martes, 18 de febrero de 2014

La revelación del significado, de Domingo Ortiz Montes




La revelación del significado
de Domingo Ortiz Montes

Cirilo G. Recio Dávila

En la sección «La lucha de todos los días se funda en el amor», de su libro La revelación del significado, Domingo Ortiz hace una exploración sobre la forma de abordar a la elusiva condición humana. En 14 ensayos breves reflexiona de manera empírica sobre las capacidades del ser humano para afrontar la realidad. Nos recuerda que somos seres libres y también sujetos a las contingencias. Son palabras que nacen desde luego de la propia experiencia, de ese conocimiento que todos nosotros vamos adquiriendo a través de lo vivido, esa filosofía personal que nos dice cuál es el sentido de la voluntad, de la libertad, del trabajo o del amor. No son reflexiones para leer en cualquier momento, porque el ruido ambiente, así como el ajetreo cotidiano son condiciones cuasi permanentes en nuestros días y por lo tanto es muy difícil que podamos encontrar ese espacio que se requiere para leer una reflexión de este talante.

Sin embargo estos ensayos pueden encontrar su cauce en la lectura pausada, en esos momentos en los que el río de la conciencia hace un remanso de tranquilidad y mesura. Es entonces cuando podemos ver en estos breves pensamientos articulados un paralelo con nuestras propias vidas, en nuestro propio pensamiento, puesto que nadie es ajeno a esa capacidad de interpretación y de reflexión acerca del vivir. En ese tiempo de silencio que se produce entre el trajinar cotidiano y el reposo indispensable, siempre hay valiosos períodos en los que no ocurre nada y por lo tanto podemos disponer nuestra atención a la lectura de la reflexión y asimismo reflexionar.

Por otra parte «La lucha de todos los días se funda en el amor» es un trabajo que tiene una característica inherente que es difícil de soslayar: está dirigido explícitamente a despertar, a provocar, a enseñar un camino y hasta a servir de faro y de guía a los lectores que así lo necesiten. Y este afán de didactismo ocurre porque a Domingo le preocupan las situaciones humanas que en llegando al límite, rozan ya con la desesperación y el pavor de vivir. Ese fue de hecho el origen de este escrito, porque —aunque sin ser expertos en política pública o en salud mental— es muy evidente que en estos días de velocidades apabullantes, cuando es posible comunicarnos por medios instantáneos a enormes distancias y cuando los automóviles y vías rápidas nos ponen en minutos en lugares extremos, es muy evidente que llegamos en instantes al otro lado del mundo, pero no sabemos para qué, el sinsentido de la vida humana es más palpable que nunca si podemos pasar horas ante una pantalla pero no sabemos para qué nos sirven la razón, las emociones y los sentimientos.

Estamos sujetos a nuestras propias pasiones y no conocemos la razón de ello. Llegamos en unas horas a ciudades lejanas para cerrar un negocio, para encontrar la playa adecuada a nuestras vacaciones o para entrar a trabajar a la fábrica y la oficina, pero no advertimos cuáles son las motivaciones que hacen de todo esto algo en verdad valioso: ¿mera sobrevivencia? ¿Competencia y rivalidad para ser los mejores? ¿Encontrar la felicidad? ¿Huir del dolor, de la inseguridad, la duda, la violencia y la muerte? Y si es así, ¿es suficiente lo que hacemos para lograr estos fines?

«La lucha de todos los días se funda en el amor» se inscribe en La revelación del significado, un proceso más depurado por Domingo, que implica también otra aproximación a una filosofía personal y vitalista, un paseo por «Las mil y una razones para entender que el mundo no es cuadrado»: máximas, pensamientos, fragmentos, retazos, aforismos que como si fueran un prisma que modifica el curso de la luz, le proponen al lector una nueva mirada sobre las cosas y la realidad cotidiana.

Esto tiene en mi opinión un valor relevante, porque la reflexión sobre la vida es un proceso universal en el sentido de que nadie puede sustraerse del pensar, de interpretar la realidad y de generar un proceso de reflexión sobre lo que se vive, pero es la relación que establecemos entre nuestras propias reflexiones y las de los demás que ocurre el movimiento, en esta comunicación es que se produce el desarrollo del pensamiento humano. Son pues tres libros en uno. El primero («La lucha de todos los días se funda en el amor») está compuesto por ensayos, el segundo («Las mil y una razones para entender que el mundo no es cuadrado») por breves destellos aforísticos y el tercero, que le da el título al libro, revela el significado de las cosas.

En esta trilogía el autor no propone un camino unívoco. No intenta ofrecer un dictado absoluto. Es más bien un conjunto de razonamientos personales que trazan una posibilidad didáctica. Es el intento personal de proporcionar a las demás personas reflexiones a que su autor ha llegado. Es decir, Domingo ofrece al lector sus propias conclusiones sobre los sentidos, las lamentaciones, el amor, la gratitud, el trabajo, la voluntad, el destino, el origen, el miedo, los dones y la fortuna, el orden, las palabras y la divinidad, la constancia y las múltiples posibilidades de la vida.

