Entre Códigos y Alfabetos
Elisa María Jaime Garza
El código Da Vinci
Podrán decir lo que quieran. Y ya se ha dicho bastante. Pero aún quedan cosas por comentar. ¿Así de buena estará la novela? Bueno, tiene ramificaciones para mantenernos ocupados buen rato. Vale la pena leerla para saber, por lo menos, a qué se debe tanto lío. Lo que sí puedo decirle es que nunca volverá a ver una bóveda de la misma manera.
Si ha hecho algo seguro, El código Da Vinci ha dado mucho de qué hablar, desatando debates desde el prelado hasta la plebe. Y eso es bueno. Muy bueno. ¿Desde cuándo no se oye tal alboroto alrededor de un libro, a comparación de los diarios murmullos sobre ésta o la otra película? En México ¡eso es un acontecimiento!
Y bien merecido. Su autor, Dan Brown, echa mano de una fórmula invencible: cuestionamiento religioso envuelto en una novela thriller, es decir, de suspenso. ¡Y vaya suspenso! Lo que nadie puede negar (y lo que muchos han fallado en reconocer) es que El código Da Vinci es una joya del relato de suspenso; de esos que te mantienen al borde de la silla, con capítulos que te dejan colgando a la orilla del precipicio en cuyo fondo residen grandes descubrimientos. Si se cuenta con tiempo suficiente y un amplio apetito por las letras, El código... se puede devorar en dos sentadas. (La versión original en inglés es doblemente dinámica.)
En cuanto a la temática, muchos de los sucesos aparentemente históricos puede que no sean tan tan certeros. Pero lo mismo puede decirse de la Biblia. El mensaje es lo que cuenta. Lo que Brown señala al respecto, sin vacilaciones, es el hecho de que la Historia, desde que los sucesos humanos han sido registrados, ha sido siempre escrita por los vencedores. Lo que él se pregunta es: ¿Qué tan históricamente precisa es la Historia?
Dan Brown aclara que su libro está sustentado en investigaciones legítimas sobre la leyenda del Santo Grial —lo que muchos consideran el cáliz del cual bebió Jesús durante la Última Cena (esta popular concepción es difundida, entre otras obras, por la película Indiana Jones y la última cruzada). Lo que hace de esta ocasión algo especial es que viene envuelta dentro de una novela popular, de fácil digestión, y que el Santo Grial deja de ser una simple copa para convertirse en el más sorprendente, inesperado y controversial giro del relato, cargado de simbolismos y posibilidades.
El código Da Vinci nos lleva a paso acelerado tras las aventuras imprevistas que le acontecen a Robert Langdon, un simbologista norteamericano, y Sophie Neveu, una criptóloga francesa, nieta del conservador del museo del Louvre, quien resulta ser uno de sólo cuatro miembros del Priorato de Sión, una antigua sociedad secreta que guarda un misterio histórico tan intrigante como peligroso. Cuando el conservador es asesinado, junto con los otros tres miembros, deja claves para que su nieta llegue hasta el tesoro escondido, y lo hará, pero no sin antes librar considerables obstáculos. La preservación del secreto que tan celosamente había guardado el Priorato (cuyos miembros en el pasado incluyen a Isaac Newton, Boticelli, Víctor Hugo y el mismo Da Vinci) por cerca de 2000 años ahora queda en manos de Neveu y Langdon. Juntos viajan a través de Europa para develar el secreto que acabará con todos los secretos.
El código... ha sido llamado un libro de grandes promesas no cumplidas. Es de esperarse, cuando se trata del Santo Grial, que sigue siendo la quimera más codiciada y perseguida de la historia de la humanidad. El autor echa a volar su imaginación, sin duda, en muchas ocasiones y, como en todas las historias más cautivantes, la verdad se enreda con la fantasía. Pero esta vez se trata de algo más. Hablamos, después de todo, de la historia más grande jamás contada... que tal vez tiene más ángulos y narradores de lo que creíamos. Y tratándose de una figura de tal envergadura como la de Jesucristo, la verdad es tan escurridiza y el desentramar el mito y leyenda de la veracidad histórica se vuelve tan complicado, quizá imposible, que es mejor desistir y admitir derrota de buen grado, que al fin y al cabo las cuestiones más profundas no hayan fin ni fondo. Por lo menos no humanos.
