miércoles, 28 de septiembre de 2011

Nocturno Belfegor, de Antonio Malpica



Ecos de la FIL-Saltillo 2011


Nocturno Belfegor,
de Antonio Malpica

Jesús Guerra

Sergio Mendhoza (así con hache, y aún no sé por qué), de 13 años de edad, es un mediador, una persona que ha recibido El Libro de los Héroes y por lo tanto tiene la misión de ayudar a un héroe a combatir a los demonios. Sergio vive sólo con su hermana Alicia, quien es estudiante universitaria, pues son huérfanos. Sergio tiene, además, dos amigos de su edad para los que cuenta con todo, Jop y Brianda, quien está secretamente enamorada de Sergio (a quien llama cariñosamente Checho. Jop lo llama Serch). Y tiene un amigo mucho más maduro, un policía cuarentón a quien llaman teniente Guillén. Y él es el héroe. Pero las investigaciones las realizan juntos, Sergio y Guillén, ya que, de más está decirlo, Sergio es un chavo muy inteligente, muy valiente y muy intuitivo (y obviamente extraño, pues ve demonios invisibles para los demás y cuando tiene problemas, o sea siempre, habla con una estatua de Giordano Bruno que está en una plaza frente a su departamento).

Debo aclarar que Nocturno Belfegor es el tomo dos de la saga El Libro de los Héroes, planeada para cinco volúmenes, y que yo no he leído el primero (aún), llamado Siete esqueletos decapitados.

En Nocturno Belfegor encontramos dos tramas paralelas (aunque no geométricamente paralelas pues en algún momento se juntan): por una parte a Sergio lo busca un sacerdote, el padre Cano, para que lo ayude ni más ni menos que con el exorcismo de una niña, Daniela, hija de una adinerada pareja, los Ferreira, pues el demonio mismo demandó la presencia de Sergio (al parecer son enemigos de tiempo atrás).

Aunque Sergio lo «vence» en ese momento, es decir gana la batalla pero aún no la guerra, este demonio lo amenaza y le dice que por las fechas de la Navidad, ya próxima, Sergio la pasará muy mal, pues será el inicio del fin para él.

Una de las tareas de un mediador es justamente ésa, mediar entre los demonios y el héroe que lo acompaña, o al que el mediador acompaña, según se vea. Y la primera obligación de un mediador es controlar su miedo, que en estas circunstancias debe de ser enorme.

En la presentación de esta novela en la Feria Internacional del Libro Saltillo 2011 (el viernes 9 de septiembre), el autor explicó que la idea de esta colección, El Lado Oscuro, de la Editorial Océano, pensada para jóvenes de 12 años en adelante, es precisamente que les dé miedo a los lectores. Y en la entrevista posterior que le hice (véase aquí mismo) le pregunté por la función del miedo en la literatura (y por extensión en el cine), y Malpica respondió que es muy sencilla: divertir. El miedo puede ser placentero cuando es controlado y seguro. Todo lo terrible que suceda en una novela queda encerrado en la novela al cerrar el libro. El lector sigue a salvo. Este miedo vicario es, por eso mismo, placentero, porque vivimos lo que le sucede a los personajes centrales, al identificarnos con ellos, sin que tengamos que enfrentarnos a dichos terrores en nuestra realidad. O como dirían los filósofos, en nuestra realidad 'real'.

Y le pregunté ademas «¿por qué demonios en una novela para jóvenes?» Lean su respuesta en la mencionada entrevista. Y es que a mí, en lo personal, que soy lector de literatura de terror, me pareció fuerte la idea de exorcismos y visiones demoniacas en un libro para jóvenes. Confieso que la novela tiene algunos momentos verdaderamente aterradores. Al final, por supuesto, como dice el mismo Antonio Malpica, todo termina bien para todos (o casi todos, digo yo, pues los personajes muertos no reviven).

La segunda trama de la novela esta relacionada con un millonario, Heriberto Morné, que anda detrás de una partitura de Liszt, y con las muertes, en circunstancias más que extrañas, de una serie de pianistas de la Ciudad de México.

