lunes, 1 de febrero de 2010

El periodismo canalla y otros artículos


El periodismo canalla y otros artículos



Patricia Galindo Lozano

“La comedia humana nunca se queda sin material, nunca te defrauda”, afirma Tom Wolfe, considerado el fundador del nuevo periodismo, en su libro El periodismo canalla y otros artículos, y quien, con un humor muy agudo, hace un análisis de la sociedad contemporánea estadounidense a través de una serie de artículos sobre temas que están en el candelero desde finales del siglo pasado, como la tecnología electrónica, el Internet, la neurociencia, la sociobiología y temas cuyo interés nunca pasa de moda, como la literatura, el periodismo y el arte.

El libro se divide en tres apartados: “La bestia humana”, “Vita robusta, ars anorexica” y “El caso del «New Yorker»”, integrados cada uno por artículos de diversas extensiones.

El primero de éstos inicia con una apasionante crónica sobre la fundación de Silicon Valley en Palo Alto, California, sede de las grandes empresas dedicadas a la electrónica y la computación, como Hewlett Packard, IBM e Intel, entre otras. Toma como punto de partida la vida de Robert Noyce, inventor del microchip, quien fue uno de los primeros en establecerse en esa zona e implantar una nueva forma de trabajo, más democrática e igualitaria, sin jerarquías laborales, ni trajes elegantes, ni comidas de negocios en restaurantes caros, y que transformó en una filosofía de trabajo y estilo de vida.

De una manera muy amena Wolfe relata las alianzas de las grandes firmas, el “pirateo” de empleados entre las empresas y el desarrollo de la tecnología contemporánea, desde la invención del transistor, en 1948, hasta el microprocesador utilizado en la actualidad, principalmente en la industria computacional.

Siguiendo en el mismo tema, comenta los orígenes teóricos del Internet en la década de los 20, en las ideas del visionario Pierre Teilhard de Chardin, sacerdote jesuita quien fue el primero en concebir “una especie de sistema nervioso que uniría a toda la humanidad”, a la que llamó noosfera, conectada a través de la radio, el teléfono y la televisión. Más tarde, Marshall McLuhan retomaría estas ideas para desarrollar su concepto de aldea global, término vigente hasta nuestros días y muy citado por quienes se mueven en el medio de las redes computacionales y el Internet.

Los últimos dos artículos de este capítulo tratan sobre el desarrollo de la
sociobiología por Edward Wilson, entomólogo norteamericano que dedicó la mayor parte de su vida al estudio de las sociedades de insectos, sobre los que publicó varios libros. El más importante fue Sociobiología: la nueva síntesis el cual provocó gran conmoción entre los científicos, ya que en él establece que el hombre y las obras humanas son producto de una serie de pautas arraigadas que se repiten en el transcurso de la evolución. Wilson fundamentó su teoría en la genética y la evolución darwiniana, y con ello dio lugar al desarrollo de una nueva disciplina llamada neurociencia, la cual echa por tierra una buena parte de las teorías sociales, filosóficas y psicológicas del comportamiento humano. La neurociencia estudia el determinismo genético del ser humano, establece que el cerebro no es una pizarra en blanco en espera de ser llenada por la experiencia (como sostenía Aristóteles) sino un negativo que se va revelando a lo largo de la vida; es decir, la información ya está ahí desde que nacemos, encerrada en los genes. Lo anterior significa que nuestras elecciones no son producto del libre albedrío sino de tendencias grabadas en el hipotálamo o en otro órgano cerebral. Como Wolfe lo define muy bien, “la belleza no depende del cristal con que se mire sino de los genes de quien la mira”.

El estudio de esta nueva corriente ha tenido tanto éxito que el número de estudiantes interesados en esta materia se incrementó de 1100 en 1970 a 26 000 en el 2000, aunque hay, como en todo, su contraparte: muchos científicos no están de acuerdo con estas teorías. Sólo el futuro tiene la respuesta a esta polémica.

En el siguiente apartado, “Vita robusta, ars anorexica”, Tom Wolfe se expresa con ironía de ciertos intelectuales contemporáneos, quienes han acuñado términos para opinar sobre cualquier tipo de fenómeno social, político, económico, etc., sin conocer a fondo la situación. Como él mismo los define, citando a un diplomático francés: “un intelectual es una persona versada en un único campo y que sólo opina sobre otros”.

Wolfe se remite al año de 1898 cuando Clemenceau usó por primera vez esta palabra para referirse al trabajador intelectual que adopta una postura política; en este caso a Marcel Proust y a Anatole France, quienes se aliaron con Emile Zola en la defensa del acusado en el famoso caso Dreyfus. Zola, a diferencia de éstos y otros escritores, conocía profundamente el caso en cuestión y estaba verdaderamente comprometido con su defensa. Los “otros intelectuales” no necesitaban hacer fastidiosas labores de investigación, ni requerían una educación especializada, sólo necesitaban indignarse ante el poder y los burgueses, y manifestarlo públicamente. A estas actitudes Wolfe las llama marxismo rococó, por el hecho de que este tipo de académicos, escritores y periodistas se enredan en complejas discusiones de forma pero no de fondo, es decir, “de dientes para afuera”, porque comprometerse verdaderamente requeriría de esfuerzos que “estos intelectuales” —es decir el tipo de intelectuales con los que Wolfe está peleado a muerte— no están dispuestos a realizar.