Lo que importa es que El código Da Vinci ha abierto puertas de discusión. Debatir sobre el verdadero papel de María Magdalena en la vida de Jesús y darnos cuenta de que los textos incluidos en la Biblia fueron los ganadores de un proceso de selección y eliminación a través de los siglos (existen, después de todo, los evangelios gnósticos y otros escritos por María Magdalena, que no se encuentran incluidos simplemente porque no fueron canonizados) no desacredita la fe de nadie, siempre y cuando las creencias cuenten con cimientos robustos. Debemos aceptar que la fe es un continuum, una búsqueda eterna, y que el cuestionar es un derecho, e incluso un deber, y no una herejía o un acto de ateísmo. Lo maravilloso de El código... es que nos presenta una nueva manera de ver las cosas, nos ofrece una nueva perspectiva, diferente de la que nos ha sido sermoneada una y otra vez desde el catecismo. El lector puede burlarse, puede enojarse, puede descartarla por completo o puede aceptarla; lo importante de este libro es que es diferente y enriquece, ayuda a ensanchar panoramas y abrir horizontes. Eso es lo que el verdadero arte persigue y logra.
Eso no significa que El código... sea una obra de arte, ni mucho menos. Pero consigue su propósito. Si es cierto que la Biblia ha sobrevivido tanto tiempo por sus verdaderas y perspicaces (hasta poéticas) moralejas sobre la naturaleza humana, también tiene sus faltas; algunas tan graves que se vuelven peligrosas; otras tan arcaicas que son irrisorias. Nos lleva a preguntarnos si acaso el “libro sagrado” no necesita una nueva y minuciosa revisión, porque el mundo no es lo que era hace ni siquiera 40 años, ¡mucho menos 2000! Y porque dentro de sus páginas condona la esclavitud, alienta y detalla el cómo debe de estar sometida la mujer al varón, y prohíbe comer mariscos. No hay que olvidar que todavía ronda por ahí uno que otro fundamentalista.
Después de leer El código..., si se es una persona incluso levemente curiosa, no se puede quedar sentado sobre sus manos. Tras el rastro de la verdad sobre las “descabelladas” teorías que expone Dan Brown —las cuales, por cierto, el autor insiste no son suyas; son simplemente creencias que han sido murmuradas por siglos— se pueden encontrar un sinnúmero de fuentes que exponen los mismos casos una y otra vez, muchos de ellos escritos por historiadores, arqueólogos y expertos en el tema y la búsqueda del Santo Grial. (Una lista de lecturas recomendadas por el autor se puede encontrar en su página web: http://www.danbrown.com/novels/davinci_code/reviews.html).
Con tanta información, incluso el más escéptico acabará reconociendo que puede haber siquiera un grano de posibilidad, si no es que de verdad, en todo el asunto. Hay simplemente demasiadas cosas que cuadran. El código... es solamente la punta del iceberg.
El alfabeto contra la diosa
Ahora, para aquellos interesados en cuestiones un poco más mundanas (podríamos decir más científicas), una gran recomendación para seguir las pesquisas en pos de la verdad, vista a través de lo que posiblemente se podría denominar “la visión de los no victoriosos”, es El alfabeto contra la diosa: el conflicto entre la palabra y la imagen, el poder masculino y el poder femenino, de un cirujano, autor y conferencista norteamericano, Leonard Shlain. El título puede que solamente se les antoje a las feministas o los que se interesen en estudios de género, pero su atractivo abarca más allá de eso. Se trata de un condensado pero elemental recuento de la historia (más que nada la religiosa), la evolución de la humanidad y de cómo el advenimiento de la escritura ha venido funcionando en detrimento de la mujer. Shlain echa mano de datos científicos, apoyado fundamentalmente sobre el hecho relativamente conocido de cómo los hemisferios del cerebro tienen funciones opuestas y complementarias: el izquierdo —que controla las extremidades derechas— es el dominante y se encarga de las funciones lógicas, analíticas y verbales, encargándose de la lectura, el lenguaje, las abstracciones; mientras que el derecho —que controla las extremidades izquierdas— tiene sensibilidad espacial y está dotado de relaciones mayores con las emociones, la imaginación, el arte, lo no verbal. Por cuestiones evolutivas, el hemisferio derecho está más desarrollado en las mujeres y el izquierdo es más preponderante en los hombres. Un verdadero yin-yang anatómico.
