jueves, 4 de marzo de 2010

El imperio de la familia Sánchez Navarro



El imperio de la familia Sánchez Navarro, 1765-1867


Fernando Gracia García



Charles H. Harris III, de la Universidad Estatal de Nuevo México, publicó en inglés, en el año de 1975, El imperio de la familia Sánchez Navarro 1765-1867. El libro ocupó muy pronto un lugar destacado en la historiografía regional, pero hubo que esperar hasta 1989 para la edición en español. Al paso del tiempo ya estaba totalmente agotado, por lo que la SEPC decidió apoyar a la Sociedad Monclovense de Historia en esta edición de septiembre de 2002.
Harris III analiza el desenvolvimiento de una familia coahuilense a lo largo de cien años y el sentido práctico de sus integrantes para acumular tierras y alcanzar éxito en los negocios. De hecho, la familia Sánchez Navarro logró conformar, al final de la Colonia y durante la transición de México a nación, un latifundio de 7.5 millones de hectáreas que incluía 17 haciendas y muchas estancias para ganado. La enorme propiedad, en ese entonces una de las más grandes de América, se concentraba en torno a Monclova, pero algunas haciendas se extendían por el norte hasta El Nacimiento y San Juan de Sabinas, y por el sur, hasta Bonanza, en el actual estado de Zacatecas. Lo curioso de ese “imperio” familiar es que lo inició el cura de Monclova don José Miguel Sánchez Navarro, quien durante 50 años se dedicó a integrar las tierras del enorme latifundio coahuilense y a fomentar la cría de ovejas. Pronto se alcanzó un alto índice de producción de maíz y se logró entrar al mercado nacional de la lana, la mayor fuente de ingresos del latifundio.


De los trabajadores que se ocupaban en las haciendas y estancias de los Sánchez Navarro, unos eran de tiempo completo y otros de temporada. En cualquier caso, la mano de obra era escasa en el septentrión novohispano, y hubo que adoptar el sistema laboral del peonaje por deudas: los peones quedaban sujetos al patrón hasta que cumplieran el pago de las deudas adquiridas. Aunque había una mayor demanda de peones en tiempos de siembra y de recolección, los desocupados seguían recibiendo bienes a crédito durante el resto del año y, en consecuencia, nunca podían reducir la deuda contraída con los patrones.


Apunta Harris III que las sequías y los continuos ataques de los apaches originaban grandes pérdidas en el latifundio coahuilense y, sobre todo, diezmaban el ganado, pilar fundamental de la economía familiar. Al respecto, los Sánchez Navarro idearon planteamientos adecuados y adoptaron medidas de protección con los que pudieron solventar esos inconvenientes y lograr, incluso, mandar sus ovejas hasta San Miguel el Grande y la ciudad de México. Pronto pudieron entrar al gran negocio de la lana, con un mercado importante en Saltillo que era atendido por algún pariente próximo. En realidad, sin embargo, la tienda de Monclova era el cuartel general del emporio comercial: se importaban tejidos baratos del centro del virreinato con el fin de vestir a los propios peones o a los de otras haciendas de la región; ahí acudían a surtirse los mayordomos del Marquesado de Aguayo y los de los Vázquez Borrego, entre otros. Habitualmente las operaciones eran a crédito y los clientes debían llegar a Monclova de manera periódica para saldar sus cuentas. También se abastecían allí los capitanes de los presidios militares y los frailes de las misiones de Coahuila.


Hasta el movimiento de Independencia de México, los Sánchez Navarro, seguros del prestigio eclesiástico del cura don José Miguel, prefirieron mantenerse al margen de la política. No fue así a la hora del alzamiento de Hidalgo, pues en ese momento don José Melchor Sánchez Navarro era alcalde de Saltillo y la familia se vio obligada a tomar partido: así, tras la toma de la villa por el ejército insurgente, el tesorero municipal, don Manuel Royuela, un pariente cercano, llegó a convertirse en el agente principal de la contrarrevolución. A la postre, los vaivenes políticos llevarían a los Sánchez Navarro a intervenir de manera más decidida en la vida nacional de México, más allá del nivel puramente regional.

Hay que insistir en lo anunciado en el título del libro: no es el estudio de un solo hacendado sino de un clan poderoso cuyos integrantes colaboraron en los distintos negocios del imperio familiar. En ese sentido Charles H. Harris III cuestiona algunas de las generalizaciones implícitas en el mito de la hacienda norteña acerca de un terrateniente, generalmente ausente de sus propiedades, cuyo máximo objetivo en la vida es mantener a toda costa su prestigio ante la alta sociedad residente en la ciudad de México. Al contrario, la gran capacidad para negociar y hacer dinero parece ser un signo de familia, algo no común entre los terratenientes de la época.