Como ya señalé, Sergio, que es un chavo muy inteligente y le hace caso a sus intuiciones, ayuda a su amigo Guillén en la investigación de estas muertes, y a Sergio, a su vez, lo ayudan sus amigos.

La novela, que no es precisamente «corta» pues tiene 393 páginas, se deja leer rapidísimo por la agilidad de la trama, lo interesante de sus enredos, y lo espeluznante del caso investigado, el cual se complica al grado de que tanto el policía como los tres amigos terminan la investigación en la ciudad de Budapest.

La novela es autónoma, se puede leer sin haber leído primero la anterior, aunque tiene elementos que evidentemente la ligan con el primer volumen y otros que quedan pendientes para los títulos que siguen. De hecho, al terminar de leer esta novela quisiera uno tener a mano la siguiente para continuar de corrido con estas historias, pero para eso tendremos que esperar hasta el próximo año (Malpica se encuentra escribiéndola en estos momentos). Lo que sí podemos hacer es leer la anterior, que es lo que recomiendo, sin duda alguna. Es una novela para jóvenes que, al igual que muchas otras obras para jóvenes escritas en nuestros días, la disfrutan también los adultos que deciden hacer la prueba. Chavos (y papás de los chavos): hagan la prueba, lean estas novelas, les aseguro que no se van a arrepentir (o bueno, quizás un poco, cuando tengan que apagar la luz de la recámara para dormir... si pueden).

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Nocturno Belfegor. Antonio Malpica. Océano Travesía. El Lado Oscuro. México-España. 2011.

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Enlaces importantes:
* El blog de la colección de terror:
* El sitio de internet de Antonio Malpica:
* La entrevista a Antonio Malpica:


miércoles, 21 de septiembre de 2011

Entrevista a Claudia Piñeiro (2a de 2 partes)



Ecos de la FIL-Saltillo 2011

Claudia Piñeiro en la FIL-Saltillo 2011.
Foto: Jesús Guerra


Entrevista a Claudia Piñeiro
(Segunda de dos partes)

Ana Laura Cadenas

¿Cómo empezaste a escribir y por qué?
¿Escribir? Desde que yo sé escribir, agarrar una lapicera y escribir letras, escribo. Y siempre escribía cosas y las guardaba en mi casa y demás. Es al revés de otros escritores que no recuerdan haber escrito, que leyeron mucho y algún día dijeron yo también quiero escribir. En mí, la cuestión de querer expresarme a través de la palabra escrita me viene desde muy temprana edad porque me acuerdo de siempre estar escribiendo y siempre querer hacer composiciones en el colegio y contar historias y demás, y eso me llevó a la lectura, a ver qué contaban otros, no al revés.

Eres dramaturga, escribes literatura infantil y novela. De esas, digamos, tres diferentes formas de expresión de la palabra escrita, ¿qué te gusta más?, ¿tienes una favorita?
Sí, en realidad, lo que más me gusta es escribir novelas porque me da el tiempo para desarrollar los personajes que es lo que más me interesa, ¿no?, ir viendo quiénes son esos personajes, etcétera. Lo que pasa es que una novela es un proyecto de largo aliento, uno se pone a escribir una novela y sabe que va a estar años en esa novela. Entonces, cuando terminás una novela, y por no quedarte con esa angustia de no estar escribiendo nada, generalmente entre novela y novela me gusta escribir cosas para chicos en una época o dramaturgia en otra porque son proyectos más cortos. Una novela para chicos en general la resolvés en menos tiempo y el teatro también, en general lo resolvés en menos tiempo. Entonces me permite como un descanso. Y también las dos, tanto el teatro como la literatura para chicos tienen más libertad, en el sentido que en la novela te sentís como más apretado con determinadas cosas, que si son muy fantasiosas, que si son así, ¿no? En cambio en el teatro hay mucha más libertad poética y en la literatura para chicos hay mucha más libertad narrativa, de qué contar. Entonces son como vacaciones en medio de una novela y otra.

