lunes, 26 de octubre de 2009

Entrevista a Carlos Monsiváis


Entrevista a Carlos Monsiváis

Patricia Galindo


Autor de numerosos libros, periodista de crítica aguda, ensayista, pero sobre todo cinéfilo e insaciable lector, Carlos Monsiváis es uno de los escritores más reconocidos de México. Lo mismo escribe sobre cultura, política e historia como de artes plásticas y literatura, siempre con gran humor e ingenio. Ha recibido múltiples reconocimientos y premios, entre ellos, el premio Anagrama de Ensayo por su libro Aires de familia y el Premio de Ensayo Latinoamericano Lya Kostakowsky.

Más que una entrevista nuestro encuentro fue una amena charla de más de dos horas entre el maestro Monsiváis, Jesús Guerra, editor de esta revista, y yo. Lo que a continuación se presenta es una síntesis de lo que Monsiváis nos dijo sobre su relación con los libros y la lectura.

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Patricia Galindo: ¿En qué momento de su vida se inicia en la lectura? ¿Cómo fue?
Carlos Monsiváis: Bien. Estrictamente, la pequeña distancia cronológica me impide saber cómo fue. Me acuerdo de las circunstancias: yo acababa de terminar mi curso de introducción al desciframiento de signos sobre la página y estaría terminando mi primer año de primaria, y me pasaron un ejemplar de La Odisea en la versión comprimida. Entonces me entusiasmé con Odiseo o Ulises y sé de un modo confuso, entre los debates de la mitomanía, lo que puede ser la exactitud evocativa, que me leí luego La Iliada, La Eneida, una versión también muy reducida de La Divina Comedia y me leí luego toda la editorial Billika. Y luego, a partir del quinto año de primaria, empecé a frecuentar los domingos librerías de viejo que estaban cerca de mi casa y empecé ya a variar. Me leí Los bandidos de Río Frío, no en versión reducida, y fue como descubrí que si yo no sabía hacer nada, hacía nada más gozosamente leyendo.

PG: Entonces usted no empezó con El tesoro de la juventud, como la mayoría de los lectores.
CM: Empecé con El tesoro de la juventud también, pero El tesoro de la juventud me llegó después ya de Billika, y que también tenía biografías de héroes: San Martín, O'Higgins, Juárez, Bolívar, desde luego. En ese tiempo, la Secretaría de Educación Pública publicaba una serie que se llamaba Biblioteca Enciclopédica Popular que a mí me fue muy útil; por un lado, eran locuras como Una excursión a los indios ranqueles del general Lucio B. Mancilla, un libro del siglo XIX, argentino; pero luego había la poesía de Renato Leduc o cosas que me fueron diversificando en lo que va de quinto año de primaria a tercero de secundaria que leí muchísimo de este tipo. De El tesoro de la juventud recuerdo poemas, recuerdo las ilustraciones; El tesoro de la juventud tenía, además, poemas que después encontré que eran portentosos, toda una serie de información internacional sobre las guerras, la gran guerra, en fin. Pero yo no distinguía, vamos, era un continuum de lectura. Sé que leí El tesoro de la juventud dos veces, por lo menos, pero que lo mezclaba siempre; y entonces, en secundaria descubrí la novela policial, que leí compulsivamente. Había la editorial Sopena, que era de Argentina-España, que publicaba una serie... Agatha Christie, que leí lo que pude y que sigo leyendo porque uno nunca acaba de leer un libro de Agatha Christie, siempre se equivoca en la adjudicación de la culpa, desde luego la primera novela, ¿Quién mató a Roger Akroyd?, Navidades trágicas, Tres ratones ciegos, Un triste ciprés, Maldad bajo el sol.

PG: Diez negritos...
CM: Sí, que era una canción infantil que en aquel entonces descubrí pero era Diez inditos...one little, two little, three little indians, four little, five little, six little indians...” no era Ten little neggers era Ten little indians.
[i] Luego, descubrí en la secundaria, enloquecido, a Dashiell Hammet y a Raymond Chandler que han continuado siendo mis lecturas. Entonces leí historia, leí poesía. Yo no sabía que era un lector pero era un lector, eso ya es una vocación y un oficio y una profesión y un encarnizamiento, lo que se quiera.

PG: Y, ¿tiene escritores o libros preferidos?
CM: Bueno, todo el tiempo la Biblia, siempre vuelvo a la Biblia, por lo menos una vez al día la consulto, no soy particularmente religioso pero sí soy particularmente adepto a la Biblia, tanto en la versión de Casiodoro de Reyna y Cipriano de Valera como en la versión que manda a hacer el rey James: The King James' Bible; desgraciadamente no sé alemán para poder leer la Biblia de Lutero que creo que es espectacular. Dickens, siempre vuelvo a Dickens; Balzac; Eça de Queiroz; Christopher Isherwood; Kafka, Borges, no puede pasar un día sin que lea una página de Borges, es lo más reconstituyente; pero, en fin, uno vive organizando sus lecturas.

PG: Entonces, se podría decir que las obras de esos escritores serían sus libros de cabecera...
CM: No, no puedo tener libros de cabecera porque mi cuarto es un desorden regido por los libros; la idea de libros de cabecera va cambiando conforme las torres de libros se precipitan al vacío, entonces hay que ordenarlas, organizarlas, pero estoy con deudas siempre, pagando deudas. Ahora estoy leyendo a Dostoievski con método, inmediatamente después me propongo Chéjov, luego Pushkin, Turgueneiev, es decir, una temporada rusa y luego todo lo que no he leído reciente de Estados Unidos que me interesa, en fin.

PG: ¿Qué autores norteamericanos lee?
CM: ¿De lo reciente? Phillip Roth, leí The Human Stain, me gustó bastante, leo Paul Auster que me gusta mucho, me gustaba mucho Donald Barthelme, todos esos cuentos minimalistas me parecían formidables, y bueno, siempre le recomiendan a uno algo.

PG: ¿Cuáles son los géneros que más lee?
CM: Historia, poesía, novela y literatura testimonial. Hay que leer siempre porque es la manera de mantener el idioma en renovación.

Jesús Guerra: ¿En qué idiomas lee?
CM: Básicamente en tres: español, inglés y francés; si me aventuro, intento el portugués, aunque he fracasado con Lobo Antunez, puedo más o menos con Eça de Queiroz con ayuda de diccionario, con Saramago, pero ya algo muy experimental ya no puedo. Italiano, pero la verdad es que en italiano no he pasado del XIX, cosas del Resorgimentto.

PG: Usted escribe sobre muchos temas, ¿cómo le hace?, ¿qué tanto lee?, ¿a qué horas lee?
CM: Todo el día, todo el día.

PG: ¿Lee periódicos?, ¿lee revistas?
CM: Bueno, pero eso lo leo de 6:30 a 7:30 de la mañana, me cuesta trabajo porque me irritan mucho las noticias, entonces, tengo que asimilar y luego hablar por teléfono como para ir degustando el horror; luego trabajo hasta las 3:00 digamos, si entendemos 'trabajo' de una manera muy generosa, y luego leo.

Jesús Guerra: A mí me impresiona mucho la cantidad de lecturas que hace porque me gustaría ser igual pero no puedo, en general, yo soy muy lento para leer, ¿cuántas revistas lee al mes?
CM: Leo Newsweek, Time, The Nation, eso cada semana regularmente; The Guardian, ésa me gusta bastante; The Independent, Milenio, Proceso, yo creo que ya de revistas.

Jesús Guerra: Y, ¿cuántos libros...?
CM: No, ni idea, como 200 páginas diarias, pero bueno, es que uno tiene que tener un método de lectura rápido y no buscarlo a través de cursos sino de golpes de vista, los periódicos me llevan poco tiempo porque los leo a través de golpes de vista, no me doy cuenta, y si me preguntan, recuerdo, pero es a través de una suerte de lectura fotográfica.

JG: Pero, ¿la literatura no?
CM: Bueno, la literatura puedo recordar, pero si estoy leyendo un libro a saltos, sé que lo voy a dejar, porque no me interesó. Una novela policial ya es raro que la lea tal cual, en general, la leo a saltos porque creo que el género no está en su mejor momento.

PG: Leí una entrevista que le hicieron en uno de sus cumpleaños en la que usted decía que lamentaba no haber leído más, ¿todavía sigue lamentando eso?
CM: Sí, cada vez peor, porque es la sensación de pérdida de todo aquello que pudo haberme enriquecido y que por mi culpa no sucedió.

PG: ¿Por falta de tiempo?
CM: No por falta de tiempo, por dedicarle tiempo a esa superstición que llaman la vida, ¿no?, entonces por conocer, por ejercerme como persona, si tal cosa pudiera, todo eso me quitó muchísimo tiempo. Lamento mucho haberme enamorado, lamento mucho no recordar de quién estuve enamorado, pero es un tiempo que debí invertir de otra manera.

PG: (Risas) Es más constructivo, más productivo.
CM: Sí, sí, en vez de una reconstrucción de cirugía plástica debería de haber una reconstrucción de memoria afectiva.

PG: Y, ¿qué está leyendo en estos días?
CM: Estaba leyendo un libro de un señor que se llama José Miguez Bonino sobre el protestantismo latinoamericano y estaba empezando a leer Tío Vania porque además quiero ver mañana Tio Vania en la calle 42; quiero leer también Tres hermanas porque tengo la versión de Lawrence Olivier y quiero cotejarla; luego tengo ganas de leer una obra de O'Neal, The iceman came in, Llegó el hielero, porque la vi hace mucho y me pareció formidable con un reparto suntuoso encabezado por Robert Ryan. Entonces, como redescubrí esta obra, quiero releer a O'Neal y a Tennessee Williams, la posibilidad de ver además Un tranvía llamado deseo y la película que en inglés se llama The Fugitive Kind con Marlon Brando, y bueno, está la otra obra, De repente en el verano, con Elizabeth Taylor, Montgomery Cliff, Katharine Hepburn; entonces así, releer a Tennessee Williams combinando con las películas. Pero son como disciplinas de fanático, no pretenden otra cosa.