Por consecuencia, lo que todos siempre habíamos dicho y sospechado es cierto: las mujeres poseen mejor intuición, son más propensas a abordar una situación con el corazón que con la mente y no detentan el poder porque el mundo no está construido alrededor de sus puntos fuertes; mientras que los hombres, poseedores de una agresividad innata, son mejores guerreros y mejores políticos, y el mundo está descomunalmente en sus manos porque el poder ha sido adquirido, en su mayor parte, por el uso de la fuerza.
Existen aquellos raros especímenes que logran cruzar estas barreras de género pero lo triste es que siempre acaban etiquetados con adjetivos injustos: los hombres son “raritos” (el mismo Da Vinci es considerado tal), las mujeres “masculinas”. El destacado poeta, crítico y lingüista británico Samuel Coleridge (citado en El alfabeto... por Shlain tal como es ponderado por Virginia Woolf en su Habitación propia) abogaba a finales del siglo XVIII por la “mente andrógina” —donde se conjuguen ambos atributos, ambos hemisferios— como la manera por excelencia de adquirir el equilibrio de nuestras dos polaridades, que son perfectamente conciliables. (El código Da Vinci defiende también esta gloriosa unión por medio de la relación Jesús-María Magdalena y nos expone una singular interpretación de la Mona Lisa.)
Así que lea este libro... y asegúrese de aprender a tocar algún instrumento musical o de explorar ese talento escondido para pintar.
A manera de ejemplificación de su teoría, Shlain hace un repaso conciso por las civilizaciones más importantes de la historia, resaltando la manera en que las necesidades socioeconómicas y políticas de los pueblos han ido reemplazando la imagen primigenia de una divinidad todopoderosa de denominación femenina que nuestros remotos antepasados solían adorar. Su aniquilación total, según Shlain, se debe a la invención de la escritura, una forma de comunicación lineal y abstracta, que favorece el funcionamiento del hemisferio izquierdo. (Los jeroglíficos son una maravillosa excepción, ya que se trataba de símbolos, que no de letras, y uno de ellos podía significar más de una sola cosa. Es un hecho datado que hacia el 2500 a.C., en la tierra del Nilo, las mujeres gozaban de mayor libertad e igualdad de derechos que incluso en la actualidad). Los ejemplos más notorios de esta intrigante teoría se hallan en los pueblos hebreos, cristianos y musulmanes. El pilar de estas tres religiones es nada más y nada menos que un libro; no es mera coincidencia, por tanto, que la población femenina de estos pueblos sea de las más oprimidas entre todas las culturas (por lo menos, en sus expresiones más extremas). El alfabeto contra la diosa abunda en ejemplos (desde el advenimiento del alfabeto con los sumerios hasta las desquiciadas cazas de brujas de los siglos XV, XVI y XVII) que esclarecen la razón por la cual el “segundo sexo” ha sido relegado a una posición de “inferioridad”.
Para terminar su impresionante investigación, Shlain resalta la correlación entre los descubrimientos y los sucesos que cambiaron la faz de la sociedad desde finales del siglo XVIII (la máquina de escribir, el electromagnetismo —con su unión de opuestos, positivo y negativo, para generar energía—, la fotografía, el cine, la radio, las revoluciones industriales, los poetas románticos, el Darwinismo, el psicoanálisis) con los avances paulatinos pero seguros hacia una mejor relación entre los sexos. No es coincidencia que la revaloración de la mujer en la sociedad se produzca en estos nuestros tiempos, que hacen tanto hincapié en la imagen.
El hilo conector entre El código... y El alfabeto... se encuentra en la develación de la socavación y suplantación masculina del innegable poder de la mujer, cuya principal supremacía reside en su capacidad inimitable de crear vida. Recordemos que la Tierra y la Naturaleza son Madres y no Padres y, por tanto, aunque ya no nos percatamos tanto de ello después de tantos siglos bajo la dominación de una sola divinidad masculina, la simple idea de que la fuerza creadora detrás de nuestro universo sea hoy concebida como una fuerza masculina va, en esencia, en contra de la naturaleza. Cuando nuestros primeros antepasados, los Homo Sapiens (privados, sea dicho de paso, de un lenguaje y de una sociedad estratificada y patriarcal) intentaron explicarse los fenómenos de su mundo, no tenían otra posibilidad que pensar en una Diosa, Madre de toda la Creación.