Un apoyo imprescindible a la hora de elaborar esta historia familiar ha sido la documentación existente en el archivo de la Universidad de Texas: unas 75 000 páginas de cartas personales; de reportes e inventarios sobre las haciendas del gran latifundio coahuilense; de testamentos, escrituras y distintos procesos judiciales entablados por los Sánchez Navarro durante el período de estudio. En esto Harris III se ajustó al patrón de centrar la atención en grandes propiedades sobre las que hay abundante documentación. Con todo, es posible leer entre líneas su libro y detectar que el latifundio coahuilense no se dio en un absoluto vacío rural, sino que al lado de esa enorme propiedad familiar también existían las tierras comunales de los indígenas congregados en las misiones, las de los tlaxcaltecas, las pequeñas propiedades de los granjeros y los espacios inmensos ocupados sólo por indígenas hostiles a la colonización territorial.

Por la amplitud de los sucesos relatados, Harris III prefirió dar un tratamiento cronológico a su trabajo. También escogió una forma inteligente de organizar su relato estableciendo un paralelismo entre las distintas actividades del clan familiar y el incremento de la propiedad hacendaria de los Sánchez Navarro. Su decisión de repetir los mismos tópicos en ambas partes del trabajo le permitió ofrecer un análisis muy detallado de cómo se fue construyendo ese imperio económico. Eso mismo obliga a realizar una lectura más atenta del libro con el fin de detectar los cambios operados durante los años comprendidos en el estudio.


Es necesario señalarlo una vez más: el libro de Charles H. Harris III ocupa un lugar prominente en la historiografía regional. Su lectura se recomienda en primer término a los aficionados a la historia; pero cualquier lector podrá disfrutar de la forma en que el autor revive situaciones cotidianas de una sociedad que no resulta del todo extraña pese al paso del tiempo. Además, la historia de esa familia coahuilense nos llega en una buena traducción de Carlos E. Guajardo. En suma, se trata de un libro bien escrito e interesante desde el punto de vista narrativo.

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El imperio de la familia Sánchez Navarro 1765-1867 ( A mexican family empire, the latifundio of Sánchez Navarro) de Charles H. Harris III. Traductor: Carlos E. Guajardo. Editorial: Sociedad Monclovense de Historia, A.C. Primera edición, 1975. Tercera edición, 2002. 495 págs.


[Lecturas 1. Mayo-agosto de 2003]

miércoles, 3 de marzo de 2010

La ignorancia


La ignorancia




Jesús Guerra



Fue una grata y misteriosa sorpresa el hecho de que el escritor checo Milan Kundera decidiera que la primera edición de su más reciente novela, La ignorancia, se publicara en España —es decir, en español—. Según las notas aparecidas en prensa, Kundera dijo que así lo deseaba debido a que la idea original de su novela se le ocurrió mientras viajaba por ese país. Es posible que así fuese, pero por supuesto las especulaciones francesas estuvieron más encaminadas a suponer algún mensaje de Kundera a sus editores galos. Pero bueno, ésa es sólo una curiosidad, que por cierto nos permitió leer la novela, también en México, antes que en muchos otros países (estamos hablando de un libro publicado en el 2000).


Kundera tiene muchos años viviendo en Francia. Emigró de Checoslovaquia por motivos políticos. Cuando se marchó ya era un escritor prohibido. Se instaló en Francia en donde escribía en checo, y del original se hacía la traducción al francés, lengua en la que aparecían las primeras ediciones de sus obras. Luego, hace algunos años, comenzó a escribir directamente en francés. Este cambio de idioma es sumamente difícil para los escritores, el caso del filósofo rumano Emile Cioran es famoso al respecto; él también se fue a vivir a París y al cabo de un tiempo empezó a escribir sus libros en francés. Lo sorprendente es que Cioran logró ser considerado como uno de los mejores estilistas de la lengua adoptiva. Si es cierto, como lo dicen muchos escritores, que la verdadera patria de un escritor es el idioma, entonces adoptar la nueva lengua (o quizá ser adoptado por ella) es la verdadera emigración.

Y es la emigración, o una variación, el regreso al país natal, el tema de la más reciente novela de Kundera, La ignorancia, la cual nos narra dos historias que se entretejen: la de Irena y la de Josef. Irena se fue con su marido y sus dos hijas pequeñas a París; Josef se fue solo a Copenhague. Luego de 20 años de exilio, en el que batallaron a veces con desesperación para adaptarse, para hacer de su nuevo lugar de residencia su hogar, se encuentran con que la realidad, otra vez, ha superado a la imaginación y, sin que nadie lo esperase, ha hecho que el comunismo desaparezca de su país de origen de la noche a la mañana (“¿Te has fijado —le dice una conocida checa a Irena— en cómo la burguesía, después de cuarenta años de comunismo, se ha recuperado en pocos días?”). Y las nuevas circunstancias les proponen una nueva disyuntiva a quienes se marcharon: ¿deben regresar? ¿Por qué deben hacerlo?