PG:¿Usted cree que de todo libro se puede sacar algo bueno?
CM: Ay, no. La lucha contra corriente puede ser buena pero demasiado fastidiosa. De un libro de Carlos Cuauhtémoc Sánchez se puede sacar el odio a la alfabetización, tal vez, pero no... Estoy exagerando. Toda esa falsa literatura me irrita mucho, aunque me divierta recordada, padezco todo esta quincallería verbal que nos inunda, yo no podría ya.

PG: También con todos los libros de autoayuda, por ejemplo.
CM: Bueno, eso es chistoso si uno piensa que alguien lo pueda leer creyendo en ellos, eso tiene la virtud que uno se imagina una comunidad de ansiosos del éxito que siguen lavando pisos —con todo el respeto para los que lavan pisos, con toda la falta de respeto a los que anhelan el éxito—, pero fuera de eso no me dice nada, salvo eso, salvo imaginarme quién puede leerlos candorosamente, y luego siempre llego a la conclusión que los miembros del gabinete de Fox. No, no, pero no lo digo como crítica, el primer acto del gabinete de Fox, esto es cierto, fue una sesión de autoayuda, porque, pensando en Fox, es aquello en lo que él puede creer, ¿no? "Autoayúdate que Dios te autoayudará", supongo que así piensa que es el refrán.

PG:¿Usted cree que en México se lee poco?, según las encuestas los mexicanos leen un libro al año. ¿Cree que estas encuestas son confiables?
CM: Es obvio que sí. Se lee poco, se lee cada vez menos, el Internet ha centuplicado las posibilidades de lectura pero de un modo que no se relaciona con lo que era la lectura tradicional, ya está todo hecho por fragmentos, por saltos, por el intercutting, entonces ya es una lectura como de montaje, y todavía no sé adónde vaya a concluir y ya no lo sabré, en mi caso sí ya es una conclusión terminal, un adjetivo que uno debe ya aplicar para todo. Espero que Fox sea un presidente terminal y que no vuelva a verlo, por como es... Lo que sucede es no sólo se lee poco, todo lo que se sabía dejó de saberse y no se ha establecido con claridad cuál es el nuevo sistema de conocimientos. José Emilio Pacheco tiene un término que me parece muy ilustrativo, las alusiones perdidas, decirle a alguien algo que cuando yo era adolescente todavía se podía decir sin problema, el tonel de las danaídes, ahora el talón de Aquiles, gracias a Brad Pitt, se ha rehabilitado como metáfora, pero cuántas cosas hay que ya no funcionan: Venus nace de la amarga espuma o todo lo que era de referencia mitológica, de Zeus, de Minerva, de Juno, todo eso ya no está y las referencias cinematográficas, salvo algunos casos, no alcanzan el grado de mitología internacional perdurable, es decir, Red Butler, Scarlet O'Hara, son una excepción, pero, en general uno no puede ya pensar como antes se hablaba de Abelardo y Eloísa, ¿qué quiere decir para un joven Abelardo y Eloísa?, ya nada. Entonces, como se ha perdido ya todo un sistema de alusiones culturales, es obvio que la lectura que respaldaba, nutría, solidificaba el sistema de relaciones culturales está muerta, entonces, ¿qué se está leyendo y cómo se está leyendo?, no sabría decirlo, pero ciertamente el lugar que ocupaba Mefistófeles en el menudo o mayoreo con Fausto, lo ocupa Darth Vader, o los villanos de El señor de los anillos. Ha habido un tal desplazamiento de conocimientos y de referencias que hace pensar que la lectura que se conocía sí está desapareciendo porque implicaba un método que no estaba sustentado en las imágenes y ahora es iconósfera todo, todo es vida de la imagen.

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Nota:



[i] No es por afán de corregir al maestro Monsiváis, quien tampoco tiene que saber todo sobre todo —aunque a veces da la impresión de que sí lo sabe—, pero me parece un dato interesante: después de la entrevista revisé mi vieja edición de las obras selectas de Ágata Christie y no sólo comprobé que el título castellano es Diez negritos, sino que por increíble que parezca el título original es Ten Little Neggers. ¿Y qué pasó con Ten Little Indians? Indagué un poco más y encontré la explicación en The Bedside, Bathtube and Armchair Companion to Ágata Christie, editado por Dick Riley y Pam McAllister, y publicado por MJF Books, de Estados Unidos. El título original en Inglaterra fue Ten Little Neggers porque en dicho país la palabra negger no era considerada despectiva, por lo menos en el momento en que el libro se publicó por primera vez (1939), y procedía de una canción infantil de Gran Bretaña. En Estados Unidos fue donde los editores consideraron que la palabra en cuestión era ofensiva y cambiaron el título a Ten Little Indians, que procede también de una canción infantil pero norteamericana.


[Lecturas 5. Octubre 2004-marzo 2005]

Memoria de papel




Memoria de papel
de Antonio Malacara Martínez

Carlos Manuel Valdés






Antes de hablar del libro que reseño quiero declarar que soy lector de Malacara desde hace muchos años pues leo sus columnas periodísticas con regularidad. Ahora, tras la lectura de Memoria de papel, confirmo mi asiduidad.


El autor tiene un estilo muy original y nos entrega en sus breves artículos una reflexión y una síntesis de sus muchas lecturas que nos brindan a la vez datos sobre libros y autores fundamentales para comprender el mundo actual así como tópicos tan disímiles como el café, el cigarro, la mujer, la amistad o las instituciones que nos gobiernan.


Me agrada decir lo anterior porque los escritos de don Antonio son en sí tema de conversación, lugar de encuentro, guía de lectura, referencia obligada y momento de reconciliación con nosotros mismos. Los condimentos de su escritura son, para bien de todos, la broma sencilla, la exageración de un dato, la ironía respecto a cuestiones de nuestra sociedad y, sin duda, el buen humor.


Al asomarnos a Memoria de papel encontramos derroteros para conocer o ligar entre sí a autores a los que quizá no tenemos en la mente y a los que no habíamos considerado interesantes. Ahí se nos convoca para presentarnos uno a uno a los grandes escritores al mismo tiempo que se nos acerca a sus obras; todo sin solemnidad. Y, en el caso de que Malacara haya citado críticamente a un autor, jamás le hace de manera grosera sino sosegadamente.


Una vez que el lector se introduce en la información que aporta cada pequeño ensayo, advierte, así mismo, que puede haber siempre una manera amable de asomarse al tema tratado, al mundo de las letras, al pasado o a la ciencia. La seriedad del enfoque no deja de lado el recurso a la ironía, ni la glosa marginal. Cito como ejemplo: “hay una situación muy peculiar que comparten todos los clásicos, pues al igual que ha ocurrido con la Biblia, con Marx o el Quijote, todo mundo habla de ellos, pero pocos, en verdad, los han leído detenidamente”.


Antonio Malacara tampoco olvida confesar que hay obras que él mismo quisiera leer pero que todavía no ha podido abordarlas. Señala que acaba de adquirir una excelente biografía “de casi mil páginas, por lo que creo que necesitaré una beca para poder leerla. Su precio amerita casi de un plan de financiamiento bancario, pero vale la pena”. Lo mismo hace al conducirnos hacia algunos autores, como Lawrence Durrell a quien, después de elogiarlo, confiesa al lector, en un afán de honradez intelectual: “me hubiera gustado leer Primavera pánica y Limones amargos, pero nunca los conseguí”.


Algo que hace que el libro no tenga desperdicio es el repaso por los temas y autores que fincan nuestra cultura culta. Los escritores americanos son básicos para Malacara. No deja en penumbra sus filias como tampoco oculta sus fobias, aunque pocas, a través de sus ensayos y reseñas.


Quiero reconocer que he aprendido muchas cosas nuevas en el libro que presento. Diré que, sencillamente, de Julio Torri y Artemio de Valle Arizpe recibí información novedosa que me llevará a releerlos con otros ojos. De don Artemio, por ejemplo, ahora conozco las lecturas que lo influenciaron, con lo cual me he aclarado sus obsesiones y su estilo.


Memoria de papel es un libro que brota, en parte, de columnas periodísticas, aunque adquiere una independencia total con respecto a aquéllas. Aquí encontramos ensayos que pueden ser leídos de manera completamente autónoma, lo que no hace que uno deba seguir una secuencia de orden. Y, es curioso, pero creo poder afirmar que bajo el formato de compendio leo al autor de forma diferente que cuando lo hago en el rotativo. Es evidente que la diferencia no está en lo escrito sino en la forma de leer y en la desigual actitud que tomamos frente a un periódico y la que asumimos al tener un libro en las manos. A Malacara lo leo en su entrega periódica, normalmente mientras desayuno, lo que en muchas mañanas realizo de manera apresurada por las prisas del trabajo, pero así y todo recibo una bien organizada exposición temática que me traslada a versiones críticas y analíticas de tramas y autores del mayor interés. Ahora que lo he leído bajo el soporte o formato de libro, encuentro no sólo un orden diferente, sino la posibilidad de relectura, la peripecia de la referencia, la virtual comparación de una temática con otra del mismo texto y el cotejo de Malacara con Malacara.


El libro se ordena bajo tres grandes secciones: Autores, Lecturas y Otros temas. No me quedó la menor duda de que para el editor, Jesús Guerra, debe haber sido difícil dividir los artículos y ensayos puesto que en (casi) todos aparecen autores, datos biográficos, citas, referencias y vínculos temáticos. He aquí que un excelente lector de muchos autores, un incisivo escritor que está por cumplir 50 años de escribir sin descanso, un crítico que critica al mismo tiempo que simpatiza con sus criticados, un hombre cuya escritura llana es garantía de búsqueda de lectores, un veterano de las letras que continúa cautivando jóvenes... nos lanza esta Memoria de papel para que descubramos en un volumen la dicha a la vez que el compromiso de leer para comprender el mundo, así como para ingresar en el universo de la cultura por la única puerta; la vía que Marx definió como ad astra per aspera ("a las estrellas se va por caminos escabrosos").