Claudia Piñeiro y Marcela
González Durán.
Y ahora, por ejemplo, entre escribir una obra y verla puesta en escena, y escribir una novela y que te la hayan llevado al cine… En una tú tienes más control de lo que estás viendo, en la otra no tanto. ¿Cómo te sientes respecto a eso?
En el teatro yo tuve más trabajos de equipo porque yo escribo la obra y generalmente la pone en escena un director amigo, entonces yo voy a ver los ensayos. Hay como una posibilidad más de trabajo en equipo, ¿no?, de corregir el texto en función de lo que te dicen, o de lo que ves, o de lo que aportan los actores también. En el caso de la novela, Graham Greene dijo que él había vendido muchas novelas para el cine y que lo que hay que hacer es cobrar y salir corriendo, una cosa así. Entonces, bueno, no digo que sea así, a mí no me resulta difícil porque como yo soy guionista sé que lo que voy a ver es algo distinto a la novela. Pero la realidad es que uno tiene que desprenderse del texto y ver qué hace el otro artista con ese texto, agregándole su propia impronta artística. Porque si no, sería el director un empleado del escritor que tiene que hacer exactamente la novela como la pensó y muchas veces la novela pensada desde lo literario no es lo mismo que lo que funciona en el cine. Por ejemplo, en Las viudas de los jueves cuando se adaptó hubo que sacar muchos personajes. La gente se enoja con eso porque dice «¿por qué sacó tal personaje?»; bueno es que para hacer una película hace falta concentrarse en los personajes, concentrarse en el tiempo, tomar determinadas resoluciones. A mí no me cuesta ver una película donde se hizo eso con mi texto. Tengo amigos escritores que les cuesta muchísimo hasta que les cambien una palabra porque dicen «es que yo esa palabra la pensé durante tres días seguidos y vas y la cambias».

O sea que para ti es, hasta cierto punto, por ejemplo, como ver la interpretación de Picasso de las Meninas.
Exacto. Qué provocó eso en el otro. Es que es una obra aparte. Disparada por lo que hiciste vos, pero en definitiva es una obra aparte.

Entonces, problemas de ego artístico, no tienes.
No. Además así, si la película fracasa, es mucho mejor para mí que sea una obra aparte. [Nos reímos.]

¿Hay planes de llevar alguna otra novela al cine?
Sí, Las grietas de Jara tiene una opción de compra, Elena sabe también, y Betibú, que es la nueva novela que saqué en Argentina, también está en proyecto de ser llevada al cine. Así es que de todas las novelas que hice he tenido una propuesta de llevarlas al cine. Lo que pasa es que a veces desde que se hace la opción de compra hasta que se genera el proyecto pasa mucho tiempo, porque son proyectos donde hay que juntar mucho dinero y demás, y capaz que pasan dos o tres años hasta que la película se realiza, y a veces no se realiza, ¿no?, pero todas despertaron interés para ser llevadas al cine.

Y después de la experiencia de Las viudas de los jueves, aunque no tienes ese problema de ego ni de tener que colaborar, ¿te ha surgido a lo mejor el deseo de ver si en los siguientes proyectos colaboras?
Sí, por ejemplo, ahora en la de Betibú, que está en proyecto de firmarse —el contrato todavía no se firmó—, me propusieron si de alguna manera quería mirar el guión, participar de alguna especie de supervisión del guión y sí, ahora tengo el deseo, porque me dan ganas de poder por lo menos marcar algunas cosas que yo creo que son fundamentales y que ésas no se cambien, después las demás sí, pero hay ciertas cosas que cambian la ideología del texto que me interesaría tener un control y poderlo ver, sí.

