lunes, 1 de julio de 2013

Del arte de contar. Breve conversación con Julián Herbert


Julián Herbert




Del arte de contar
Breve conversación con Julián Herbert

Cirilo Recio

Después de que Julián Herbert recibió el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska 2012 el escritor se volvió ojo de hormiga. Su presencia en Saltillo se redujo al mínimo. Los compromisos, presentaciones y los medios lo llevaron prácticamente de la Ceca a la Meca. De este modo, en Saltillo apenas realizó un par de presentaciones de la novela —Canción de tumba-— con la que obtuvo el premio: la primera en el Centro Cultural Vito Alessio Robles, la segunda en la Librería del Fondo Carlos Monsiváis.

Innumerables entrevistas concedió Julián con motivo de esta obra. Muchas de ellas sin que los entrevistadores leyeran siquiera el libro —como es común — pues estos días de desmesura mediática se caracterizan por la publicación instantánea de toda novedad aún sin digerir, máxime en tratándose de la industria editorial, maquinaria devoradora que reclama toneladas de letras cotidianamente.

Luego de leer Canción de tumba descubrí que habría muchas cosas de qué platicar con Julián. Ya lo había encontrado en la hora de la botana en la Sociedad Manuel Acuña, escuchando a Agustín Lara y a Nelson Ned en la sinfonola, pero todavía no leía su libro. Muchas cosas de qué hablar. Ahora ya no necesariamente de la novela misma, puesto que para hoy ya Julián debe estar más que harto de hablar de ella, eso sin contar con que en la obra todo está dicho ya. Pero sí de temas relacionados con la literatura, el arte de narrar, la industria editorial, la cultura y las instituciones. En fin, aspectos colaterales a la novela con la que logró el premio iberoamericano y alejados del engañoso interés del glamur.

En consecuencia traté de localizar a Julián por teléfono, por celular, por correo electrónico y hasta por Twitter. Semanas antes lo encontraba espontáneamente en cualquier parte. Ahora, por el contrario, apenas cruzábamos palabra por teléfono y todo posible encuentro se desvanecía. Así sucede. Sin embargo, todavía no tenía la idea central por la que conduciría la conversación, pero toda obra literaria es una invitación a dialogar, a comunicarnos. En este caso, el diálogo se había iniciado semanas atrás durante la presentación de la novela en la librería Carlos Monsiváis. Pero como digo, inquietantemente no podía ahora contactar a Julián, fuera de dos o tres disculpas mutuas por teléfono o Internet. Dejé entonces el asunto y me concentré en otros pendientes. Consideraba ya la oportunidad perdida cuando se programó, por medio de la Secretaría de Cultura, un taller sobre poesía mexicana a cargo, precisamente, de Julián. No me fue posible asistir al curso, aunque en el penúltimo día del mismo me lo encontré en compañía de algunos asistentes. Se concretó entonces para el día siguiente la conversación, la cual ahora presento aquí.


Hace calor. Se desparrama un aroma de café. El Museo de las Artes Gráficas, en las áreas destinadas a los talleres gráficos, es el sitio donde se lleva a cabo esta charla:

Cirilo Recio D.: Julián, tengo la impresión de que en la actualidad existe una enorme presión sobre los escritores, especialmente los jóvenes; las empresas editoriales por lo general no escatiman presupuestos, publicidad y otros recursos que incluyen presentaciones fastuosas para promover a quien observan con cierto talento o capacidades de venta. Los grandes monstruos como García Márquez, Vargas Llosa, Borges, y otros, siguen dando dividendos, pero los jóvenes importan mucho más porque representan un mercado hacia el futuro. En lo personal, ¿tú, cómo sientes esta presión de la industria editorial?

Julián Herbert: Bueno, en general a mí me ha ido bien con la industria editorial, en parte porque como yo escribo poesía y ese es el mundo en el que yo me desenvuelvo, esto me ha dado cierta distancia de estos núcleos, porque la parte grande de la industria editorial tiene que ver más con la narrativa. A mí me pasó con Canción de tumba, sí fue muy desgastante todo ese rollo de presentar la novela, de viajar y todo eso, pero todo esto ya se acabó también, o sea, duró un período y para mí, ahorita, lo más importante no es escribir otra novela. Supongo que lo voy a hacer, pero no tengo la pretensión, no tengo la perspectiva de escribir otra novela ya en este momento. Yo estoy terminando ahorita un nuevo libro de poemas, estoy esperando todo ese proceso de revisión y tal, y el ritmo es totalmente distinto, porque cuando publicas un libro de poemas te hacen una o dos entrevistas y ya. Para mí lo que ahora sí es demandante es que estoy tratando de vivir de escribir. Y eso sí me implica hacer un editorial o hacer una crónica o viajar para investigar algo en particular, o sea, la chamba cotidiana de escribir.

CRD: El otro día estaba yo leyendo un librito muy breve de Carlos Fuentes, casi un opúsculo que habla de Machado de Assis, se llama Machado de la Mancha, y es un librito que habla sobre como la tradición de Cervantes, la escritura desde el Quijote se había perdido en los siglos y se había vuelto realista o psicológica, pero carecía de las cualidades de la ficción y de la capacidad de crear mundos nuevos, y en ese librito de Fuentes del año 2000, creo, vemos justamente lo que hace un escritor, es decir, aborda el tema desde todos los planteamientos que permiten verlo por completo, de modo que no deja ningún cabo suelto, en ese sentido me gustaría platicar contigo sobre lo que consideras que es el arte de contar, el arte de narrar. Y me refiero a esto porque en algún punto de tu novela dices, no son palabras exactas porque lo estoy diciendo de memoria, dices: “esta es una novela de suspenso, desde el punto de vista de la poética, no de la técnica para mí, no para ti”, y más adelante, al concluir el episodio al que te refieres, dices: “esta es una novela de suspenso, desde el punto de vista de la técnica, no de la poética, para ti, no para mí”. Esto me parece muy interesante porque planteas aquí todo un tema sobre la recepción de la obra y su creación, el autor y el lector.