No renunciaré al deber de agradecer la edición de este libro. Es fácil advertir que se cuidó con gusto y oficio. Un escritor escribe y un editor edita; si ambos lo hacen bien el lector sale ganando; tales tareas son importantes y difíciles. En este caso la SEPC hizo bien al incluir entre sus publicaciones Memoria de papel.


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Memoria de papel. Antonio Malacara Martínez. Coordinación General de Bibliotecas, Publicaciones y Librerías de la Secretaría de Educación Pública de Coahuila. Primera edición, noviembre de 2005. Saltillo, Coahuila. 342 págs.


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Este texto de Carlos Valdés es la presentación de Memoria de papel, leída por su autor la noche del 23 de noviembre de 2005 en el Centro Cultural Vito Alessio Robles.


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El autor:



Antonio Malacara Martínez nació en Saltillo, Coahuila. Se inició en el periodismo en 1957 en el diario El Sol del Norte, y desde entonces ha escrito para diversas publicaciones, como los periódicos Vanguardia y Palabra, y las revistas Prisma y Ser Universitario, de la Universidad Autónoma de Coahuila, Desierto Modo, del Instituto Coahuilense de Cultura y Lecturas, de la Coordinación de Bibliotecas, Publicaciones y Librerías de Coahuila. Es autor de las siguientes obras: Dos momentos de una historia, 1990; Los días y los temas, 1990; Antología de la poesía de Felipe Sánchez de la Fuente, 1991 (los tres publicados por la Universidad Autónoma de Coahuila); De todos los días, 1997 (Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Coahuila), y Señales de humo, 2001 (Coordinación de Bibliotecas, Publicaciones y Librerías de la SEPC). Obtuvo el Premio Estatal de Periodismo en 1990, y la Presea Saltillo 2000, otorgada por el Republicano Ayuntamiento de Saltillo.


[Lecturas 6. Enero-abril de 2006]

El escritor y sus hábitos


El escritor y sus hábitos

Antonio Malacara Martínez


El poeta y dramaturgo inglés T. S. Eliot, escribió a lápiz todas sus obras (su esposa se encargaba de mecanografiar sus manuscritos), las cuales escribía cuando tenía algún tiempo disponible, pues por estrecheces económicas se vio obligado a trabajar en un banco y también a hacer labores editoriales. Eliot nunca se quejó de estas circunstancias, al contrario, afirmaba que esta situación lo había obligado a una mayor concentración.

Yeats decía que escribir es un oficio solitario y sedentario. Y así es. El caso de Katherine Anne Porter demuestra hasta qué grados de soledad se puede llegar. Curiosamente algunas de sus obras las escribió en México, en los años posrevolucionarios. Por lo general, para escribir, se iba a vivir al campo donde pasaba años enteros sin visitas, ni teléfono ni distracciones. Nada que interrumpiera su trabajo. Escribía de tres a cinco horas diarias; el resto del día lo dedicaba a pensar en lo que escribiría al día siguiente.

Aldous Huxley también prefería la mañana para escribir, pero continuaba un poco antes de la cena. Cuando se sentía decaer o atascar en lo que escribía optaba por ponerse a leer. Generalmente psicología o historia. Esto lo motivaba y lo inducía a continuar. En cambio para el humorista James Thurber el trabajo de escritor se reducía a pulir y pulir hasta que la obra pareciera escrita sin esfuerzo. Por lo general reescribía hasta siete veces el borrador del libro, lo que naturalmente le llevaba mucho tiempo. Pensaba que la primera o segunda versión siempre parece haber sido escrita por una criada, de ahí su obsesión por reescribir y pulir.

William Faulkner afirmó en una célebre entrevista, que todo lo que un escritor necesita es un poco de papel, whisky y tabaco, y que el mejor ambiente para escribir es indiscutiblemente un burdel por la mañana. Hay una tranquilidad y un silencio absolutos, y por las noches hay tanta actividad social que el escritor nunca se aburre. Por su parte, Willa Cather confesaba que le era imprescindible leer un pasaje de la Biblia antes de ponerse a escribir. No lo hacía por devoción, lo admitía, sino pura y simplemente para ponerse en contacto con la buena prosa.

El italiano Alberto Moravia, al igual que Thurber, revisaba el manuscrito innumerables veces. Su método, según decía, era similar al que empleaban los pintores de hace varios siglos, aplicando, por decirlo así, capa tras capa. Nunca tomaba apuntes, ni hacía planes o esbozos, simplemente escribía a partir de un recuerdo, una persona o una experiencia. La primera versión solía parecerle bastante burda, por lo que reescribía el texto tantas veces como era necesario.

En esto de los estímulos o hábitos a que recurren o acostumbran los escritores se encuentran cosas interesantes. Henry Miller, por ejemplo, siempre prefirió, aún durante sus tormentosos años en París, trabajar dos o tres horas en la mañana después del desayuno. Escribía directamente a máquina y a gran velocidad. Hemingway se motivaba afilando los veinte lápices que siempre tenía a su alcance. Escribía invariablemente de pie, en papel cebolla, y gustaba de contar y anotar el número de palabras que había escrito durante la jornada. A Norman Mailer se le facilita la tarea de escribir en un cuarto que tenga vista al mar. Detesta los jardines y prefiere ver barcos o lanchones.

Para Robert Graves era indispensable que en la habitación donde escribía sólo hubiera objetos y muebles hechos a mano. A ese grado llegaba su irritación contra la sociedad industrial. El ruso Vladimir Nabokov gustaba de escribir casi de madrugada. Escribía sobre fichas que copiaba, aumentaba y arreglaba gradualmente hasta convertirlos en novela. Antes de que perdiera totalmente la vista, Jorge Luis Borges se llegaba hasta la Biblioteca Nacional en Buenos Aires. Se presentaba bien entrada la tarde; dictaba cartas y poemas a su secretaria, quien los pasaba a máquina y después se los leía en voz alta. Borges iba haciendo las correcciones una y otra vez hasta quedar satisfecho con el resultado.

George Seferis, el poeta griego, acostumbraba escribir notas acerca del poema que pensaba crear. Lo que hacía con el objeto de no olvidar todas las cosas que deseaba incluir en él, tales como ideas, expresiones poéticas, declaraciones poéticas, etcétera. Notas que posteriormente le recordaban cierta atmósfera para el poema que, entre tanto, maduraba y construía mentalmente.

John Steinbeck solía escribir una página diaria. Se acondicionaba psicológicamente; nunca pensaba si iba a terminar el libro algún día. Simplemente escribía. Cuando llegaba a lo que consideraba el fin, entonces procedía a reescribir capítulos enteros o corregía escenas que no resultaban de su agrado. Los diálogos siempre los leía en voz alta a medida que los escribía. Así, confesaba, obtenía el sonido del diálogo. Escribía a lápiz, siempre que éstos fueran redondos, pues los hexagonales le lastimaban los dedos. Por su parte, Thomas Mann hacía honor a su ascendencia alemana. Era exageradamente disciplinado en su trabajo; escribía invariablemente todos los días de nueve a una. En cambio, el inglés Anthony Burgess, como Mauriac, prefería la tarde. Afirmaba que a esa hora encontraba más silencio (“hasta los perros duermen a esas horas”, decía). Comía poco, y encontraba que su mente estaba más receptiva a esas alturas, así que trabajaba hasta el anochecer. John Updike escribe por las mañanas. Tiene la manía de tomar constantes notas, esté donde esté. Curiosamente, una de sus novelas, bastante descarnada, la planeó totalmente en la iglesia.

Mario Vargas Llosa confiesa ser totalmente rutinario en sus hábitos. Por lo menos mientras aún vivía en Perú, se levantaba a las 7.15 de la mañana. Corría durante treinta minutos por los alrededores de su casa en Lima. Desayunaba, leía los periódicos, y para los 8.30 estaba ya frente a su mesa de trabajo. La mitad de la jornada la empleaba en escribir directamente a máquina; la otra mitad en corregir. Por la tarde —es muy probable que siga siendo así— sólo toma notas y jamás escribe por las noches. Tiene la manía de escribir sus notas en cuadernos de pasta roja y hojas rayadas horizontalmente, los cuales adquiere regularmente en Londres.

La novelista española Rosa Chacel, aún pasados los 85 años de edad, se levantaba invariablemente a las siete de la mañana, y una hora más tarde ya se encontraba trabajando. A media mañana interrumpía su tarea para tomar un café y fumarse una pipa. Le era indiferente que a su alrededor hubiera ruidos o silencio, poseía una gran concentración cuando escribía. No acostumbraba tomar notas. “Todo lo retengo en la cabeza”, decía, “porque tengo una excelente memoria y jamás he apuntado cosas por la calle”.

Otro escritor que estaba acostumbrado al ruido era el cubano Guillermo Cabrera Infante. Ello se debe tal vez a que gran parte de su vida transcurrió en innumerables redacciones de periódicos. Gustaba de escribir directamente a máquina, porque consideraba que era la fórmula que mejor le permitía ver un adelanto de la impresión. Confesó que para escribir una historia sólo necesitaba tener el título. “Con el título”, afirmaba, “yo tengo una novela condensada. En dos palabras se pueden contener todas las sugerencias del mundo. Por ejemplo, mi última novela, que por cierto es la primera que escribo directamente en inglés, el título se me ocurrió de repente: Puro humo. Y ahí está toda una historia pop del puro, el cine y los comediantes”.

El también desaparecido Truman Capote declaraba ser un escritor completamente horizontal. Confesaba que no podía pensar a menos que estuviera acostado, ya fuera en la cama o en un diván, y con cigarrillos y café a la mano. Por la tarde, cambiaba el café por el té, y más tarde éste por el jerez. Por último, prefería los martinis. Escribía la primera versión a mano, a lápiz. Después hacía una revisión completa también a lápiz. Se consideraba un estilista, y era proclive a dejarse obsesionar por la colocación de una coma y por el peso de un punto y coma. Esta obsesión le irritaba sobremanera, por el tiempo que en ello perdía. Tenía varias supersticiones que lo perturbaban, según se lo dijo hace años a la periodista Pati Hili. Una de ellas era la de no iniciar ni concluir nada en día viernes. Curiosamente, y esto ha pasado desapercibido, murió precisamente un viernes.



