jueves, 6 de febrero de 2014

El cerebro de mi hermano, de Rafael Pérez Gay





El cerebro de mi hermano
de Rafael Pérez Gay

Maru Galindo

Después de que Rafael Pérez Gay vivió la experiencia de ver cómo se apagaba, poco a poco, la vida de su hermano, escribió este informe que documenta, con anécdotas familiares y reflexiones, el progresivo deterioro del cerebro de su hermano, el escritor José María Pérez Gay, quien murió a los 70 años víctima de una enfermedad incurable.

«...ustedes saben: la vida es breve; el arte largo; la ocasión fugaz; la experiencia engañosa; el juicio, difícil. De eso trata esta historia, de ese trozo aforístico de Hipócrates, y de las sombras y fantasmas en que nos convierte la enfermedad y el tiempo» (p. 15).

«Somos nuestra memoria. Si no recuerdas, dejas de ser alguien para convertirte en nadie. Pepe no recordaba: así murió la primera vez, caminando a ciegas, sin saber quién era» (p. 127).

«Me tomó años entender que la muerte es un hecho cruel que define la vida: sin la conciencia de ese acto sin retorno, nadie comprenderá la índole misma de la existencia; si no admitimos que los días felices están contados, no hay lugar para el placer y la diversidad de cosas magníficas que hay en el camino a la tumba» (p. 93).

Los hermanos Pérez Gay se han distinguido por profesar una pasión por las humanidades. José María fue narrador y ensayista; se doctoró en filosofía y germanística en Berlín. Fue director del Canal 22 en la ciudad de México y agregado cultural en Alemania. También tradujo a Thomas Mann, Franz Kafka y Elias Canetti, entre otros autores. Escribió El imperio perdido o las claves del siglo; Hermann Broch, una pasión desdichada; El Príncipe y sus guerrilleros: La destrucción de Camboya; La supremacía de los abismos; La difícil costumbre de estar lejos y Tu nombre en el silencio.

El informe, no sólo es eso, trasciende la forma ya que es un homenaje a un hombre que amó las humanidades, «me salió al paso el joven estudiante de filosofía que había encontrado en el humanismo una razón de ser y en la literatura una realización profunda del alma» (p. 139).

El narrador supo, mucho antes, que escribiría este informe que resumiría dos vidas principalmente. «Desde entonces supe que escribiría este informe, un poco para despedirlo de este mundo, para sentirlo cerca antes de que desapareciera para siempre» (p. 24).

Los Pérez Gay, dice el narrador: «imprudentes como éramos, mi hermano y yo decidimos unir a nuestras familias para que nuestros hijos conocieran Orlando… Nuestra vida entonces también era un parque temático: una raíz común, literatura, familia, nuestro pasado y la idea de que en cierto sentido habíamos derrotado a nuestro destino de jóvenes de clase media, sin dinero, con un padre extraordinario, ausente, loco y una madre melancólica solidaria» (p. 20).

A través de la reflexión y recuerdos que brotan del corazón, el narrador puede asimilar la irremediable y gradual pérdida de su hermano, quien primero perdió la palabra y después otras facultades. Los informes médicos, las resonancias y las interpretaciones se mezclan con los recuerdos de la infancia.

«Al derrumbe físico lo acompañó la erosión del habla: mi hermano perdió el lenguaje. Digo perdió en el sentido literal de la palabra, el silencio lo encontró y lo llevó a vivir a la enorme casa de sus misterios» (p. 85).

«La mañana que despedimos a mi hermano, la familia estaba lista a las ocho de la mañana: un padre, una madre, tres hijas y un niño de siete años. El niño soy yo» (p. 26).

«Una beca de cinco años en Alemania era mudarse al otro lado del mundo, al fin del mundo» (p. 26).

Así es como nuestro narrador recuerda haber despedido del aeropuerto de la ciudad de México a su hermano, 14 años mayor que él, quien con el tiempo se convertiría en un sibarita… «leía, viajaba, se enamoraba con locura, comía en París, dormía en un lujoso departamento de Berlín, caminaba por la ciudad de Colonia» (p. 110).

«Mi hermano en los setenta era un joven guapo de treinta años con canas prematuras, un diplomático que hablaba alemán en su cargo de agregado cultural en la Embajada de México en Alemania y había obtenido una clase como profesor adjunto en la Universidad Libre de Berlín; su formación le permitía competir con los filósofos de fuste sin sufrir demasiado…» (p. 101).

Encontramos menciones de personajes como Héctor Aguilar Camín, Ángeles Mastretta, Luis Linares y Manqué, Alberto Román, que siempre estuvieron pendientes de su salud, y anécdotas del siempre polémico Carlos Monsiváis; y la historia de lugares emblemáticos de la ciudad de México, como el primer inmueble de correos en el país, el Palacio de Correos.

El relato, estructurado en doce partes, es fluido y apasionado; tiene, por ejemplo, referencias a la política mexicana desde diferentes posturas, puesto que los hermanos Pérez Gay militaban en diferentes partidos, por lo cual en las reuniones familiares se debatía el punto de vista hasta las últimas consecuencias.

Así transcurre este informe, cuya lectura se te va en un suspiro, con el recuento de una vida que se formó en la trinchera del saber y un hermano que supo reconocerla y entender «que la medicina no puede responder a todos los misterios de la vida» (p. 24).

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El cerebro de mi hermano. Rafael Pérez Gay. Seix Barral. México. 2013. 141 págs.



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