JH: Para empezar, hay esta cosa de enfocar la literatura que se llama la poética cognitiva, con la que me siento muy de acuerdo, muy allegado. Toda la literatura es cultural, pero la base de la que parte es biológica, una circunstancia biológica, no es una técnica literaria sino un proceso de pensamiento; es decir, narrar es una forma de organizar información desde una perspectiva neurobiológica. Para mí es muy interesante porque el aprendizaje de una técnica narrativa es un proceso de autoconocimiento. Se hace conexión con la neurobiología. Parte de los procesos que utilizamos para construir recuerdos son semejantes a los procesos que utilizamos para construir narraciones. Entonces, creo que la memoria se refina también cuando tienes una técnica para narrar; de alguna manera también la habilidad para narrar mejora tu memoria, y eso intensifica la vida. Para mí narrar no es nada más darle a alguien una técnica que le funcione, yo creo que se trata de darle una plenitud al sentido de lo humano.

CRD: En ese sentido es palpable que el hombre o la mujer cuando llega a una edad avanzada, es muy común que cuente historias y anécdotas de su juventud, cuando los hijos muchas veces ya no quieren escucharlas porque las consideran aburridas, pero en realidad para la persona que las está recordando son tan importantes, son su propia vida. Contar las cosas de otra manera. Pero hay otra cosa que me inquieta un poco, y es que además de la industria editorial el escritor se enfrenta con otros problemas. Por ejemplo, la cultura vista a través de las instituciones. Recientemente se presentó en Saltillo, en el Festival Ambulante de Documentales, uno que sobre Paul Simon, y en ese documental le preguntan al músico —durante un concierto que dio en Sudáfrica en desafío al boicot cultural que impuso la ONU a ese país por el apartheid—, le preguntan sobre los políticos, los funcionarios y el arte. Simon dijo que muchas veces los políticos utilizaban al músico, al artista, para presentar un concierto, un libro, una exposición, y de esa manera hacer sentir al público que estaban en concordancia con sus sentimientos y su visión artística. Pero ese puente era injusto para el artista porque solamente servía para usufructo del poder político. El artista, entonces, se ha convertido en un mediador de la democracia. En nuestro medio, en Saltillo, en Coahuila, ¿cómo percibes tú estas situaciones?

JH: Para mí es un poco difícil hablar de ello por varias razones. Una es porque trabajé varios años en la burocracia, es decir, me tocó ser parte un poquito de esa maquinaria. Y por otro lado también yo me he sentido muy decepcionado de muchas cosas. No es la primera vez que lo digo. Yo trabajé muchos años, 14 años, en el servicio público y lo hice por convicción, lo hice porque yo sí creía que uno puede ser un funcionario público y ser honesto y confrontarte con la crítica de afuera y hacer proyectos que valgan la pena; estoy muy orgulloso de muchas de las cosas que hice. Luego, cometí muchos errores también. En general, estoy decepcionado porque siento que muchas de las cosas por las que me desgasté, ahora no existen, están hechas pedazos, están hechas pedazos porque a México le falta el significante que puede ser la memoria; más allá de lo autoritario que pueda ser el poder, le falta memoria; en México el poder no tiene memoria, y entonces no importa cuánto te esfuerces por construir una editorial, o hagas un proyecto para un grupo de chavos, hay un punto en que eso se abandona, porque si no hay quién se ocupe de eso entonces vale madre, se deja perder.

La otra parte por la que es complicado hablar de ello, para mí, es que yo estoy desprendido de lo que sucede en la ciudad. Nació mi hijo hace tres años y medio, y me aislé mucho. Me fui a México y me dediqué a mi propia realidad; y segundo, con el desmadre que fue la novela, he pasado año y medio fuera de Saltillo. Ahorita ya no, ahorita ya estoy mucho más tranquilo, ahorita ya pasaron mis cinco minutos de fama, por fortuna, ¿no? Ya estoy mucho más relajado. Pero también me desconecté, me desconecté de esa cultura institucional, y siento que no tengo una perspectiva muy clara, la neta, pero al mismo tiempo no me siento muy entusiasmado con lo que veo. Con esto no te quiero decir que no volvería a trabajar con la burocracia, porque yo trabajaría donde me den chamba. Pero en este momento lo que a mí más me interesa es que estoy trabajando con Mabel Garza en un centro cultural, que es La Besana, porque lo que más me interesa es el enfoque de la sociedad civil, la producción cultural desde la sociedad civil, porque todo lo que construyas desde la sociedad civil tú eres responsable de conservarlo, pero lo que construyes desde las instituciones públicas desaparece. Desaparece y… a mí me da tristeza que ya no hay ediciones, por ejemplo; hay chavos ahora que están escribiendo y hay todo un proceso literario y esos chavos no tienen un fondo editorial donde publicarlo. Y a mí me da pena, me da pena porque en este momento la literatura coahuilense rifa a nivel nacional, y hay escritores que están escribiendo fuera y recibiendo premios, pero eso se generó porque había un medio editorial que se perdió.

CRD: El otro día estaba escuchando en la radio… Creo que ya te llaman para continuar el taller; en otro momento ojalá que podamos platicar, más informalmente, con unas cervezas de por medio… Muchas gracias.

JH: Gracias a ti.

Saltillo, Coahuila.
Abril 2013

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