[Lecturas 3. Enero-mayo de 2004]

domingo, 25 de octubre de 2009

Entrevista a Elsa Cross


Entrevista a Elsa Cross

Patricia Galindo


El 12 de noviembre de 2006 estuvo en Saltillo la reconocida poeta, ensayista y traductora literaria Elsa Cross, invitada por la Coordinación General de Bibliotecas, Publicaciones y Librerías para cerrar, con la lectura de algunos de sus poemas, el Primer Maratón de Lectura. Momentos antes de su presentación, nos concedió esta entrevista.

Elsa Cross es doctora en Filosofía y Letras por la UNAM, y actualmente es catedrática en la misma universidad. En 1990 recibió el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes por El diván de Antar, y en 1992 recibió el Premio Nacional de Poesía Jaime Sabines por Moira. Entre sus poemarios se encuentran, además, Espejo al sol, Canto Malabar y otros poemas, Jaguar, Cantáridas y Los sueños.

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Patricia Galindo: ¿Cuando empezó a leer?
Elsa Cross: Alrededor de los nueve o diez años, gracias a una biblioteca que había en mi casa; mi papá tenía una colección de libros clásicos adaptados para niños, de la serie Araluce de Barcelona. Incluía autores como Shakespeare, Calderón de la Barca, Tirso de Molina, Goethe, Dante, Wagner. Además en casa de mi abuela también había una biblioteca; estaba rodeada de libros. En mi adolescencia leí muchísimo a Dostoyevski, Flaubert, Homero, y también algunas porquerías porque a esa edad no sabía distinguir entre los buenos y malos libros.

PG: ¿Qué libros o autores la marcaron?
EC: Me impactó mucho la lectura de fragmentos de la Ilíada, su lenguaje; me ayudaba que yo ya tenía referencias sobre la mitología griega, que es básica para entrar a la cultura occidental porque ésta se encuentra llena de alusiones a ella, en la pintura, la música, la danza, la escultura; si uno no la conoce es difícil entender una obra, un poema, la ópera de Monteverde, la de Puccini.

PG: ¿Qué le aporta la lectura?
EC: Los grandes libros son los que en cada lectura te enriquecen, te descubren un aspecto nuevo. Los libros que no son tan buenos se agotan en la primera lectura, como las películas malas. Algunos poetas a los que siempre regreso son Saint-John Perse, Ezra Pound, Octavio Paz; los griegos: Cavafis, Elytes y Seferis; otros como Paul Celan, porque tienen una extraordinaria riqueza de lenguaje, de recursos poéticos, un trasfondo que no se puede captar tan fácilmente.

PG: ¿A qué autores recomienda para quienes se inician en la poesía?
EC: Sabines, Pablo Neruda, García Lorca, son buenos poetas y al mismo tiempo muy accesibles, son directos en los temas. Les sugiero que no lean a la fuerza, si algo no los jala, si no les dice nada, déjenlo, busquen otro autor; si una puerta está cerrada, entren por la ventana; no hagan de la lectura una obligación odiosa.

PG: ¿Y en el género de novela?
EC: Hay una novela del siglo I, de un autor latino llamado Apuleyo, El asno de oro, que trata de un hombre que queda accidentalmente convertido en burro. Es un relato gracioso que muestra las costumbres de aquella época, y sería una película fantástica. Está llena de historias, como el Quijote, en donde hay muchos relatos dentro de la novela, lo que la hace muy ágil. El asno de oro tiene un fondo profundo y bonito, se lee muy fácil, puede ser una buena entrada antes de comenzar con algo más complicado, y continuar con los clásicos. Otro clásico es el Decamerón de Bocaccio, que son 100 cuentos llenos de cosas pícaras y divertidas.

PG: ¿Qué está leyendo actualmente?
EC: Algunos libros que tienen que ver con filosofía de la India y de religiones antiguas. Recientemente acabo de leer un libro de poemas de Julián Herbert que me gustó mucho. También leí Relatos verdaderos de Luciano, autor del siglo II, y cuenta de un viaje a la luna; es de los primeros autores que trataron acerca de un viaje a la luna; van navegando en el mar y un ventarrón los lanza a la luna; tiene muchas sorpresas.



[Lecturas 7. Primavera-verano de 2007]

viernes, 23 de octubre de 2009

El código Da Vinci, El alfabeto contra la diosa, Dios nació mujer







Entre Códigos y Alfabetos

Elisa María Jaime Garza



El código Da Vinci

Podrán decir lo que quieran. Y ya se ha dicho bastante. Pero aún quedan cosas por comentar. ¿Así de buena estará la novela? Bueno, tiene ramificaciones para mantenernos ocupados buen rato. Vale la pena leerla para saber, por lo menos, a qué se debe tanto lío. Lo que sí puedo decirle es que nunca volverá a ver una bóveda de la misma manera.

Si ha hecho algo seguro, El código Da Vinci ha dado mucho de qué hablar, desatando debates desde el prelado hasta la plebe. Y eso es bueno. Muy bueno. ¿Desde cuándo no se oye tal alboroto alrededor de un libro, a comparación de los diarios murmullos sobre ésta o la otra película? En México ¡eso es un acontecimiento!

Y bien merecido. Su autor, Dan Brown, echa mano de una fórmula invencible: cuestionamiento religioso envuelto en una novela thriller, es decir, de suspenso. ¡Y vaya suspenso! Lo que nadie puede negar (y lo que muchos han fallado en reconocer) es que El código Da Vinci es una joya del relato de suspenso; de esos que te mantienen al borde de la silla, con capítulos que te dejan colgando a la orilla del precipicio en cuyo fondo residen grandes descubrimientos. Si se cuenta con tiempo suficiente y un amplio apetito por las letras, El código... se puede devorar en dos sentadas. (La versión original en inglés es doblemente dinámica.)

En cuanto a la temática, muchos de los sucesos aparentemente históricos puede que no sean tan tan certeros. Pero lo mismo puede decirse de la Biblia. El mensaje es lo que cuenta. Lo que Brown señala al respecto, sin vacilaciones, es el hecho de que la Historia, desde que los sucesos humanos han sido registrados, ha sido siempre escrita por los vencedores. Lo que él se pregunta es: ¿Qué tan históricamente precisa es la Historia?

Dan Brown aclara que su libro está sustentado en investigaciones legítimas sobre la leyenda del Santo Grial —lo que muchos consideran el cáliz del cual bebió Jesús durante la Última Cena (esta popular concepción es difundida, entre otras obras, por la película Indiana Jones y la última cruzada). Lo que hace de esta ocasión algo especial es que viene envuelta dentro de una novela popular, de fácil digestión, y que el Santo Grial deja de ser una simple copa para convertirse en el más sorprendente, inesperado y controversial giro del relato, cargado de simbolismos y posibilidades.

El código Da Vinci nos lleva a paso acelerado tras las aventuras imprevistas que le acontecen a Robert Langdon, un simbologista norteamericano, y Sophie Neveu, una criptóloga francesa, nieta del conservador del museo del Louvre, quien resulta ser uno de sólo cuatro miembros del Priorato de Sión, una antigua sociedad secreta que guarda un misterio histórico tan intrigante como peligroso. Cuando el conservador es asesinado, junto con los otros tres miembros, deja claves para que su nieta llegue hasta el tesoro escondido, y lo hará, pero no sin antes librar considerables obstáculos. La preservación del secreto que tan celosamente había guardado el Priorato (cuyos miembros en el pasado incluyen a Isaac Newton, Boticelli, Víctor Hugo y el mismo Da Vinci) por cerca de 2000 años ahora queda en manos de Neveu y Langdon. Juntos viajan a través de Europa para develar el secreto que acabará con todos los secretos.

El código... ha sido llamado un libro de grandes promesas no cumplidas. Es de esperarse, cuando se trata del Santo Grial, que sigue siendo la quimera más codiciada y perseguida de la historia de la humanidad. El autor echa a volar su imaginación, sin duda, en muchas ocasiones y, como en todas las historias más cautivantes, la verdad se enreda con la fantasía. Pero esta vez se trata de algo más. Hablamos, después de todo, de la historia más grande jamás contada... que tal vez tiene más ángulos y narradores de lo que creíamos. Y tratándose de una figura de tal envergadura como la de Jesucristo, la verdad es tan escurridiza y el desentramar el mito y leyenda de la veracidad histórica se vuelve tan complicado, quizá imposible, que es mejor desistir y admitir derrota de buen grado, que al fin y al cabo las cuestiones más profundas no hayan fin ni fondo. Por lo menos no humanos.

Lo que importa es que El código Da Vinci ha abierto puertas de discusión. Debatir sobre el verdadero papel de María Magdalena en la vida de Jesús y darnos cuenta de que los textos incluidos en la Biblia fueron los ganadores de un proceso de selección y eliminación a través de los siglos (existen, después de todo, los evangelios gnósticos y otros escritos por María Magdalena, que no se encuentran incluidos simplemente porque no fueron canonizados) no desacredita la fe de nadie, siempre y cuando las creencias cuenten con cimientos robustos. Debemos aceptar que la fe es un continuum, una búsqueda eterna, y que el cuestionar es un derecho, e incluso un deber, y no una herejía o un acto de ateísmo. Lo maravilloso de El código... es que nos presenta una nueva manera de ver las cosas, nos ofrece una nueva perspectiva, diferente de la que nos ha sido sermoneada una y otra vez desde el catecismo. El lector puede burlarse, puede enojarse, puede descartarla por completo o puede aceptarla; lo importante de este libro es que es diferente y enriquece, ayuda a ensanchar panoramas y abrir horizontes. Eso es lo que el verdadero arte persigue y logra.