En “El artista invisible”, el autor denuncia la indiferencia que han sufrido los verdaderos artistas de Estado Unidos por parte de los críticos de arte, o sea los encargados de decir qué se considera arte y qué no, y a partir de ahí el artista en cuestión puede obtener reconocimiento, fama y, por supuesto, dinero, ya que sus obras se venden a precios altísimos. Menciona un caso en particular, el de Frederick Hart, talentoso escultor que pasó desapercibido en el mundo de las artes plásticas pero que luchó para recuperar el verdadero arte —el clásico— de manos de los artistas abstractos modernos. Hart también destacó por idear una técnica para modelar figuras en resina acrílica, hecho que le valió ventas millonarias de sus figuras, aunque para los críticos esta popularidad equivalía a superficialidad.

El siglo XXI, dice Wolfe, quien publicó el libro en el año 2000, iniciará con el gran reaprendizaje, etapa en la que la humanidad volteará hacia el siglo XX y se horrorizará de la guerras mundiales, de la destrucción del planeta por el hombre, de la hambruna, de las epidemias como el SIDA, de la decadencia de los valores éticos y morales, y se asombrará “de la insolencia prometeica [del hombre] de desafiar a los dioses y llevar la libertad y el poder humanos hasta extremos absolutos”, todo con el propósito de empezar de cero e instaurar un nuevo orden social. En cambio, el hombre se dispondrá a vivir la resaca del siglo xx. Instalado cómodamente en su casa, matará el tiempo navegando por Internet.

El último texto de la segunda parte lo dedica a sus “tres comparsas”, como Wolfe llama a John Updike, John Irving y Norman Mailer, tres reconocidos novelistas norteamericanos que criticaron enconadamente la última novela del propio Tom Wolfe, Todo un hombre. Después de 11 años de no publicar un libro, apareció esta novela, que alcanzó grandes ventas a lo largo y ancho de los Estados Unidos y muy buenos comentarios por parte de diversos críticos de importantes medios de comunicación, con excepción de estos tres “ciudadanos de la tercera edad” que levantaron sus voces para decir que la novela no era literatura sino entretenimiento. Con una buena dosis de sarcasmo, Wolfe responde que sus detractores no sólo sentían una gran envidia por su éxito sino que estaban asustados porque Todo un hombre marcaba una nueva dirección en la literatura de finales del siglo XX, basada en la investigación de la realidad social de Estados Unidos del presente, y esto representa su decadencia como escritores.

Luego de hacer un repaso de la literatura norteamericana del último siglo, Tom Wolfe señala que “la novela estadounidense necesita escritores con la energía, el ímpetu para aproximarse al país de la misma manera que lo hacen los creadores de cine, es decir, con una curiosidad feroz y el deseo imperioso de mezclarse con los 270 millones de almas que los rodean”.

El último de los capítulos de este libro lo dedica a relatar la guerra entre periódicos en Nueva York durante la década de los sesenta, concretamente entre la revista semanal New Yorker y el suplemento dominical del Herald Tribune, New York, del cual el autor fue colaborador en esa época. La importancia del tema radica en que precisamente las rivalidades públicas entre columnistas de uno y otro semanario dieron lugar a lo que hoy se conoce como el nuevo periodismo. Dio color y vida a la rigidez de la información periodística de entonces y habló de temas marginales en ese momento.

El libro es sumamente entretenido. Los artículos se pueden leer en cualquier orden, aunque es recomendable la secuencia que llevan por la forma en que el autor va entretejiendo cada tema dentro de cada apartado. Los artículos están magníficamente bien escritos, con un sentido del humor fino e inteligente, y aunque el lector puede no estar de acuerdo con las opiniones del autor, no podrá dejar de reconocer que los temas están ampliamente investigados por Wolfe para ofrecernos una síntesis clara y explícita de cada uno de ellos.


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El periodismo canalla y otros artículos (Hooking Up), de Tom Wolfe. Traducción de María Eugenia Ciocchini. Está editado en pasta dura por Ediciones B (Madrid, 2000), 304 págs., y en edición de bolsillo por Suma de Letras, en su colección Punto de Lectura (Madrid, 2002), 342 págs.


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El autor

Tom Wolfe nació en Richmond, Virginia, en 1930. Trabajó en diversas publicaciones como el Washington Post y el New York Herald Tribune. Ha publicado: La banda de la casa de la bomba (1968), El nuevo periodismo (1973), La palabra pintada (1975), Elegidos para la gloria (1979, ganador del premio American Book), y Las décadas púrpuras (1982). La novela La hoguera de las vanidades (1987), lo convirtió en uno de los autores más leídos de la década, más tarde fue llevada al cine por el realizador Brian de Palma, con Tom Hanks, Melanie Griffith y Bruce Willis en los papeles principales. En 1998 publicó la novela Todo un hombre, la cual provocó fuertes polémicas en el ámbito literario norteamericano. En 2005 públicó Soy Charlotte Simmons.


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En Internet

Su sitio de Internet (en inglés): http://www.tomwolfe.com/

Información sobre el autor, en español: http://es.wikipedia.org/wiki/Tom_Wolfe



[Lecturas 1. Mayo-agosto 2003]

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