lunes, 18 de diciembre de 2017

Literatura navideña




Literatura navideña

Jesús Guerra

Si tenemos en cuenta lo extendida que está la tradición de la Navidad, sobre todo en Occidente, y la importancia que tiene en nuestra época, tanto en términos religiosos como comerciales, es evidente que exista también una gran tradición literaria navideña, una tradición literaria que, como la misma tradición religiosa, ha ido cambiando con el tiempo.

Para mucha gente, la Navidad no es más que una temporada de vacaciones en las que hay una cena familiar, acompañada casi inevitablemente de una gran cantidad de alcohol, «cuetes» y luces de Bengala, porque se festeja algo importante, aun si no son capaces de decir exactamente qué es y porqué es importante. Para otros, lo importante son los adornos: es la temporada de poner un pino y llenarlo de objetos y luces, de llenar la casa de coronas, igualmente arregladas, de colocar infinidad de muñecos, pinturas y juguetes que representan a Santa Clos, y, por supuesto, de colocar un nacimiento (un Belén, dicen en España), que puede ir de lo más sencillo hasta lo monstruosamente extravagante. Hay unos que hasta dinosaurios tienen, o jirafas, por supuesto, deliciosamente desproporcionados.
 
Para otros, la Navidad es la temporada de los regalos, sin saber por qué se dan o cuál es el significado de recibirlos. Lo importantes es la compra, o la venta de dichos regalos, dependiendo de qué lado de la barrera comercial se encuentren. Para otros más, con un sentido religioso más profundo, es una época de alegría reflexiva. Y para otros de este grupo, una alegría expansiva: son los que cantan villancicos, piden posada (en lugar de sólo asistir a una serie de fiestas con problemas de identidad), y van a representaciones de pastorelas.

Para otros más, es un tiempo de nostalgias, de tristezas y depresiones, que a veces tienen que ocultar... si es que pueden.


Para la mayoría, es un tiempo en que se mezclan todos esos elementos en mayor o menor medida. Sin embargo, una de las tradiciones que se han perdido dentro de esa gran tradición navideña, es la de leer historias navideñas, pero hubo épocas en la que esta tradición de la lectura de obras relacionadas con la Navidad fue muy importante. Ahora la hemos cambiado por las películas, por lo general cursis comedias relacionadas con esta celebración, y en particular con la figura de Santa Clos. Y si en el cine no se estrena ninguno de estos filmes, los canales de televisión se encargan de reciclar las viejas cintas navideñas, que a veces ve la familia, y a veces sólo están en la pantalla de la televisión enmudecida, mientras la familia cena hasta el hartazgo y se dan regalos unos a otros.

«La Navidad ya no es lo que era», dicen los viejos. Y tienen razón, porque todo cambia, y no necesariamente para mejorar. Y, como les decía, la tradición literaria navideña ha cambiado también. Hace varios siglos, se representaban obras de teatro en las iglesias, obras llamadas autos sacramentales, como «El auto de los Reyes Magos», del siglo XI. O «Las églogas representadas la misma noche de Navidad», de Juan del Encina, del año 1496. O se leían obras líricas como «Villancico a la misma noche», de Cristóbal de Castillejo, de 1573. Por supuesto, esto era en España (para estas últimas fechas en México apenas andábamos creando nuestro particular sincretismo).

Luego llegaron las narraciones de Navidad, como «El cascanueces», de E.T.A. Hoffman, de 1816, o «Nochebuena», de Gogol, de 1832, y pocos años después «Canción de Navidad» o, como la conocemos ahora, «Cuento de Navidad», de Charles Dickens, de 1843, que muy probablemente sea el relato navideño más popular hasta ahora. Pero la tradición ha continuado. Hay cuentos relacionados con la Navidad de autores como: Hans Christian Andersen, Dostoyevski, Pedro Antonio de Alarcón, Gustavo Adolfo Béquer, Alphonse Daudet, Ignacio Manuel Altamirano, Guy de Maupassant, Antón Chejov, Leopoldo Alas Clarín, Rubén Darío, Óscar Wilde, Benito Pérez Galdós, Luigi Pirandello, Emilia Pardo Bazán, Ramón del Valle Inclán, O. Henry, Isaac Asimov, Ramón Gómez de la Serna, C.S. Lewis (el autor de las historias de Narnia), Truman Capote, Azorín, Francis Scott Fitzgerald, Vladimir Nabokov, Paul Auster, Gabriel García Márquez, y Ray Bradbury, por mencionar sólo a algunos de los autores más conocidos.


Si en un principio estas historias, como las obras teatrales y las obras líricas más antiguas, trataban de asuntos de los personajes implicados en la historia que se supone celebramos con la Navidad, con el tiempo los argumentos pasaron a tratar asuntos relacionados con la gente, con personas comunes y corrientes —con las cuales podemos identificarnos los lectores— y lo que les sucede en los días de la Navidad. Muchas de estas historias son tristes, porque pretenden hacer que el lector reflexione, que se aleje de la locura consumista y sea menos egoísta, que recuerde que el espíritu de la Navidad está conformado por la caridad, el amor, el desprendimiento, y la ayuda a los demás. Las historias contemporáneas más bien lo que hacen es retratar a los que, por el motivo que sea, quedan fuera de la celebración. Son también, la mayoría, historias que tratan sobre personas solitarias, enfermas, muy ancianas o muy pobres, es decir: olvidadas. En este sentido, también pretenden hacer reflexionar al lector para que éste mire hacia otros lados, que conozca otras realidades.
 
Hay también, por supuesto, narraciones cómicas, extravagantes, misteriosas, de ciencia-ficción, de suspenso, de crímenes, de terror... Hay incluso cuentos eróticos navideños. La Navidad se puede incluir en cualquier tipo de narración. El único límite es la imaginación de los escritores... y de los editores.

Y así como hay, en nuestros días (pues antes hubiera resultado sacrílego) todo tipo de narraciones navideñas, pues existe todo tipo de escritores, hay también todo tipo de lectores. ¿Usted qué tipo de lector es? Lo invito a que busque las obras literarias navideñas más afines a su gusto, en librerías, en bibliotecas, en revistas, en librerías de libros usados, en libros electrónicos, en páginas de Internet, y, si todavía no lo sabe, descubra qué tipo de lector navideño es. Lo importante, en todo caso, es celebrar la Navidad, también, leyendo.




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