Hablando de Betibú, platícame un poco. Sé que no se va a presentar en México hasta el año que entra, pero…
Sí, en febrero. Bueno, es una novela que arranca con la muerte de un hombre en un barrio muy privilegiado, y este hombre aparece muerto de la misma manera en que mataron a su mujer tres años atrás. Todavía no hay nadie preso por la muerte de su mujer pero el consenso de la gente es que cree que él la mató. Entonces, como él aparece muerto de la misma manera que la mataron a ella, da la sensación que alguien se vengó o que lo mató el mismo que mató a la mujer; algo relacionado con la muerte de la mujer. Luego transcurre la novela y uno se entera más por qué aparece muerto de esa manera, pero digamos que los protagonistas no son ellos, digamos los muertos, sino la periodista, la escritora de policiales a la que le encargan instalarse en este lugar donde vive el hombre a averiguar qué fue lo que pasó, y dos periodistas del diario El Tribuno que es un diario muy importante en la novela y que está enemistado con el gobierno; entonces tiene problemas así de cómo se lleva con el poder, y que mandan a investigar a un chico joven, que recién aprende y que lo único que hace es buscar en Google las cosas, y hay otro periodista, que es el tercero en este grupo de investigadores, que es el que conoce la calle, el que sabe cómo se investiga, y de ahí se va a armar un equipo entre los tres donde cada uno le va prestando al otro de sus saberes como para encontrar un punto satisfactorio entre los tres.

Ayer platicabas un poco en la presentación el hecho de que en tus otras novelas hay algún crimen, que no ocupa necesariamente el primer plano, o una investigación y el trasfondo de algo que pasó, de una muerte que pasó. Y comentabas que en ésta, en Betibú, te lanzaste ya de lleno como a decir bueno, éste va a ser el plano primordial. ¿Por qué entrar a la novela policial en este momento?
Porque quería hacerme cargo del género, ¿no?, como que en las otras el género era secundario y hay una cuestión como de temor, porque a los escritores a veces nos parece que el género policial está visto como un género menor y entonces tratás de defender la novela, de decir, «bueno es policial pero tiene un montón de otras cosas», como que uno tuviera que estar siempre dando explicaciones de por qué escribió una novela policial. Entonces acá es como de alguna manera madurar con respecto a ese tema y decir, «bueno, es policial pero igual vale la pena leerla, desde mi punto de vista, y si querés leéla, pero es policial».

¿Tú crees que tus novelas anteriores te llevaron a este género? ¿A decir abiertamente, «ya, lo asumo»?
Yo creo que sí, porque en todas las novelas, aunque yo no las pensé de ninguna manera como novelas policiales, aparece el crimen, aparece el enigma, aparece la búsqueda de la verdad y eso me va llevando de alguna manera hacia el género policial. Entonces, creo que ellas me fueron llevando al género, sí. Totalmente. Al tratar de poner a los personajes frente a situaciones límite y demás, hicieron que me encontrara dándole vueltas al género policial.

¿Es un género en el que te piensas quedar?
No lo sé. Ahora la novela que empecé a escribir no es para nada claramente género policial pero yo siempre empiezo a escribir y después aparece un muerto, y ahí voy de nuevo para el género policial. [Ríe.] Pero de momento diera la sensación de que ésta no es de género policial pero yo desconfío de mi misma. [Ríe.] No sé si en algún momento irrumpirá esa obsesión, así como otros escritores tienen otras obsesiones.

A ti: el muertito que sale del clóset.
Sí, a mí siempre me sale un muerto del clóset. [Ríe.]

¿Cómo ha sido el recibimiento de lo que has escrito hasta ahora? ¿Cómo te has sentido con ellas?
Yo tuve mucha suerte que a todas las novelas les fue muy bien. La novela por la que me conoció todo el mundo, que no es la primera novela mía sino la segunda, es Las viudas de los jueves, y fue una novela que fue no solamente un best-seller así muy impactante en la Argentina, sino que además es lo que se llama un long-seller porque hoy, cinco o seis años después, se sigue vendiendo muchísimo; entonces, además es una novela que ha permanecido. A las otras novelas también, a todas, les fue muy bien. Ahora Betibú que salió a fines de abril, y de fines de abril hasta ahora sigue entre las cinco más vendidas. Además de que, digamos, la crítica la acompaña, tiene buenas críticas, hay un público lector que está esperando mis novelas y eso a mí me pone muy contenta, porque uno sabe que ese acto de comunicación que empieza con eso que uno está escribiendo va a llegar a otras cabezas donde se va a completar. Así que, bueno, por ahora es así, eso no quiere decir que no me pase en algún momento que uno escribe algo que a la gente no le importe, no le interese, no le llame la atención; pero hasta ahora tuve suerte con todo lo que he escrito.