Al establecer este texto de esa forma el escritor abre las posibilidades a la reflexión de los lectores, que habrán de coincidir o diferir de lo que se propone en estas páginas. Por otra parte, esta calidad empírica del texto le confiere un atributo interesante: su didactismo. Si nos atenemos al hecho de que toda educación, toda enseñanza —para que sea tal— requiere que el que aprende lo haga en libertad, sin condicionamientos ni obligaciones por parte de quien educa, entonces un escrito que pretenda dar un aprendizaje ha de tener en sí mismo esta virtud: dejar en libertad de decidir sobre lo que postula.

En este sentido el libro que comento tiene el hándicap —la ventaja y la desventaja simultáneas— de que los lectores pueden muy bien pensar «¿Cuál es la razón para leer estar reflexiones, si yo mismo tengo mi propia filosofía de la vida?», o también «¡Qué bien que alguien me ofrece estas reflexiones!» Para el autor y su obra estas dos posiciones son irrelevantes puesto que el libro ha sido erigido desde una actitud de generosidad y responsabilidad personal. También es preciso decir que no se trata en ningún sentido de una obra de filosofía como la que uno puede atender en personalidades como Erich Fromm, J. Krishnamurti o Wilhem Reich, ni tampoco un texto que nazca de la fusión del arte con las respuestas a la existencia, como podemos verlo en Rabindranath Tagore, Robert Musil o Gibran Jalil Gibran. Tales posibilidades están fuera del campo de este trabajo.

Domingo parece en cambio dirigirse coloquialmente al lector, como en una conversación de tú a tú. En este sentido sus reflexiones no exigen conocimientos profundos, ni tampoco una sensibilidad artística depurada, que serían sine qua non en obras de mayor complejidad (como ocurre por ejemplo en otros libros de nuestro autor). Pienso que esto es así por la naturaleza y origen de estos textos. Naturaleza y origen sentimentales, íntimos y enraizados en preocupaciones que el autor tiene sobre nuestras realidades caóticas. Veámoslo en algunos fragmentos del texto:

«…En la historia el hombre ha sido el artífice maravilloso de sí mismo, lo es por esa capacidad de adaptación y de transformación, su presencia en la tierra ha señoreado los más remotos espacios y lugares, el dominio de la inteligencia lo hizo el factor de cambio dominante, creó las ciudades y ese miedo ancestral que nos hizo huir de un lugar para subir a la montaña y vivir en los sitios más escarpados, fue uno de los ingredientes en el desarrollo del hombre.» (p. 87, «El miedo»).

«…Soy el mejor, nada hay que me pueda detener, (debemos) vernos de frente y así sabremos poco a poco del gran cambio que vamos haciendo en nuestras vidas. No debemos perder de vista que una de las mejores fórmulas o certezas existentes para combatir el miedo nos la da la verdad, la certeza y su luz, el conocimiento, son herramientas para erradicar el miedo, para borronear los prejuicios y los sinsabores, las inseguridades y los fantasmas. De hecho debemos pensar en la vocación que tenemos de aprender y de ser en el conocimiento, que la mejora y más apropiada canción que podamos entonar es la que nos dicta la sabiduría.» (p. 89, «El miedo»).


Domingo Ortiz


Es evidente que el escritor no teme al escrutinio público, esa pusilanimidad le es ajena. La escritura, desde el periodismo hasta la más depurada literatura es una profesión de libertad ética, temer al juicio de la mirada ajena, del público o de la historia nos dejaría sin escritores y traicionaría voces como las de Borges, el Marqués de Sade, Beaudelaire o Mario Vargas Llosa. Escribir es un reto que es asumido desde la perspectiva de un compromiso personal. En ese sentido es valioso que una entidad pública como lo es el Consejo Editorial del Estado haya levantado el guante para poner esta edición en manos de sus posibles lectores.

En momentos como los de hoy en que la incapacidad para el compromiso es patente en todos los medios, es muy interesante y valioso advertir que alguien como Domingo Ortiz emprende una causa personal. Qué tan atinada sea esta empresa, qué tan efectiva resulte para los propósitos que el propio autor se trazó, es una incógnita que no pertenece al alcance de este comentario. El evidente propósito de este libro de servir de guía didáctica para la vida debe probarse en el criterio de sus lectores.  

Ahora bien, este texto no carece de otros valores: no es una obra acuñada en el ámbito artístico, pero su factura contiene valores estéticos al proponer un discurso de reflexiones personales que muestran la vida interior del autor. Podemos estar de acuerdo o no con sus palabras, podemos haber llegado a razonamientos semejantes por nosotros mismos, podemos tener pensamientos contrarios y distintos a los que plantea Domingo, pero la cualidad más valiosa de su texto está en la sinceridad con que ha sido elaborado. Esta sinceridad me permite disculpar lo que en mi breve juicio estimo impreciso. Por ejemplo al hablar del orden señala:

«… Hay una parte de los hechos futuros que corresponde al azar, pero puede ser la definitiva, aunque se puede decir que en la mayoría de los casos, en casi todos los casos, es de menor impacto o efecto, pero esa parte o ese segmento, es el que va a corresponder a la decisión intervenida, a la que podemos, casi de manera inmediata, mover a fuerza de voluntad propia, podemos así en el mejor de los casos, abolir el azar.»