Dios nació mujer
Para abundar (pero no redundar) aún más en la cuestión, una indispensable recomendación se encuentra dentro de las páginas de Dios nació mujer del español Pepe Rodríguez. Atrás quedará la caricaturesca imagen del macho cavernícola golpeando a su mujer en la cabeza con su garrote y arrastrándola hasta su nido de amor para asegurar la continuación de nuestra especie. Todo lo contrario, al parecer. Una investigación sociológica y antropológica más que religiosa, Dios nació mujer se remonta hasta los meros principios de la humanidad, incluso antes de la aparición del Homo Sapiens, para comprobar, con fidedignos datos arqueológicos, que, en efecto, Dios era Diosa cuando el mundo era simple y sencillo y sin alfabeto; sin lenguaje siquiera. Y no era Diosa como imaginaríamos hoy a una diosa (una escultural modelo-actriz-cantante), sino como una mujer voluptuosa, con todos sus atributos bien resaltados, designados para señalar su don: su capacidad de procrear.
Es harto revelador el estudiar la evolución del pensamiento religioso y descubrir que las situaciones socioeconómicas y políticas de los pueblos determinan las características de sus dioses y no al revés: una diosa para las culturas primigenias horticultoras de hace millones de años; divinidades antropomorfas para los griegos antropocéntricos; dioses zoomorfos para los egipcios, habitantes del fértil valle del Nilo; y, claro, un Señor Todopoderoso e iracundo (con su Santa Trinidad masculina, un sólo hijo varón, su séquito de 12 hombres apóstoles y toda la retahíla de figuras patriarcales, papeles estelares en la historia de su “pueblo elegido”) para las religiones del “libro sagrado” donde la mujer no pasa de ser propiedad de su papá, su esposo, su hermano o el varón más cercano en relación a ella: de vírgenes a mujerzuelas a esposas infecundas.
Recuerden lo que dijo Voltaire: “Si Dios no existiera, tendría que ser inventado.”
. . . . . . . . . . . . . . .
El código Da Vinci. Dan Brown. Traducción de Juan José Estrella. Ediciones Umbriel. 560 págs. (The Da Vinci Code. Doubleday, New York, 2003. 454 págs.)
El alfabeto contra la diosa: el conflicto entre la palabra y la imagen, el poder masculino y el poder femenino. Leonard Schlain. Traducción de Rafael Contes. Editorial Debate. Madrid, 2000. 512 págs. (The Alphabet versus the Goddess. Viking Penguin, 1998.)
Dios nació mujer. Pepe Rodríguez. Ediciones B, Barcelona, 1999. Edición de Suma de Letras, S.L., colección Punto de Lectura, 2000. 384 págs.
. . . . . . . . . . . . . . .
Los autores
Dan Brown vive en Nueva Inglaterra. Es autor de cinco novelas de suspenso de gran éxito de ventas: Digital Fortress (Fortaleza digital), Angels & Demons (Ángeles y demonios), Deception Point (La conspiración), The Da Vinci Code (El código Da Vinci) y recientemente The Lost Symbol. La dirección de su página de internet: http://www.danbrown.com
Leonard Schlain, médico y profesor de medicina en la Universidad de California en San Francisco, fue también conferencista e inventó algunos instrumentos médicos innovadores. Su primer libro se llama Art & Physics: Parallel Visions In Space, Time and Light (‘Arte y física: visiones paralelas en el espacio, el tiempo y la luz’), publicado por Harper Collins en 1991. El alfabeto contra la diosa, publicado en inglés en 1998, se convirtió en pocas semanas en un éxito de ventas y provocó comentarios sumamente halagadores de la crítica. Murió el 11 de mayo de 2009. Su página de internet: http://leonardshlain.com/blog/
Pepe Rodríguez es licenciado en Ciencias de la Información y doctor en Psicología. Desde 1976 es periodista y se ha especializado en periodismo de investigación. Entre sus muchos libros se encuentran La conspiración Moon (Ediciones B, 1988); El poder de las sectas (Ediciones B, 1989); La vida sexual del clero (Ediciones B, 1995); Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica (Ediciones B, 1997); Mitos y ritos de la Navidad (Ediciones B, 1997) y Morir es nada (Ediciones B, 2002), entre otros. Su página de Internet: http://www.pepe-rodriguez.com
[Lecturas 4. Junio-septiembre de 2004]
Elisa María Jaime Garza
El código Da Vinci
Podrán decir lo que quieran. Y ya se ha dicho bastante. Pero aún quedan cosas por comentar. ¿Así de buena estará la novela? Bueno, tiene ramificaciones para mantenernos ocupados buen rato. Vale la pena leerla para saber, por lo menos, a qué se debe tanto lío. Lo que sí puedo decirle es que nunca volverá a ver una bóveda de la misma manera.