¿Eso te pesa? ¿Te da una carga de responsabilidad? ¿Un cierto estrés?
El estrés tiene más que ver con escribir algo que no está bien o que no está tan pulido, qué se yo, y que a los editores igual les interese publicarlo porque saben que hay como una masa de gente que está esperando la próxima novela. Hay otros escritores que lo que les pasa es que tienen miedo que no los publiquen u otro tipo de cosas. A mí lo que me pesa un poco es que en las novelas que escribo yo intento ser en cada una, en algo, un poquito mejor que en la anterior, ¿no?, para no descansar sobre eso de «ah, bueno, como la otra la leyó tanta gente a ésta la va a leer también tanta gente».

Es decir, que para ti la presión es más bien en términos literarios.
Exacto. En términos literarios, exactamente. Tratar de tener un desafío en cada novela, de experimentar alguna cosa diferente que a lo mejor para el público es transparente y no se da cuenta, pero para mí como escritora sí hay un desafío en casi todas con respecto a la anterior, para lograr algo distinto a lo que venía haciendo hasta ese momento.

¿Tú sigues preparándote?
Sí, a mí me gusta mucho rechequear lo que escribo. Yo fui muchas veces a talleres de escritura creativa, con maestros que son escritores que les dan cursos a otros escritores. Pero además ahora, hace un tiempo, nos juntamos con varios amigos escritores todos los lunes a leernos lo que estamos escribiendo. Entonces funcionamos así: no hay un profesor, sino que cada uno llevá lo que escribe y entre todos opinamos sobre ese texto. Y a mí me sirve mucho hacerlo mientras estoy escribiendo; me interesa ese proceso. Hay otros escritores que no, que escriben todo hasta el final y hasta el final no se lo muestran a nadie. A mí me sirve irlo mostrando y ver qué pasa con eso.

Ayer mencionabas que tú ves una obra como una imagen y vas desarrollando esa imagen, luego empiezas a plasmarla en papel y a veces el final que tú pensabas no resulta ser el final que la obra misma te llevo a tener. ¿ empiezas con un final fijo? ¿Vas desarrollando la novela como viene?
No, cuando yo empiezo con esa primera imagen y ese primer conflicto, lo que dispara la historia, lo tengo muy claro cuando me pongo a escribir. Y no me pongo a escribir hasta pensar por lo menos hacia dónde va la historia y cómo va a ser el final. Lo que sucede es que cuando empiezo a escribir, muchas veces el final no es el que corresponde. Incluso me ha pasado estar escribiendo, ir por la mitad de la novela y estar trabada, trabada, y en ese momento descubrir que estoy trabada porque estoy queriendo ir hacia el final que había previsto cuando empecé a escribir y que ya no es el posible para ese desarrollo y esos personajes. Entonces, por una cuestión de obsesión y de sentirme tranquila, yo me siento a escribir pensando que sé el final, pero generalmente lo modifico, en casi todos los casos lo he modificado.

Para terminar, ¿escribes todos los días? ¿Tienes un horario?
Mientras mis chicos eran chiquitos, yo escribía con mucho método mientras ellos estaban en el colegio. Los llevaba a las ocho al colegio y los iba a buscar a las cinco y tenía todas esas horas como disponibles para escribir. Ahora que son más grandes y están menos pendientes de mí y me dejan mucho más tiempo libre, lamentablemente, porque uno quisiera también que sigan pendientes de uno [ríe], me desordeno un poco, en el sentido de que sé que si una mañana no puedo escribir a la tarde seguramente voy a poder escribir, o en la noche voy a poder escribir. Yo creo que, digamos, casi todos los escritores, por lo menos en Latinoamérica, con muy pocas excepciones, tenemos otros trabajos porque no podemos vivir de lo que escribimos nada más. Entonces también escribo para publicaciones, para revistas o cuentos para antologías o lo que sea, y además doy clases también de escritura creativa; entonces el tiempo de escribir termina siendo, como siempre, un tiempo robado a otras cosas, o a los chicos o al otro trabajo o a lo que sea, pero sí que lo que más me interesa es robarle el tiempo a otras cosas para escribir o para leer, así es que estoy muy atenta de eso.