Literatura navideña
Jesús Guerra
Si tenemos en cuenta lo extendida que está la tradición de
la Navidad, sobre todo en Occidente, y la importancia que tiene en nuestra
época, tanto en términos religiosos como comerciales, es evidente que exista
también una gran tradición literaria navideña, una tradición literaria que,
como la misma tradición religiosa, ha ido cambiando con el tiempo.
Para mucha gente, la Navidad no es más que una temporada
de vacaciones en las que hay una cena familiar, acompañada casi inevitablemente
de una gran cantidad de alcohol, «cuetes» y luces de Bengala, porque se festeja
algo importante, aun si no son capaces de decir exactamente qué es y porqué es
importante. Para otros, lo importante son los adornos: es la temporada de poner
un pino y llenarlo de objetos y luces, de llenar la casa de coronas, igualmente
arregladas, de colocar infinidad de muñecos, pinturas y juguetes que
representan a Santa Clos, y, por supuesto, de colocar un nacimiento (un Belén,
dicen en España), que puede ir de lo más sencillo hasta lo monstruosamente
extravagante. Hay unos que hasta dinosaurios tienen, o jirafas, por supuesto,
deliciosamente desproporcionados.
Para otros, la Navidad es la temporada de los regalos, sin
saber por qué se dan o cuál es el significado de recibirlos. Lo importantes es
la compra, o la venta de dichos regalos, dependiendo de qué lado de la barrera
comercial se encuentren. Para otros más, con un sentido religioso más profundo,
es una época de alegría reflexiva. Y para otros de este grupo, una alegría
expansiva: son los que cantan villancicos, piden posada (en lugar de sólo
asistir a una serie de fiestas con problemas de identidad), y van a
representaciones de pastorelas.
Para otros más, es un tiempo de nostalgias, de tristezas y
depresiones, que a veces tienen que ocultar... si es que pueden.
Para la mayoría, es un tiempo en que se mezclan todos esos
elementos en mayor o menor medida. Sin embargo, una de las tradiciones que se
han perdido dentro de esa gran tradición navideña, es la de leer historias
navideñas, pero hubo épocas en la que esta tradición de la lectura de obras
relacionadas con la Navidad fue muy importante. Ahora la hemos cambiado por las
películas, por lo general cursis comedias relacionadas con esta celebración, y
en particular con la figura de Santa Clos. Y si en el cine no se estrena
ninguno de estos filmes, los canales de televisión se encargan de reciclar las
viejas cintas navideñas, que a veces ve la familia, y a veces sólo están en la
pantalla de la televisión enmudecida, mientras la familia cena hasta el
hartazgo y se dan regalos unos a otros.
«La Navidad ya no es lo que era», dicen los viejos. Y
tienen razón, porque todo cambia, y no necesariamente para mejorar. Y, como les
decía, la tradición literaria navideña ha cambiado también. Hace varios siglos,
se representaban obras de teatro en las iglesias, obras llamadas autos
sacramentales, como «El auto de los Reyes Magos», del siglo XI. O «Las
églogas representadas la misma noche de Navidad», de Juan del Encina, del año
1496. O se leían obras líricas como «Villancico a la misma noche», de Cristóbal
de Castillejo, de 1573. Por supuesto, esto era en España (para estas últimas
fechas en México apenas andábamos creando nuestro particular sincretismo).
Luego llegaron las narraciones de Navidad, como «El
cascanueces», de E.T.A. Hoffman, de 1816, o «Nochebuena», de Gogol, de 1832, y
pocos años después «Canción de Navidad» o, como la conocemos ahora, «Cuento de
Navidad», de Charles Dickens, de 1843, que muy probablemente sea el relato
navideño más popular hasta ahora. Pero la tradición ha continuado. Hay cuentos
relacionados con la Navidad de autores como: Hans Christian Andersen,
Dostoyevski, Pedro Antonio de Alarcón, Gustavo Adolfo Béquer, Alphonse Daudet,
Ignacio Manuel Altamirano, Guy de Maupassant, Antón Chejov, Leopoldo Alas Clarín,
Rubén Darío, Óscar Wilde, Benito Pérez Galdós, Luigi Pirandello, Emilia Pardo
Bazán, Ramón del Valle Inclán, O. Henry, Isaac Asimov, Ramón Gómez de la Serna,
C.S. Lewis (el autor de las historias de Narnia), Truman Capote, Azorín,
Francis Scott Fitzgerald, Vladimir Nabokov, Paul Auster, Gabriel García
Márquez, y Ray Bradbury, por mencionar sólo a algunos de los autores más
conocidos.
Si en un principio estas historias, como las obras
teatrales y las obras líricas más antiguas, trataban de asuntos de los
personajes implicados en la historia que se supone celebramos con la Navidad,
con el tiempo los argumentos pasaron a tratar asuntos relacionados con la
gente, con personas comunes y corrientes —con las cuales podemos identificarnos
los lectores— y lo que les sucede en los días de la Navidad. Muchas de estas
historias son tristes, porque pretenden hacer que el lector reflexione, que se
aleje de la locura consumista y sea menos egoísta, que recuerde que el espíritu
de la Navidad está conformado por la caridad, el amor, el desprendimiento, y la
ayuda a los demás. Las historias contemporáneas más bien lo que hacen es
retratar a los que, por el motivo que sea, quedan fuera de la celebración. Son
también, la mayoría, historias que tratan sobre personas solitarias, enfermas,
muy ancianas o muy pobres, es decir: olvidadas. En este sentido, también
pretenden hacer reflexionar al lector para que éste mire hacia otros lados, que
conozca otras realidades.
Hay también, por supuesto, narraciones cómicas,
extravagantes, misteriosas, de ciencia-ficción, de suspenso, de crímenes, de
terror... Hay incluso cuentos eróticos navideños. La Navidad se puede incluir
en cualquier tipo de narración. El único límite es la imaginación de los
escritores... y de los editores.
Y así como hay, en nuestros días (pues antes hubiera
resultado sacrílego) todo tipo de narraciones navideñas, pues existe todo tipo
de escritores, hay también todo tipo de lectores. ¿Usted qué tipo de lector es?
Lo invito a que busque las obras literarias navideñas más afines a su gusto, en
librerías, en bibliotecas, en revistas, en librerías de libros usados, en
libros electrónicos, en páginas de Internet, y, si todavía no lo sabe, descubra
qué tipo de lector navideño es. Lo importante, en todo caso, es celebrar la
Navidad, también, leyendo.
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