Si ha hecho algo seguro, El código Da Vinci ha dado mucho de qué hablar, desatando debates desde el prelado hasta la plebe. Y eso es bueno. Muy bueno. ¿Desde cuándo no se oye tal alboroto alrededor de un libro, a comparación de los diarios murmullos sobre ésta o la otra película? En México ¡eso es un acontecimiento!
Y bien merecido. Su autor, Dan Brown, echa mano de una fórmula invencible: cuestionamiento religioso envuelto en una novela thriller, es decir, de suspenso. ¡Y vaya suspenso! Lo que nadie puede negar (y lo que muchos han fallado en reconocer) es que El código Da Vinci es una joya del relato de suspenso; de esos que te mantienen al borde de la silla, con capítulos que te dejan colgando a la orilla del precipicio en cuyo fondo residen grandes descubrimientos. Si se cuenta con tiempo suficiente y un amplio apetito por las letras, El código... se puede devorar en dos sentadas. (La versión original en inglés es doblemente dinámica.)
En cuanto a la temática, muchos de los sucesos aparentemente históricos puede que no sean tan tan certeros. Pero lo mismo puede decirse de la Biblia. El mensaje es lo que cuenta. Lo que Brown señala al respecto, sin vacilaciones, es el hecho de que la Historia, desde que los sucesos humanos han sido registrados, ha sido siempre escrita por los vencedores. Lo que él se pregunta es: ¿Qué tan históricamente precisa es la Historia?
Dan Brown aclara que su libro está sustentado en investigaciones legítimas sobre la leyenda del Santo Grial —lo que muchos consideran el cáliz del cual bebió Jesús durante la Última Cena (esta popular concepción es difundida, entre otras obras, por la película Indiana Jones y la última cruzada). Lo que hace de esta ocasión algo especial es que viene envuelta dentro de una novela popular, de fácil digestión, y que el Santo Grial deja de ser una simple copa para convertirse en el más sorprendente, inesperado y controversial giro del relato, cargado de simbolismos y posibilidades.
El código Da Vinci nos lleva a paso acelerado tras las aventuras imprevistas que le acontecen a Robert Langdon, un simbologista norteamericano, y Sophie Neveu, una criptóloga francesa, nieta del conservador del museo del Louvre, quien resulta ser uno de sólo cuatro miembros del Priorato de Sión, una antigua sociedad secreta que guarda un misterio histórico tan intrigante como peligroso. Cuando el conservador es asesinado, junto con los otros tres miembros, deja claves para que su nieta llegue hasta el tesoro escondido, y lo hará, pero no sin antes librar considerables obstáculos. La preservación del secreto que tan celosamente había guardado el Priorato (cuyos miembros en el pasado incluyen a Isaac Newton, Boticelli, Víctor Hugo y el mismo Da Vinci) por cerca de 2000 años ahora queda en manos de Neveu y Langdon. Juntos viajan a través de Europa para develar el secreto que acabará con todos los secretos.
El código... ha sido llamado un libro de grandes promesas no cumplidas. Es de esperarse, cuando se trata del Santo Grial, que sigue siendo la quimera más codiciada y perseguida de la historia de la humanidad. El autor echa a volar su imaginación, sin duda, en muchas ocasiones y, como en todas las historias más cautivantes, la verdad se enreda con la fantasía. Pero esta vez se trata de algo más. Hablamos, después de todo, de la historia más grande jamás contada... que tal vez tiene más ángulos y narradores de lo que creíamos. Y tratándose de una figura de tal envergadura como la de Jesucristo, la verdad es tan escurridiza y el desentramar el mito y leyenda de la veracidad histórica se vuelve tan complicado, quizá imposible, que es mejor desistir y admitir derrota de buen grado, que al fin y al cabo las cuestiones más profundas no hayan fin ni fondo. Por lo menos no humanos.