Eso no significa que El código... sea una obra de arte, ni mucho menos. Pero consigue su propósito. Si es cierto que la Biblia ha sobrevivido tanto tiempo por sus verdaderas y perspicaces (hasta poéticas) moralejas sobre la naturaleza humana, también tiene sus faltas; algunas tan graves que se vuelven peligrosas; otras tan arcaicas que son irrisorias. Nos lleva a preguntarnos si acaso el “libro sagrado” no necesita una nueva y minuciosa revisión, porque el mundo no es lo que era hace ni siquiera 40 años, ¡mucho menos 2000! Y porque dentro de sus páginas condona la esclavitud, alienta y detalla el cómo debe de estar sometida la mujer al varón, y prohíbe comer mariscos. No hay que olvidar que todavía ronda por ahí uno que otro fundamentalista.

Después de leer El código..., si se es una persona incluso levemente curiosa, no se puede quedar sentado sobre sus manos. Tras el rastro de la verdad sobre las “descabelladas” teorías que expone Dan Brown —las cuales, por cierto, el autor insiste no son suyas; son simplemente creencias que han sido murmuradas por siglos— se pueden encontrar un sinnúmero de fuentes que exponen los mismos casos una y otra vez, muchos de ellos escritos por historiadores, arqueólogos y expertos en el tema y la búsqueda del Santo Grial. (Una lista de lecturas recomendadas por el autor se puede encontrar en su página web:
http://www.danbrown.com/novels/davinci_code/reviews.html).

Con tanta información, incluso el más escéptico acabará reconociendo que puede haber siquiera un grano de posibilidad, si no es que de verdad, en todo el asunto. Hay simplemente demasiadas cosas que cuadran. El código... es solamente la punta del iceberg.


El alfabeto contra la diosa

Ahora, para aquellos interesados en cuestiones un poco más mundanas (podríamos decir más científicas), una gran recomendación para seguir las pesquisas en pos de la verdad, vista a través de lo que posiblemente se podría denominar “la visión de los no victoriosos”, es El alfabeto contra la diosa: el conflicto entre la palabra y la imagen, el poder masculino y el poder femenino, de un cirujano, autor y conferencista norteamericano, Leonard Shlain. El título puede que solamente se les antoje a las feministas o los que se interesen en estudios de género, pero su atractivo abarca más allá de eso. Se trata de un condensado pero elemental recuento de la historia (más que nada la religiosa), la evolución de la humanidad y de cómo el advenimiento de la escritura ha venido funcionando en detrimento de la mujer. Shlain echa mano de datos científicos, apoyado fundamentalmente sobre el hecho relativamente conocido de cómo los hemisferios del cerebro tienen funciones opuestas y complementarias: el izquierdo —que controla las extremidades derechas— es el dominante y se encarga de las funciones lógicas, analíticas y verbales, encargándose de la lectura, el lenguaje, las abstracciones; mientras que el derecho —que controla las extremidades izquierdas— tiene sensibilidad espacial y está dotado de relaciones mayores con las emociones, la imaginación, el arte, lo no verbal. Por cuestiones evolutivas, el hemisferio derecho está más desarrollado en las mujeres y el izquierdo es más preponderante en los hombres. Un verdadero yin-yang anatómico.

Por consecuencia, lo que todos siempre habíamos dicho y sospechado es cierto: las mujeres poseen mejor intuición, son más propensas a abordar una situación con el corazón que con la mente y no detentan el poder porque el mundo no está construido alrededor de sus puntos fuertes; mientras que los hombres, poseedores de una agresividad innata, son mejores guerreros y mejores políticos, y el mundo está descomunalmente en sus manos porque el poder ha sido adquirido, en su mayor parte, por el uso de la fuerza.

Existen aquellos raros especímenes que logran cruzar estas barreras de género pero lo triste es que siempre acaban etiquetados con adjetivos injustos: los hombres son “raritos” (el mismo Da Vinci es considerado tal), las mujeres “masculinas”. El destacado poeta, crítico y lingüista británico Samuel Coleridge (citado en El alfabeto... por Shlain tal como es ponderado por Virginia Woolf en su Habitación propia) abogaba a finales del siglo XVIII por la “mente andrógina” —donde se conjuguen ambos atributos, ambos hemisferios— como la manera por excelencia de adquirir el equilibrio de nuestras dos polaridades, que son perfectamente conciliables. (El código Da Vinci defiende también esta gloriosa unión por medio de la relación Jesús-María Magdalena y nos expone una singular interpretación de la Mona Lisa.)

Así que lea este libro... y asegúrese de aprender a tocar algún instrumento musical o de explorar ese talento escondido para pintar.

A manera de ejemplificación de su teoría, Shlain hace un repaso conciso por las civilizaciones más importantes de la historia, resaltando la manera en que las necesidades socioeconómicas y políticas de los pueblos han ido reemplazando la imagen primigenia de una divinidad todopoderosa de denominación femenina que nuestros remotos antepasados solían adorar. Su aniquilación total, según Shlain, se debe a la invención de la escritura, una forma de comunicación lineal y abstracta, que favorece el funcionamiento del hemisferio izquierdo. (Los jeroglíficos son una maravillosa excepción, ya que se trataba de símbolos, que no de letras, y uno de ellos podía significar más de una sola cosa. Es un hecho datado que hacia el 2500 a.C., en la tierra del Nilo, las mujeres gozaban de mayor libertad e igualdad de derechos que incluso en la actualidad). Los ejemplos más notorios de esta intrigante teoría se hallan en los pueblos hebreos, cristianos y musulmanes. El pilar de estas tres religiones es nada más y nada menos que un libro; no es mera coincidencia, por tanto, que la población femenina de estos pueblos sea de las más oprimidas entre todas las culturas (por lo menos, en sus expresiones más extremas). El alfabeto contra la diosa abunda en ejemplos (desde el advenimiento del alfabeto con los sumerios hasta las desquiciadas cazas de brujas de los siglos XV, XVI y XVII) que esclarecen la razón por la cual el “segundo sexo” ha sido relegado a una posición de “inferioridad”.

Para terminar su impresionante investigación, Shlain resalta la correlación entre los descubrimientos y los sucesos que cambiaron la faz de la sociedad desde finales del siglo XVIII (la máquina de escribir, el electromagnetismo —con su unión de opuestos, positivo y negativo, para generar energía—, la fotografía, el cine, la radio, las revoluciones industriales, los poetas románticos, el Darwinismo, el psicoanálisis) con los avances paulatinos pero seguros hacia una mejor relación entre los sexos. No es coincidencia que la revaloración de la mujer en la sociedad se produzca en estos nuestros tiempos, que hacen tanto hincapié en la imagen.

El hilo conector entre El código... y El alfabeto... se encuentra en la develación de la socavación y suplantación masculina del innegable poder de la mujer, cuya principal supremacía reside en su capacidad inimitable de crear vida. Recordemos que la Tierra y la Naturaleza son Madres y no Padres y, por tanto, aunque ya no nos percatamos tanto de ello después de tantos siglos bajo la dominación de una sola divinidad masculina, la simple idea de que la fuerza creadora detrás de nuestro universo sea hoy concebida como una fuerza masculina va, en esencia, en contra de la naturaleza. Cuando nuestros primeros antepasados, los Homo Sapiens (privados, sea dicho de paso, de un lenguaje y de una sociedad estratificada y patriarcal) intentaron explicarse los fenómenos de su mundo, no tenían otra posibilidad que pensar en una Diosa, Madre de toda la Creación.


Dios nació mujer

Para abundar (pero no redundar) aún más en la cuestión, una indispensable recomendación se encuentra dentro de las páginas de Dios nació mujer del español Pepe Rodríguez. Atrás quedará la caricaturesca imagen del macho cavernícola golpeando a su mujer en la cabeza con su garrote y arrastrándola hasta su nido de amor para asegurar la continuación de nuestra especie. Todo lo contrario, al parecer. Una investigación sociológica y antropológica más que religiosa, Dios nació mujer se remonta hasta los meros principios de la humanidad, incluso antes de la aparición del Homo Sapiens, para comprobar, con fidedignos datos arqueológicos, que, en efecto, Dios era Diosa cuando el mundo era simple y sencillo y sin alfabeto; sin lenguaje siquiera. Y no era Diosa como imaginaríamos hoy a una diosa (una escultural modelo-actriz-cantante), sino como una mujer voluptuosa, con todos sus atributos bien resaltados, designados para señalar su don: su capacidad de procrear.

Es harto revelador el estudiar la evolución del pensamiento religioso y descubrir que las situaciones socioeconómicas y políticas de los pueblos determinan las características de sus dioses y no al revés: una diosa para las culturas primigenias horticultoras de hace millones de años; divinidades antropomorfas para los griegos antropocéntricos; dioses zoomorfos para los egipcios, habitantes del fértil valle del Nilo; y, claro, un Señor Todopoderoso e iracundo (con su Santa Trinidad masculina, un sólo hijo varón, su séquito de 12 hombres apóstoles y toda la retahíla de figuras patriarcales, papeles estelares en la historia de su “pueblo elegido”) para las religiones del “libro sagrado” donde la mujer no pasa de ser propiedad de su papá, su esposo, su hermano o el varón más cercano en relación a ella: de vírgenes a mujerzuelas a esposas infecundas.

Recuerden lo que dijo Voltaire: “Si Dios no existiera, tendría que ser inventado.”

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El código Da Vinci. Dan Brown. Traducción de Juan José Estrella. Ediciones Umbriel. 560 págs. (The Da Vinci Code. Doubleday, New York, 2003. 454 págs.)

El alfabeto contra la diosa: el conflicto entre la palabra y la imagen, el poder masculino y el poder femenino. Leonard Schlain. Traducción de Rafael Contes. Editorial Debate. Madrid, 2000. 512 págs. (The Alphabet versus the Goddess. Viking Penguin, 1998.)

Dios nació mujer. Pepe Rodríguez. Ediciones B, Barcelona, 1999. Edición de Suma de Letras, S.L., colección Punto de Lectura, 2000. 384 págs.

