos, estados de ánimo y
opiniones son también reales, los acontecimientos narrados (aunque no sabemos
con exactitud cuáles) son ficticios.
de Bret Easton Ellis
El narrador revisita el universo “real” (es conocido el dicho de que “real”
y “realidad” siempre deben escribirse entre comillas) en el que vivió a los 17
años y que retrató, con un estilo muy distinto, en Menos que cero: la
preparatoria para jóvenes muy adinerados, el grupo de amigos, las fiestas, los
bares, los conciertos de rock, las relaciones amorosas y sexuales de los
miembros del grupo, y las relaciones con el mundo adulto. Pero este universo de
amigos y colegio, de descubrimiento del mundo, empezando por la ciudad de Los Ángeles,
de experimentación, de autodescubrimiento, de sexo, enamoramientos y amistades,
de autos y lujos, de música, cine, libros, etc., se ve afectado por varios
acontecimientos externos: uno de ellos es la existencia en esos momentos de un
asesino en serie activo en Los Ángeles, llamado por la prensa el Arrastrero,
y otro es la llegada al colegio de un estudiante que viene de Nueva York,
Robert Mallory, un joven que se une al grupo muy selecto de amigos al que
pertenece también el narrador y que parece encantar a todos: guapo, rico,
simpático, atlético, misterioso, pero que al narrador no termina de gustarle
(aunque al mismo tiempo parece fascinarlo) y que por una serie de detalles que
no contaré, termina de convencer a Bret de que Robert es un tipo mentiroso, que
oculta algo importante y oscuro de sí mismo y de su pasado. El asunto se
complica cuando Bret empieza a sospechar que existe alguna relación entre
Robert Mallory y el Arrastrero o que, incluso, sean la misma persona, y más a
partir de que uno de los amigos del grupo muere en condiciones extrañas,
condiciones que pueden ser interpretadas como un raro accidente o como un
asesinato ritual, aunque esta última interpretación sólo es de Bret, a partir
de una serie de pistas y datos que nadie más parece relacionar.
Todos estos elementos de thriller criminal y psicológico, y a su
manera también de novela de terror, están mezclados y muy inteligentemente
dosificados en medio de una novela de maduración y de autodescubrimiento,
compuesta a partes iguales por un drama adolescente y por una narración con una
fuerte dosis de escenas eróticas. El autor ha declarado en entrevistas que
algunos críticos han dicho que el libro tiene demasiadas escenas sexuales, y su
respuesta a esto es que cómo no va a tener mucho sexo una novela cuyos
personajes principales tienen 17 años (teniendo en cuenta que esta novela
pretende ser un retrato realista de estos personajes en el sur de California a
principios de la década de los años ochenta).
Esta novela es también un paseo, y a su manera una visita guiada, a una
ciudad de Los Ángeles que ya no existe, con paradas en clubes, bares,
restaurantes y cines. El narrador menciona y comenta los libros que leía, las
películas que veía y, sobre todo, la música que escuchaban él y su grupo de
amigos, o sea que éste, como todos los libros del autor, viene con su propia playlist
integrada (de hecho, el autor dijo en una entrevista que alguien había creado
la playlist de Los destrozos en Spotify, que incluye más de cien
canciones. Por supuesto, la busqué y no encontré una sino varias, unas más
completas que otras [busquen “playlist The Shards”], estupendas y terriblemente
nostálgicas).
La novela es compleja entre otras cosas porque toca muchos temas, mezcla
varios géneros, tiene diversos tonos, y, como siempre, en el caso de este
autor, es sumamente ambigua, pero nunca se diluye. Sí, es posible que le sobren
páginas en las secciones de drama adolescente, y sin embargo está tan bien
escrita que no podemos dejar de leerla y, de pronto, nos damos cuenta de que ya
hemos llegado a la última de sus 674 inteligentes, entretenidas, emocionantes,
sorprendentes, intensas y en ocasiones violentas páginas. Si ya BEE nos había
sorprendido con Menos que cero, y nos había deslumbrado con American
Psycho (que es un verdadero tour de force), ahora en Los
destrozos nos confirma su calidad y su madurez literaria. Esta novela es,
sin duda, la mejor que ha escrito (hasta ahora).
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Los destrozos. Bret Easton Ellis. Traducción de Rubén Martín Giráldez. Random House.
674 págs.
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