Lo que importa es que El código Da Vinci ha abierto puertas de discusión. Debatir sobre el verdadero papel de María Magdalena en la vida de Jesús y darnos cuenta de que los textos incluidos en la Biblia fueron los ganadores de un proceso de selección y eliminación a través de los siglos (existen, después de todo, los evangelios gnósticos y otros escritos por María Magdalena, que no se encuentran incluidos simplemente porque no fueron canonizados) no desacredita la fe de nadie, siempre y cuando las creencias cuenten con cimientos robustos. Debemos aceptar que la fe es un continuum, una búsqueda eterna, y que el cuestionar es un derecho, e incluso un deber, y no una herejía o un acto de ateísmo. Lo maravilloso de El código... es que nos presenta una nueva manera de ver las cosas, nos ofrece una nueva perspectiva, diferente de la que nos ha sido sermoneada una y otra vez desde el catecismo. El lector puede burlarse, puede enojarse, puede descartarla por completo o puede aceptarla; lo importante de este libro es que es diferente y enriquece, ayuda a ensanchar panoramas y abrir horizontes. Eso es lo que el verdadero arte persigue y logra.
Eso no significa que El código... sea una obra de arte, ni mucho menos. Pero consigue su propósito. Si es cierto que la Biblia ha sobrevivido tanto tiempo por sus verdaderas y perspicaces (hasta poéticas) moralejas sobre la naturaleza humana, también tiene sus faltas; algunas tan graves que se vuelven peligrosas; otras tan arcaicas que son irrisorias. Nos lleva a preguntarnos si acaso el “libro sagrado” no necesita una nueva y minuciosa revisión, porque el mundo no es lo que era hace ni siquiera 40 años, ¡mucho menos 2000! Y porque dentro de sus páginas condona la esclavitud, alienta y detalla el cómo debe de estar sometida la mujer al varón, y prohíbe comer mariscos. No hay que olvidar que todavía ronda por ahí uno que otro fundamentalista.
Después de leer El código..., si se es una persona incluso levemente curiosa, no se puede quedar sentado sobre sus manos. Tras el rastro de la verdad sobre las “descabelladas” teorías que expone Dan Brown —las cuales, por cierto, el autor insiste no son suyas; son simplemente creencias que han sido murmuradas por siglos— se pueden encontrar un sinnúmero de fuentes que exponen los mismos casos una y otra vez, muchos de ellos escritos por historiadores, arqueólogos y expertos en el tema y la búsqueda del Santo Grial. (Una lista de lecturas recomendadas por el autor se puede encontrar en su página web: http://www.danbrown.com/novels/davinci_code/reviews.html).
Con tanta información, incluso el más escéptico acabará reconociendo que puede haber siquiera un grano de posibilidad, si no es que de verdad, en todo el asunto. Hay simplemente demasiadas cosas que cuadran. El código... es solamente la punta del iceberg.
El alfabeto contra la diosa
Ahora, para aquellos interesados en cuestiones un poco más mundanas (podríamos decir más científicas), una gran recomendación para seguir las pesquisas en pos de la verdad, vista a través de lo que posiblemente se podría denominar “la visión de los no victoriosos”, es El alfabeto contra la diosa: el conflicto entre la palabra y la imagen, el poder masculino y el poder femenino, de un cirujano, autor y conferencista norteamericano, Leonard Shlain. El título puede que solamente se les antoje a las feministas o los que se interesen en estudios de género, pero su atractivo abarca más allá de eso. Se trata de un condensado pero elemental recuento de la historia (más que nada la religiosa), la evolución de la humanidad y de cómo el advenimiento de la escritura ha venido funcionando en detrimento de la mujer. Shlain echa mano de datos científicos, apoyado fundamentalmente sobre el hecho relativamente conocido de cómo los hemisferios del cerebro tienen funciones opuestas y complementarias: el izquierdo —que controla las extremidades derechas— es el dominante y se encarga de las funciones lógicas, analíticas y verbales, encargándose de la lectura, el lenguaje, las abstracciones; mientras que el derecho —que controla las extremidades izquierdas— tiene sensibilidad espacial y está dotado de relaciones mayores con las emociones, la imaginación, el arte, lo no verbal. Por cuestiones evolutivas, el hemisferio derecho está más desarrollado en las mujeres y el izquierdo es más preponderante en los hombres. Un verdadero yin-yang anatómico.