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Los autores

Dan Brown vive en Nueva Inglaterra. Es autor de cinco novelas de suspenso de gran éxito de ventas: Digital Fortress (Fortaleza digital), Angels & Demons (Ángeles y demonios), Deception Point (La conspiración), The Da Vinci Code (El código Da Vinci) y recientemente The Lost Symbol. La dirección de su página de internet:
http://www.danbrown.com

Leonard Schlain, médico y profesor de medicina en la Universidad de California en San Francisco, fue también conferencista e inventó algunos instrumentos médicos innovadores. Su primer libro se llama Art & Physics: Parallel Visions In Space, Time and Light (‘Arte y física: visiones paralelas en el espacio, el tiempo y la luz’), publicado por Harper Collins en 1991. El alfabeto contra la diosa, publicado en inglés en 1998, se convirtió en pocas semanas en un éxito de ventas y provocó comentarios sumamente halagadores de la crítica. Murió el 11 de mayo de 2009. Su página de internet:
http://leonardshlain.com/blog/

Pepe Rodríguez es licenciado en Ciencias de la Información y doctor en Psicología. Desde 1976 es periodista y se ha especializado en periodismo de investigación. Entre sus muchos libros se encuentran La conspiración Moon (Ediciones B, 1988); El poder de las sectas (Ediciones B, 1989); La vida sexual del clero (Ediciones B, 1995); Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica (Ediciones B, 1997); Mitos y ritos de la Navidad (Ediciones B, 1997) y Morir es nada (Ediciones B, 2002), entre otros. Su página de Internet:
http://www.pepe-rodriguez.com


[Lecturas 4. Junio-septiembre de 2004]

jueves, 22 de octubre de 2009

La introducción del Ferrocarril a Saltillo


La introducción del ferrocarril:
un acontecimiento generador de cambios en Saltillo

Fernando Gracia García



Agradezco a la doctora Sandra Luz Rodríguez Subealdea la invitación a comentar su interesante libro, editado por la Secretaría de Educación Pública de Coahuila a través de la Dirección General de Bibliotecas, Publicaciones y Librerías. El libro La introducción del Ferrocarril a Saltillo, 1883-1910 se presenta al público sin perder ninguna de sus cualidades científicas, pues los editores, Patricia Galindo Lozano y Jesús Guerra, han logrado conferir a una investigación de carácter académico el estilo y la forma convenientes para la publicación. El texto original, una tesis de maestría presentada en la Escuela Normal Superior del Estado, fue el resultado de una acuciosa investigación en el Fondo Presidencia Municipal del Archivo Municipal de Saltillo, en periódicos de la época como El coahuilense, en obras consagradas y en estudios recientes de la historiografía regional, además de libros especializados en el tema del ferrocarril.

En el análisis histórico se han conjugado dos enfoques y metodologías distintos. Algunos conceptos proceden de la Escuela francesa de los Annales, otras ideas derivan de la microhistoria mexicana. Del francés Le Roy Ladurie se ha retomado la noción de acontecimiento generador como punto de partida de la explicación histórica.
[i] La sugerente propuesta del libro es que el acontecimiento ferrocarrilero acaecido en Saltillo entre los años 1883 y 1910 aceleró el crecimiento económico e incidió en aspectos de la vida cotidiana como las diversiones y las costumbres de los saltillenses. El cambio acaecido en Saltillo fue percibido por los mismos contemporáneos. Tomás Berlanga, redactor del Órgano Oficial del Gobierno del Estado de Coahuila señalaba el lunes 28 de mayo de 1883: “Los ferrocarriles se pueden considerar como expresión de adelanto de los pueblos porque levantan el comercio donde está decaído, aumentan la población donde faltan brazos, crean la industria y las artes en los lugares que no existen, dan trabajo a jornaleros y llenan de comodidades la vida del ciudadano”.[ii]

El presente estudio del ferrocarril se inscribe asimismo en la línea de la microhistoria mexicana. Los trabajos microhistóricos refieren los aspectos más representativos de una comunidad: la familia, los grupos sociales, el folklore, entre otros. Afirma Luis González y González que el microhistoriador utiliza el método científico en su viaje al pasado, pero en su regreso al presente se sirve de recursos artísticos como la composición y el estilo.
[iii] Sandra Rodríguez ha recogido en el libro La introducción del Ferrocarril a Saltilol, 1883-1910 lo típico de la comunidad, aquello que comenzó a cambiar con el acontecimiento ferrocarrilero. Entre otros aspectos característicos ha destacado la vida tranquila y rutinaria de los saltillenses. Los domingos por la mañana asistían a misa en la catedral, por la tarde iban de paseo a la Alameda. Sólo los bailes o alguna corrida de toros rompían de vez en cuando la monótona vida de la ciudad.

Pero el planteamiento principal del libro es que dicho acontecimiento afectó la estructura económica de la ciudad. La autora asume el compromiso de explicar esas transformaciones económicas en el contexto del incipiente capitalismo sobrevenido durante el gobierno de Porfirio Díaz.

Hasta la penúltima década del siglo XIX, Saltillo era la capital de uno de los estados pobres del país: los caminos de tierra no facilitaban el movimiento de las mercancías y el aislamiento de la ciudad impedía su crecimiento y desarrollo. Con el sistema ferroviario el Estado porfirista se propuso modernizar y llevar la prosperidad a los lugares más apartados de México. El ministro José Ives Limantour atendió el importante asunto de establecer las rutas y supervisó la construcción de las líneas del tren. La realidad es que no se cumplió el plan previsto por la dificultad de trasmontar las serranías y por el incumplimiento de las subvenciones acordadas con los contratistas extranjeros; sin embargo, el crecimiento de la red ferroviaria fue extraordinario: entre los años 1880 y 1910 se pasó de 1074 km de vías a 19,280 km.

Desde el año 1883 la línea del Ferrocarril Nacional unió la ciudad de México con Laredo y desde entonces el tren inició su paso por Saltillo. El día de la inauguración del tramo el alcalde Severo Fernández organizó una gran fiesta en la ciudad.

Por el año de 1888 el Ferrocarril Internacional Mexicano unió Piedras Negras, entonces ciudad Porfirio Díaz, con Torreón. La línea atravesaba el estado por el centro y permitía disminuir la distancia de los pueblos fronterizos. Torreón, un asentamiento de 200 habitantes, se convirtió en una de las ciudades más importantes del Norte. El avance del Internacional Mexicano fue impresionante, pronto se tendió un ramal a la zona Carbonífera y junto con el tren llegaron inversiones a la minería y a la industria siderúrgica. En mayo de 1895 se autorizó el ramal del Internacional para enlazar con la capital del estado.

Tres años después se creó el Ferrocarril Coahuila-Zacatecas para transportar mineral a la fundición Mazapil Cooper Company que tenía la sede en Saltillo. El gobierno federal otorgó la concesión de la nueva línea ferroviaria a Guillermo Purcell, el mismo dueño de la fundición. Por su parte, las autoridades municipales y estatales facilitaron el tendido de las vías.


¿Hubo cambios económicos significativos con la introducción del ferrocarril? En este libro se subraya que anteriormente la economía de Saltillo estaba prácticamente paralizada y no existían condiciones para la inversión. Ciertamente ya había una rudimentaria industria textil en el municipio así como una incipiente producción de chile colorado, harina, fideo, piloncillo y mezcal, pero resultaba muy difícil exportar los productos fuera de Saltillo. Prácticamente el estatus de la ciudad era el de una economía agrícola de autoconsumo. Con la llegada del tren, a fines del siglo XIX, se fortaleció el comercio local, la ciudad se modernizó y comenzó el desarrollo económico. Desde entonces Saltillo quedó articulado al mercado nacional e internacional, específicamente a los Estados Unidos. Las antiguas haciendas se reorientaron a la producción de cultivos de mercado como el ixtle y el guayule. Hubo que crear en consecuencia un sistema financiero. El primer banco de emisión fue el Banco de Coahuila, con sucursales en Durango y Nuevo León. A través del estado de Coahuila se tendieron líneas del ferrocarril para unir la capital con las principales ciudades fronterizas, quedando enlazados los centros de producción con los de consumo. Esto significó mayor número de operaciones mercantiles, más circulante y también más afluencia de visitantes, algunos decidieron quedarse a vivir en Saltillo.

Al mismo tiempo se experimentó un crecimiento notable de la población y un cambio cualitativo en su composición, con abogados, maestros, médicos e ingenieros. El gran desarrollo demográfico de Saltillo, decimoquinto lugar en el país y cuarto lugar en el Norte, incidió en la estructura urbana y la modernización de la ciudad: alumbrado eléctrico, drenaje, agua entubada, un rastro nuevo, tranvías urbanos y, muy pronto, el teléfono y el telégrafo. De acuerdo al censo de 1910 Saltillo alcanzó la cifra de 35,400 habitantes.

La pregunta toral es si la introducción del ferrocarril a Saltillo trajo cambios sociales significativos y manifestaciones culturales nuevas. La autora convence al lector de que el ferrocarril sí impactó en la esfera cultural y artística. El tren se hizo presente en el cine, en los billetes de banco, las estampillas de correo, la fotografía y la música popular. Nuevas publicaciones marcaron los signos de los tiempos, como las obras del historiador positivista Esteban López Portillo. Hubo periódicos liberales como El Coahuilense, primer periódico del estado libre de Coahuila, que fue aprovechado por el gobierno para divulgar la bondad del clima y promover el turismo y los negocios en Saltillo.

La estación del tren se convirtió en un nuevo centro social, añadido a la Catedral, la Plaza de Armas y la Alameda. El recinto ferroviario adquirió un encanto especial: conectaba con lo ajeno y era un lugar de incertidumbre, pues podía llegar cualquiera, el más ilustre o un simple desconocido. La estación de tren contribuyó a la integración cultural de los mexicanos al poner en contacto personas de diferente origen geográfico y posibilitar la unificación de costumbres, tradiciones y valores. El gobierno mexicano entendió el significado social del ferrocarril y utilizó el avance en el tendido de vías y la construcción de estaciones de tren como slogan del régimen porfirista. El tren se convirtió en sinónimo de progreso y en signo de estabilidad política.