Ahora bien, pienso, si una parte de los hechos pertenece al azar y puede ser la definitiva, no puede ser entonces que en la mayoría de los casos sea la de menor efecto, aun cuando la voluntad individualmente intervenga para modificar el azar. No obstante, tales imprecisiones son producto de la naturaleza del libro, puesto que Domingo va perfilando el discurso así como el explorador camina por la selva desconocida en A prueba de todo y supuestamente va encontrando un mundo nuevo para él. Domingo Ortiz va revelando su discurso desde un razonamiento dialéctico, tamizando por la razón los valores que considera pertinentes.

Enseguida quiero referirme a un par de cosas más que incitan a la reflexión. En la parte de la lucha cotidiana que se fundamenta en el amor, se observa un discurrir formulado desde un nosotros y de un deber ser. Abundan entonces afirmaciones que señalan por ejemplo: «Debemos buscar la felicidad…» o «debemos ser congruentes con nosotros mismos…» o «debemos intentar con todas nuestras fuerzas alcanzar el éxito.» Esta construcción del discurso le otorga entonces un carácter dogmático que puede llevar, uno, a sentir como lectores una imposición de criterios, y dos, a pensar que el autor habla a partir de un yo plural, desde una convención universal, de un conocimiento mutuo. Me decanto definitivamente por la segunda alternativa, por la propia naturaleza del texto. Ahora me explico, los mismos ensayos que lo conforman, van señalando la zozobra, la duda, en errabundo peregrinaje de toda obra de creación, por eso, esos «debemos ser» pueden considerarse como las tentativas del arquero que afina su puntería y no sabe todavía lo que va a pasar…

El arquero, el arco, la flecha y el blanco son una sola cosa, nos dice —de otra manera, claro— Lao Tse en el camino del Tao, el Tao Te King. Pero las revelaciones de Domingo, sus reflexiones apocalípticas, por así decir, están más cerca del razonamiento monacal, de los monjes occidentales que del Oriente, aunque también intenten orientarnos.

La segunda cosa a la que quiero referirme es a la dificultad práctica de llevar estas sopesadas argumentaciones a la atmósfera de la realidad. Primero es comer y luego ser cristiano —reza un dicho que el propio Sancho Panza hubiera suscrito—. En un medio sociocultural como el nuestro, quienes viven en los mayores agobios, las personas más vulnerables y vulneradas por las dificultades económicas, materiales y culturales, las desigualdades, la violencia o la injusticia son quienes menos acceso pueden tener a una obra de esta índole. Quien vive en medio de la violencia, en la prisión, en las colonias marginales, en condiciones de inseguridad, difícilmente encontrará el tiempo y el espacio para leer las reflexiones que puedan ofrecerle el estímulo para levantar la frente y el corazón. Esto desde luego que no demerita, de ninguna manera, el trabajo de Domingo Ortiz. Pero sí señala que en una labor de desarrollo social y sustentable son necesarios esfuerzos concurrentes a las iniciativas individuales.

Enhorabuena que el Consejo Editorial del Estado se haya hecho eco de la revelación del significado. Ello significa que va por buen camino. O para decirlo con palabras de Domingo Ortiz, en la página 231 leemos el versículo 510: «A veces la realidad es la metáfora de nuestro pensamiento y puede ser que en esa realidad emergente, que implica la realidad de todos los días veamos a nuestros sueños cobrar vida.»

Felicitaciones a la Librería del Fondo de Cultura Económica Carlos Monsiváis y a su atinado equipo, por programar una presentación de este talante. Esto da constancia de que existen en el medio institucional preocupaciones vitales para mejorar nuestro entorno.

¡Y qué puedo decir de José Domingo sino reconocer con estimación, respeto y admiración esta labor que se ha echado sobre los hombros para corregir el rumbo de los pasos humanos! Y ahora, considerando, como dicen los abogados, considerando las propias palabras de nuestro autor que entre los aforismos que nos ofrece nos dice que: Entendió que era un escritor cuando descubrió que faltaban muchas cosas por decir, y para dar cabida a otras posibilidades se hizo el propósito de ser más breve, considerando también que el silencio es la voz más perfecta, no digo más que muchas gracias.

[Este texto fue leído por su autor en la presentación del libro, el martes 6 de noviembre de 2013, en la Librería del Fondo Carlos Monsiváis, en Saltillo, Coahuila, México.] 

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La revelación del significado. José Domingo Ortiz Montes. Consejo Editorial del Estado de Coahuila. 2013. 380 págs.

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