Por consecuencia, lo que todos siempre habíamos dicho y sospechado es cierto: las mujeres poseen mejor intuición, son más propensas a abordar una situación con el corazón que con la mente y no detentan el poder porque el mundo no está construido alrededor de sus puntos fuertes; mientras que los hombres, poseedores de una agresividad innata, son mejores guerreros y mejores políticos, y el mundo está descomunalmente en sus manos porque el poder ha sido adquirido, en su mayor parte, por el uso de la fuerza.
Existen aquellos raros especímenes que logran cruzar estas barreras de género pero lo triste es que siempre acaban etiquetados con adjetivos injustos: los hombres son “raritos” (el mismo Da Vinci es considerado tal), las mujeres “masculinas”. El destacado poeta, crítico y lingüista británico Samuel Coleridge (citado en El alfabeto... por Shlain tal como es ponderado por Virginia Woolf en su Habitación propia) abogaba a finales del siglo XVIII por la “mente andrógina” —donde se conjuguen ambos atributos, ambos hemisferios— como la manera por excelencia de adquirir el equilibrio de nuestras dos polaridades, que son perfectamente conciliables. (El código Da Vinci defiende también esta gloriosa unión por medio de la relación Jesús-María Magdalena y nos expone una singular interpretación de la Mona Lisa.)
Así que lea este libro... y asegúrese de aprender a tocar algún instrumento musical o de explorar ese talento escondido para pintar.
A manera de ejemplificación de su teoría, Shlain hace un repaso conciso por las civilizaciones más importantes de la historia, resaltando la manera en que las necesidades socioeconómicas y políticas de los pueblos han ido reemplazando la imagen primigenia de una divinidad todopoderosa de denominación femenina que nuestros remotos antepasados solían adorar. Su aniquilación total, según Shlain, se debe a la invención de la escritura, una forma de comunicación lineal y abstracta, que favorece el funcionamiento del hemisferio izquierdo. (Los jeroglíficos son una maravillosa excepción, ya que se trataba de símbolos, que no de letras, y uno de ellos podía significar más de una sola cosa. Es un hecho datado que hacia el 2500 a.C., en la tierra del Nilo, las mujeres gozaban de mayor libertad e igualdad de derechos que incluso en la actualidad). Los ejemplos más notorios de esta intrigante teoría se hallan en los pueblos hebreos, cristianos y musulmanes. El pilar de estas tres religiones es nada más y nada menos que un libro; no es mera coincidencia, por tanto, que la población femenina de estos pueblos sea de las más oprimidas entre todas las culturas (por lo menos, en sus expresiones más extremas). El alfabeto contra la diosa abunda en ejemplos (desde el advenimiento del alfabeto con los sumerios hasta las desquiciadas cazas de brujas de los siglos XV, XVI y XVII) que esclarecen la razón por la cual el “segundo sexo” ha sido relegado a una posición de “inferioridad”.
Para terminar su impresionante investigación, Shlain resalta la correlación entre los descubrimientos y los sucesos que cambiaron la faz de la sociedad desde finales del siglo XVIII (la máquina de escribir, el electromagnetismo —con su unión de opuestos, positivo y negativo, para generar energía—, la fotografía, el cine, la radio, las revoluciones industriales, los poetas románticos, el Darwinismo, el psicoanálisis) con los avances paulatinos pero seguros hacia una mejor relación entre los sexos. No es coincidencia que la revaloración de la mujer en la sociedad se produzca en estos nuestros tiempos, que hacen tanto hincapié en la imagen.
El hilo conector entre El código... y El alfabeto... se encuentra en la develación de la socavación y suplantación masculina del innegable poder de la mujer, cuya principal supremacía reside en su capacidad inimitable de crear vida. Recordemos que la Tierra y la Naturaleza son Madres y no Padres y, por tanto, aunque ya no nos percatamos tanto de ello después de tantos siglos bajo la dominación de una sola divinidad masculina, la simple idea de que la fuerza creadora detrás de nuestro universo sea hoy concebida como una fuerza masculina va, en esencia, en contra de la naturaleza. Cuando nuestros primeros antepasados, los Homo Sapiens (privados, sea dicho de paso, de un lenguaje y de una sociedad estratificada y patriarcal) intentaron explicarse los fenómenos de su mundo, no tenían otra posibilidad que pensar en una Diosa, Madre de toda la Creación.