Al finalizar el siglo XIX, el ferrocarril había modificado realmente las conductas y las aspiraciones de los saltillenses. La cultura citadina se llenó de elementos ferroviarios a veces traducidos en dichos y corridos populares; también la canción urbana, el cine, la pintura y la fotografía se inspiraron en el tema del ferrocarril. Resulta sintomático que las parejas de recién casados decidieran tomarse la foto de su boda con el fondo de una locomotora, y no de la Catedral, de la Plaza de Armas o de la Alameda como se había hecho hasta entones.

¿Hubo progresos educativos en la ciudad? Antes de la llegada del ferrocarril a Saltillo ya existían el colegio San Juan Nepomuceno y el Ateneo Fuente. El censo de 1900 recuenta un número bastante elevado de escuelas primarias en la ciudad: cinco para niños, cuatro para niñas y una escuela modelo, además de 27 escuelas rurales en el distrito. La Escuela Normal de Saltillo se creó en el año 1889, anexa al Ateneo Fuente; desde entonces un fenómeno cultural de la época fue el crecimiento de estudiantes de magisterio.

Concluyo señalando que el gremio de los historiadores y el público en general requieren de historias como la que propone en su libro la doctora Sandra Luz Rodríguez Subealdea. Los análisis locales o microhistóricos, por la cercanía y la concreción espacio-temporal de los fenómenos estudiados, están llamados a modificar clichés ya superados de la gran historia, la que se denomina Historia Nacional. En este caso la elección de un acontecimiento generador y significativo como el fenómeno ferrocarrilero ha servido de punto de partida del análisis y ha permitido llegar a un nivel más profundo en la explicación histórica.

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La Introducción del ferrocarril a Saltillo. 1883-1910. Sandra Luz Rodríguez Subealdea. Coordinación General de Bibliotecas, Publicaciones y Librerías; Secretaría de Educación Pública de Coahuila. 2005. 210 págs.


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Notas:
[i] Emmanuel Le Roy Ladurie expone sus conceptos de teoría de la historia en el libro Reflexión general sobre el oficio de historiar publicado por el Fondo de Cultura Económica, México, 1989.
[ii] Tomás Berlanga, Órgano Oficial del Gobierno del Estado de Coahuila de Zaragoza, Tomo II, Núm. 92. Saltillo, lunes 28 de mayo de 1883.[iii] Luis González y González, Invitación a la microhistoria, Fondo de Cultura Económica, México, 1986, p. 42.



[Lecturas 7. Primavera-verano de 2007]

Cinco balas para Manuel Acuña


Feria del Libro Saltillo 2009


Cinco Balas para Manuel Acuña,

de César Güemes




Fabiola Rodríguez y April Parra



Tras una amigable conversación con César Güemes, autor de la novela Cinco balas para Manuel Acuña, descubrimos una nueva visión acerca de la muerte del reconocido poeta saltillense.


El autor nos comenta que la historia oficial es que, a sus veinticuatro años, el poeta Manuel Acuña se suicidó al tomar cianuro en su habitación, el 6 de diciembre de 1873. La sociedad comentó en aquella época que el suicidio había sido por el desamor de Rosario de la Peña, a quien Acuña le dedicó un célebre nocturno cuatro meses antes de su fallecimiento.


Sin embargo, para el autor de ésta obra la verdad es otra, ya que tras 10 años de estudios e investigaciones descartó por completo la posibilidad de una relación amorosa entre el poeta y Rosario de la Peña.


César Güemes comentó otro hecho importante, la ingestión de cianuro por parte de Acuña para su muerte. Güemes afirma que siendo Manuel Acuña un estudiante de medicina bastante avanzado y a punto de terminar sus estudios, conocía a la perfección los horribles efectos que esta sustancia causan en el cuerpo, lo cual provoca una sospecha, pues el poeta pudo haber conseguido sustancias más rápidas para su muerte y, por supuesto, menos dolorosas.


Esta novela, Cinco balas para Manuel Acuña, intenta descartar las cuestiones equívocas de su muerte y llevar al lector a completar un rompecabezas complejo y lleno de intrigas acerca de este poeta y los misterios que envuelven su muerte.


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Cinco balas para Manuel Acuña. César Güemes. Alfaguara. 504 págs.


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Ver también:




lunes, 19 de octubre de 2009

Cuestiones de traducción... Ángeles y demonios

Cuestiones de traducción... Ángeles y demonios

Jesús Guerra


Para quienes leyeron Ángeles y demonios en español y no saben inglés, probablemente les llamó la atención un diálogo incoherente en la penúltima página de la novela. Cuando leí el libro en inglés, meses antes de que apareciera en español, me pregunté qué iba a hacer el traductor con ese chiste de Robert Langdon. Ahora sé que no hizo nada. Las soluciones tradicionales son dos: se inventa algo similar que sustituya el juego de palabras original o se inserta una nota a pie de página para comentar el texto original y su imposibilidad de traducirlo. La primera línea es la Vittoria, la respuesta es de Langdon:


—Para tu información, profesor, mi siguiente experimento hará historia en la ciencia. Pienso demostrar que los neutrinos tienen masa.

—¿Los neutrinos tienen masa? —Langdon la miró estupefacto—. ¡Ni siquiera sabía que eran católicos!

Ahora, las mismas líneas en inglés:

“For your information, professor, my next experiment will make scientific history. I plan to prove neutrinos have mass”.

“Neutrinos have mass?” Langdon shot her a stunned look. “I didn’t even know they were Catholic!”

La traducción es correcta, pero el chiste no pasa a nuestra lengua. Lo que sucede es que la palabra inglesa mass, en español es masa pero también misa.


Ángeles y demonios




Ángeles y Demonios

Jesús Guerra





La primera edición en inglés de The Da Vinci Code (El código Da Vinci), de Dan Brown, se publicó en los Estados Unidos en abril de 2003. A las pocas semanas entró directamente al primer sitio de la lista más prestigiada de los libros más vendidos, la del periódico The New York Times. Y al poco tiempo estaba en esa posición en todas las listas de best-sellers que se publican en ese país. Fue el best-seller sorpresa del 2003 (y en el resto del mundo, del 2004[i]). Y al parecer el primer sorprendido fue su propio autor pues ya había publicado tres novelas anteriores, de éxito las tres, pero de éxito moderado. Varios meses después, ante el éxito continuo del libro, una cadena de televisión, con el patrocinio de la editorial (Doubleday, que pertenece a Random House), y el ingenio del autor, lanzó un concurso cuyo premio fue un viaje a París para dos personas por no sé cuántos días. Para ganar, los concursantes tenían que descifrar cuatro pistas que se encuentran ingeniosamente ocultas en la portada y contraportada de la edición en pasta dura de The Da Vinci Code. No sé cuántas personas habrán participado en el juego, pero personas que acertaron fueron 40 mil. Finalmente para seleccionar al ganador tuvieron que sacar su nombre de una caja, como una rifa común y corriente.




El caso es que a partir del éxito de dicha novela, los lectores hemos descubierto las tres novelas anteriores de Dan Brown. La primera es Digital Fortress, de 1996, un “technothriller” acerca de piratas informáticos y cuestiones relacionadas con la seguridad de la privacidad; la segunda es Angels & Demons, del año 2000 (la cual comento a continuación) y la tercera es Deception Point, publicada en 2001, relacionada con problemas de seguridad nacional a partir del descubrimiento de un enorme artefacto enterrado bajo los hielos del ártico.



Pero la que quiero comentar ahora es la segunda novela, Ángeles y demonios (Angels & Demons), por dos motivos relacionados: el primero es que se trata de la primera obra en la que aparece el experto en simbología Robert Langdon, también el protagonista de El código Da Vinci; el segundo, porque esta novela se publicará muy pronto en español (la editorial española Umbriel, misma que editó El código..., ha puesto fecha a la aparición en español de esta obra, que se llama desde ya Ángeles y demonios: el 17 de septiembre, y teniendo en cuenta el éxito de ventas de El código..., es más que probable que llegue muy pronto a nuestro país).[ii]



Robert Langdon es contactado por el Director General del CERN (Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire; es decir el Consejo Europeo para la Investigación Nuclear), ubicado en Suiza, y le pide que se traslade de inmediato a dicha institución, porque tiene un problema enorme de consecuencias insospechables. Resulta que un científico del CERN fue encontrado muerto, y el pecho del científico fue marcado (así como se marcan las reses) con un ambigrama (es decir una palabra que se lee igual viéndola al derecho y el revés, y no me refiero a que se lea igual de izquierda a derecha que viceversa, ésas son palíndromos), que dice “Illuminati”.


De una manera muy rápida y superficial les adelanto que los “Illuminati”, o iluminados, son una secta compuesta por las mentes más brillantes, que desde los tiempos de Galileo juraron vengarse de la Iglesia Católica por los crímenes cometidos por ésta en contra de quienes se dedicaban a la investigación científica, es decir, a encontrar explicaciones naturales para fenómenos que la Iglesia siempre ha atribuido directamente a la voluntad de Dios. Los Illuminati, se supone, dejaron de dar muestras de vida hacia mediados del siglo XX, de ahí la sorpresa de Robert Langdon, un verdadero experto en la materia. Así que se pone a seguir pistas que lo conducen a Roma y, por lo tanto, al Vaticano, acompañado en esta ocasión de otra bellísima e inteligentísima mujer: Vittoria Vetra (a quien recuerda y menciona de pasada en El código...). Aquí, Langdon tiene que descifrar una serie de obras de arte que se encuentran en lugares públicos de diversos sitios de la capital italiana, para intentar impedir unos asesinatos y, finalmente, un atentado de proporciones y consecuencias mayúsculas.