Es Irena quien más habla y piensa acerca de las actitudes de los franceses frente a los exiliados (y es fácil de comprender, pues eso es lo que Kundera ha vivido en sus también 20 años de exilio, aproximadamente). En una conversación con Josef, Irena le dice: “A los franceses, ¿sabes?, les da igual la experiencia. Los juicios, allá, priman sobre la experiencia. Cuando llegamos les dio igual saber cosas sobre nosotros. Ya sabían que el estalinismo era un mal y la emigración una tragedia. No les interesaba lo que pensábamos, lo que les interesaba de nosotros era que fuéramos la prueba viviente de lo que ellos pensaban. Por eso se volcaban con nosotros y se sentían orgullosos de hacerlo. Cuando un día se desmoronó el comunismo, fijaron en mí una mirada indagadora. Y entonces algo se estropeó. No me porté como ellos esperaban de mí. (...) En realidad me habían ayudado mucho. Habían visto en mí el sufrimiento de una emigrada. Luego llegó la hora en que debía confirmar ese sufrimiento mediante la alegría del regreso. Pero no obtuvieron esa confirmación. Se sintieron burlados. Y yo también, porque entretanto había creído que me querían por mí misma y no por mi sufrimiento” (pp. 172-173).


Si la partida a un país ajeno es difícil, el regreso, nos lo dice Kundera en esta novela, no lo es menos. Porque a pesar de que la tierra propia le es familiar al emigrante, al volver se da cuenta de una obviedad: el presenta ya no es el pasado. Todo ha cambiado. A Josef le choca el nuevo acento que los hablantes de su lengua han adoptado. Se usan palabras que él no conoce. Los amigos, por supuesto, han envejecido. Y lo que debería de ser un feliz regreso al hogar (“la gran magia del regreso”, p. 11) se transforma en una indagación acerca de los diversos pasados y los variados presentes, en una exploración para reconocer la casa y descubrir que el verdadero hogar se encuentra allá en donde se vive en la actualidad. “¿Mi ciudad? Praga ya no es mi ciudad” (p. 30). Como ya es costumbre de Kundera, con este peculiar estilo suyo, no sólo nos narra las historias de sus personajes, sino que nos cuenta anécdotas y entremezcla pequeños ensayos acerca de los temas de los que escribe, asocia y nos abre la puerta para nuestras propias asociaciones. Tiene, además, un tema central que ejemplifica con un mito central. En La ignorancia el tema es el regreso y el mito es el de Ulises. No sólo Josef lee La odisea mientras vaga en su viaje exploratorio, sino que el propio Kundera, como autor, o el narrador, si se prefiere, comenta y desmenuza la experiencia de Ulises. “La gigantesca escoba invisible que transforma, desfigura, borra paisajes, viene trabajando desde hace milenios, pero sus movimientos, antes lentos, apenas perceptibles, se han acelerado de tal manera que me pregunto si La odisea sería hoy concebible. ¿Pertenece aún a nuestra época la epopeya del regreso?”


El estilo de Kundera y su diáfana inteligencia siguen presentes en esta obra. Quizá, desde que cambió al francés, su prosa se ha vuelto un tanto esquemática. Es claro que el proceso de escritura debe de ser más lento y penoso al redactar en una lengua ajena. Sus libros son más breves, también. Es cierto que hay una tendencia generalizada a opinar que las obras de este autor magistral, después de La insoportable levedad del ser, son “menores”. Y quizá lo sean, pero en ese caso son obras menores magistrales.

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El autor
Milan Kundera nació en Brno, Bohemia (República Checa), en 1929. Es autor de las novelas: La broma (1965), La vida está en otra parte (1969), La despedida (1975), El libro de la risa y el olvido (1978), La insoportable levedad del ser (1984; llevada al cine en 1988 por Philip Kaufman), La inmortalidad (1990), La lentitud (1994), La identidad (1996). Además: El libro de los amores ridículos (cuentos, 1968), Jacques y su amo (teatro, 1981), El arte de la novela (1986), Los testamentos traicionados (ensayo, 1995), El telón, ensayo en siete partes (2005) y Un encuentro (ensayo, 2009).


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La ignorancia. Milan Kundera. Editorial Tusquets. Primera edición en México, abril del 2000. Traducción de Beatriz de Moura. 199 págs.


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Ver también:




[Lecturas 1. Mayo-agosto de 2003]