Dios nació mujer
Para abundar (pero no redundar) aún más en la cuestión, una indispensable recomendación se encuentra dentro de las páginas de Dios nació mujer del español Pepe Rodríguez. Atrás quedará la caricaturesca imagen del macho cavernícola golpeando a su mujer en la cabeza con su garrote y arrastrándola hasta su nido de amor para asegurar la continuación de nuestra especie. Todo lo contrario, al parecer. Una investigación sociológica y antropológica más que religiosa, Dios nació mujer se remonta hasta los meros principios de la humanidad, incluso antes de la aparición del Homo Sapiens, para comprobar, con fidedignos datos arqueológicos, que, en efecto, Dios era Diosa cuando el mundo era simple y sencillo y sin alfabeto; sin lenguaje siquiera. Y no era Diosa como imaginaríamos hoy a una diosa (una escultural modelo-actriz-cantante), sino como una mujer voluptuosa, con todos sus atributos bien resaltados, designados para señalar su don: su capacidad de procrear.
Es harto revelador el estudiar la evolución del pensamiento religioso y descubrir que las situaciones socioeconómicas y políticas de los pueblos determinan las características de sus dioses y no al revés: una diosa para las culturas primigenias horticultoras de hace millones de años; divinidades antropomorfas para los griegos antropocéntricos; dioses zoomorfos para los egipcios, habitantes del fértil valle del Nilo; y, claro, un Señor Todopoderoso e iracundo (con su Santa Trinidad masculina, un sólo hijo varón, su séquito de 12 hombres apóstoles y toda la retahíla de figuras patriarcales, papeles estelares en la historia de su “pueblo elegido”) para las religiones del “libro sagrado” donde la mujer no pasa de ser propiedad de su papá, su esposo, su hermano o el varón más cercano en relación a ella: de vírgenes a mujerzuelas a esposas infecundas.
Recuerden lo que dijo Voltaire: “Si Dios no existiera, tendría que ser inventado.”
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El código Da Vinci. Dan Brown. Traducción de Juan José Estrella. Ediciones Umbriel. 560 págs. (The Da Vinci Code. Doubleday, New York, 2003. 454 págs.)
El alfabeto contra la diosa: el conflicto entre la palabra y la imagen, el poder masculino y el poder femenino. Leonard Schlain. Traducción de Rafael Contes. Editorial Debate. Madrid, 2000. 512 págs. (The Alphabet versus the Goddess. Viking Penguin, 1998.)
Dios nació mujer. Pepe Rodríguez. Ediciones B, Barcelona, 1999. Edición de Suma de Letras, S.L., colección Punto de Lectura, 2000. 384 págs.
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Los autores
Dan Brown vive en Nueva Inglaterra. Es autor de cinco novelas de suspenso de gran éxito de ventas: Digital Fortress (Fortaleza digital), Angels & Demons (Ángeles y demonios), Deception Point (La conspiración), The Da Vinci Code (El código Da Vinci) y recientemente The Lost Symbol. La dirección de su página de internet: http://www.danbrown.com
Leonard Schlain, médico y profesor de medicina en la Universidad de California en San Francisco, fue también conferencista e inventó algunos instrumentos médicos innovadores. Su primer libro se llama Art & Physics: Parallel Visions In Space, Time and Light (‘Arte y física: visiones paralelas en el espacio, el tiempo y la luz’), publicado por Harper Collins en 1991. El alfabeto contra la diosa, publicado en inglés en 1998, se convirtió en pocas semanas en un éxito de ventas y provocó comentarios sumamente halagadores de la crítica. Murió el 11 de mayo de 2009. Su página de internet: http://leonardshlain.com/blog/
Pepe Rodríguez es licenciado en Ciencias de la Información y doctor en Psicología. Desde 1976 es periodista y se ha especializado en periodismo de investigación. Entre sus muchos libros se encuentran La conspiración Moon (Ediciones B, 1988); El poder de las sectas (Ediciones B, 1989); La vida sexual del clero (Ediciones B, 1995); Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica (Ediciones B, 1997); Mitos y ritos de la Navidad (Ediciones B, 1997) y Morir es nada (Ediciones B, 2002), entre otros. Su página de Internet: http://www.pepe-rodriguez.com
[Lecturas 4. Junio-septiembre de 2004]
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