La estructura de esta novela es idéntica a la de El código..., pero tiene su propia lógica, contexto histórico y paisajes diferentes. Es, de la misma manera, una obra que se lee con fascinación y que simplemente no puede uno dejar de leer. Es también inteligente e ingeniosa, construida con una imaginación desbordante, y tiene el sustento evidente de una enorme y sólida investigación. A propósito, Dan Brown tiene la fortuna de dormir con su asistente de investigación, ya que su esposa, Blythe Brown, además de pintora es historiadora del arte, materia esencial para la composición de ambas novelas.



Es impresionante la cantidad de cosas que se aprenden leyendo estas obras, y ése ha sido uno de los objetivos de Dan Brown al escribirlas. Este paseo por Roma, con Robert Langdon como guía nos permite percibir una ciudad por completo diferente a la Roma turística.



Y si en la segunda aventura del especialista en simbología de Harvard, algunos malos lectores creyeron ver un intento por desacreditar a la Iglesia Católica, en la primera Langdon se da a la tarea de salvarla. Sin duda alguna, a quienes leyeron y disfrutaron El código Da Vinci, Ángeles y demonios les va a encantar.

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Angels & Demons. Dan Brown. Pocket Star Books (que pertenece a Simon & Schuster). (Primera edición, en pasta dura, abril de 2000.) Primera edición en libro de bolsillo, julio 2001. 572 págs.

Ángeles y demonios. Dan Brown. Traducción: Eduardo G. Murillo. Umbriel. Barcelona. Primera edición en español, 2004. 388 págs.


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NOTAS:

[i] Hace unos meses [en 2004] apareció un comentario en la revista francesa Lire en la que el autor apunta que la revista hizo una encuesta en todos los países de la creciente Europa para ver qué autores europeos encabezaban las listas de los libros más vendidos y leídos, y se encontraron con que, en casi todos, el primer lugar de la lista lo ocupaba un norteamericano: Dan Brown, con su libro El código Da Vinci.
[ii] Téngase en cuenta que esta reseña apareció en la revista Lecturas Tu Red número 4, correspondiente a los meses junio-septiembre de 2004. [Nota para su publicación en el blog, octubre de 2009. Ver “Posdata”, abajo.]

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Postdata:

La anterior reseña se publicó en la revista en el año 2004, así que aunque el comentario sigue siendo válido, algunos de los datos sobre la edición en español son ahora anacrónicos. Ya hasta se estrenaron ambas versiones en cine: El código Da Vinci (2006, dirección de Ron Howard, guión de Akiva Goldsman), y Ángeles y demonios (2009, dirección de Ron Howard, guión de Akiva Goldsman y David Koepp). Claro que en los libros, la aventura de Ángeles..., en Roma, es primero, y después, en París y Londres, se desarrolla la de El Código..., mientras que en el cine es a la inversa, y esto se debe —ya lo dice la reseña— a que fue El código... el libro que se convirtió en un súperbest-seller, y después tanto los lectores como Hollywood descubrimos el libro anterior.



Permítaseme recomendarles que aunque hayan visto las películas, lean los libros. Ambas novelas contienen una enorme cantidad de información que es imposible pasar al cine.



Por otra parte, Dan Brown publicó ya su tercer aventura con Robert Langdon como protagonista: The Lost Symbol. El libro apareció en librerías de Estados Unidos el 15 de septiembre pasado (y se vende en algunas librerías de México desde esa misma fecha). Pronto publicaremos aquí el comentario del mismo.




[Lecturas 4. Junio-septiembre de 2004]



[La Postdata, sólo en blog, octubre de 2009]

miércoles, 14 de octubre de 2009

Primeras líneas... Harry Potter




Primeras líneas...


Harry Potter y la Piedra Filosofal

en tres idiomas






1. The boy who lived
Mr. and Mrs. Dursley, of number four, Privet Drive, were proud to say that they were perfectly normal, thank you very much. They were the last people you’d expect to be involved in anything strange or mysterious, because they just didn’t hold with such nonsense.


[Inglés. Versión original de J.K. Rowling]




1. El niño que vivió
El señor y la señora Dursley, que vivían en el número 4 de Privet Drive, estaban orgullosos de decir que eran muy normales, afortunadamente. Eran las últimas personas que se esperaría encontrar relacionadas con algo extraño o misterioso, porque no estaban para tales tonterías.


[Español. Traducción de Alicia Dellepiane]




1. Le survivant
Mr et Mrs Dursley, qui habitaient au 4, Privet Drive, avaient toujours affirmé avec la plus grande fierté qu’ils étaient parfaitement normaux, merci pour eux. Jamais quiconque n’aurait imaginé qu’ils puissent se trouver impliqués dans quoi que ce soit d’étrange ou de mystérieux. Ils n’avaient pas de temps à perdre avec des sornettes.


[Francés. Traducción de Jean-François Ménard]



[Lecturas 2. Septiembre-diciembre de 2003]

El comprador de vidas


Literatura Infantil


El comprador de vidas

Laura Isabel González


Cuando educadores, padres, bibliotecarios y funcionarios públicos mencionan la frase —trillada pero cierta— de que “el hábito de la lectura es importante y se debe adquirir desde los primeros años de vida”, evocamos nuestra propia infancia y revivimos algunas lecturas y recordamos a las personas que nos abrieron la puerta al mundo de la literatura. Pues bien, creer en esa frase y, en el mejor de los casos, hacerla realidad, nos permite disfrutar nuevamente de estupendas creaciones para niños que en los últimos años han estado en auge.

Si recorremos los estantes de las salas infantiles de las bibliotecas públicas o de las áreas dedicadas a publicaciones infantiles en las librerías, nos daremos cuenta de que, además de los clásicos, encontramos obras con una tendencia más realista y aunque los temas son tratados en ese espacio libre y juguetón de la imaginación desbordada, no dejan de revelar algún aspecto nocivo del comportamiento humano. Sin embargo, es posible que su tendencia moralista (de moral, no de moralina) no sea tan evidente —los niños de hoy en día son muy inteligentes—, gracias al estilo, caracterizado por un gran sentido del humor, el manejo natural del disparate o del absurdo y otros ingredientes que hacen verdaderamente atractiva la lectura.

Las reflexiones anteriores surgieron cuando buscaba entre el acervo infantil un libro para recomendar en este espacio. Me entretuve un poco pues fue difícil la elección, principalmente porque la denominada infancia comprende varias etapas con diferentes intereses; consideré, además, que los niños, como cualquier persona —pude constatarlo conmigo misma al cambiar cada día el título para recomendar— pasan por diferentes estados de ánimo que los predisponen, de una manera u otra, a ciertos temas.

Finalmente encontré en la colección a un escritor con algunos títulos destinados más o menos a las diferentes etapas de la infancia y que vale la pena conocer. Se trata del español José Antonio del Cañizo, cuyas obras han sido galardonadas con diferentes premios nacionales e internacionales. Decidí, entonces, que además de recomendarles uno de sus cuentos, les incluiría una relación de sus principales obras pues me pareció interesante que seis de sus publicaciones han sido consideradas en diferentes años en una selección de los mejores libros de todo el mundo para niños y jóvenes.

El comprador de vidas es un cuento que aborda los pormenores de la vida absurda de un hombre inmensamente rico, un ser egoísta que vive para trabajar. Al principio nos recuerda un poco al gigante egoísta de Oscar Wilde o a Scrooge, el personaje amargado de Un cuento de navidad de Dickens. En este caso, el viejo potentado, absorto por sus múltiples negocios y dedicado a acumular riquezas, no ha disfrutado jamás de la vida, a pesar de vivir en la opulencia, en un hermoso castillo rodeado de fabulosos jardines. Es así cómo las tensiones del trabajo, la mala alimentación y la falta de ejercicio, hacen que cada día se sienta más enfermo y angustiado; su mal humor espanta a las personas que lo rodean hasta que un día se encuentra por casualidad con el jefe de una juvenil y bulliciosa compañía de teatro ambulante. Este personaje lo convencerá de hacer el negocio más sorprendente que haya hecho nunca. A partir de aquí, los sucesos que ocurren le dan a esta historia el toque divertido y original que seguramente disfrutarán chicos y grandes. El libro consta de 88 páginas y tiene ilustraciones de Rupi Diego. Por su lenguaje y extensión, se recomienda principalmente a niños de quinto o sexto grado de primaria. El comprador de vidas obtuvo el Premio Internacional A la Orilla del Viento en el año 2000. Este valioso cuento puede conseguirlo en la mayoría de las salas infantiles de las bibliotecas públicas.

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El comprador de vidas. José Antonio del Cañizo. Fondo de Cultura Económica, 1995. 88 págs.

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El autor:




José Antonio del Cañizo Perate vive en Málaga, España. Es ingeniero agrónomo especialista en jardinería, escritor y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo. Ha publicado 25 libros que totalizan más de 138 ediciones en castellano y otras 10 en diversos idiomas, con más de un millón de ejemplares. En el año 2000, su obra ¡Canalla, traidor, morirás! fue incluida en una selección de los "100 mejores libros españoles de literatura infantil y juvenil del siglo XX, capaces de interesar a los lectores del XXI", en un simposio patrocinado por la Fundación Germán Sánchez Ruipérez.


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Otras obras de José Antonio del Cañizo


(Para chicos y grandes)


Inventando el mundo
Ed. Noguer, 1985.



(A partir de los siete años)

Las fantásticas aventura del caballito gordo
Ed. Noguer, 1980.



(A partir de los ocho años)

Con la música a otra parte
Ed. Edelvives, 1988
Premio Aladelta 1989.



(A partir de los nueve años)


A la busca de Marte el guerrero
Ed. Noguer, 1984
Premio Gran Angular 1981.



(A partir de los 12 años)

¡Canalla, traidor, morirás!
Ed. SM, 1994.
Premio El barco de vapor 1993.



(A partir de los 14 años)


Una vida de película
Fondo de Cultura Económica, 1993
Premio Internacional A la Orilla del Viento.

[Lecturas 2. Septiembre-diciembre de 2003]