Los violines de Saint-Jacques
de Patrick Leigh Fermor
Jesús Guerra
Patrick Leigh Fermor nació en
Londres en 1915, y murió en el año 2011, a los 96 años de edad. Fue soldado,
historiador y escritor. Fue, y es aún, famoso por algunos de sus libros de
viajes, como El tiempo de los regalos, de 1977, y Entre los bosques y
el agua, de 1986. En el primero de estos libros cuenta una de sus aventuras
más interesantes y admirables: cuando él apenas iba a cumplir los 19 años de
edad, decidió caminar toda Europa, desde Holanda hasta Constantinopla (hoy
Estambul, en Turquía). Su viaje duró un poco más de un año, y todavía lo
continuó hasta Grecia, en donde aprendió el griego, y debido a su conocimiento
de esta lengua, durante la Segunda Guerra Mundial, en la que participó en el
ejército británico, se le asignó al cuerpo de inteligencia en Albania, y luego
luchó en Grecia, en donde participó en importantes operaciones militares, que
más tarde fueron llevadas a la pantalla en una película de 1957 llamada Emboscada
nocturna, en la cual fue encarnado por el estupendo actor Dirk Bogarde.
Después de la guerra, en el año
1950, publicó su primer libro de viajes, el cual hasta donde sé no está
traducido al español, y en él describe sus viajes por las Antillas, a lugares
como Guadalupe, Martinica, Dominica, Barbados, Trinidad y Tobago, Haití y
Jamaica. Esto lo apunto para mostrar que conocía perfectamente esas islas y
esas aguas. Tres años después publicó su única novela, un libro que no apareció
en castellano sino hasta el año 2006, es decir 53 años después de su aparición
en inglés, cuando el autor tenía ya 91 años de edad. Fue traducido por Silvia
Barbero y fue publicado por Tusquets Editores. La novela se llama Los
violines de Saint-Jacques, y lleva como subtítulo: Una historia
antillana. Es una novela breve, de apenas 168 páginas en la edición de
Tusquets, que se lee con rapidez y con un enorme placer.
La novela está narrada por un
viajero que se encuentra en las islas griegas más o menos a mediados del siglo
20. En una de esas islas conoce a una pintora septuagenaria a la que encuentra
trabajando en un paisaje. Conversan y ella lo invita a cenar a su casa. La
mujer se llama Berthe, y es francesa, aunque habla varios idiomas y tiene mucho
tiempo de vivir en Grecia. En la casa de la pintora, el narrador descubre un
cuadro, firmado por Berthe, que muestra una vista de la capital de la isla de
Saint-Jacques. Coincidentemente, el viajero conoce bien el Caribe y algunas de
sus islas. Luego de la cena, mientras beben, Berthe comienza a platicarle, a
propósito del cuadro de Saint-Jacques, sobre los años en que vivió en esa isla,
medio siglo atrás; ella dice que esos años fueron los más felices de su vida.
Berthe cuenta cómo y por qué se
fue de Francia para ir a ser la institutriz de unos sobrinos suyos a una isla
de las Antillas. Cuenta su relación de parentesco con una de las familias más
adineradas de la isla de Saint-Jacques, nos habla de los miembros de la
familia, de los trabajadores africanos, de las costumbres, de las maneras de
hablar, del paisaje. Su primo, el jefe de la familia Serindan, que era conde,
es un personaje que mientras más avanza la narración más maravilloso nos
parece. La descripción precisa de los personajes, situaciones y ambiente físico
es rica y logra transportar al lector a ese mundo fabuloso.
Una de las escenas más extensas
es la narración de un baile en la casa de la rica familia en la última noche
del carnaval, que es verdaderamente portentosa. Vista desde fuera, por decirlo
así, no sería más que la rica descripción de un baile, pero desde dentro la
escena es de una gran complejidad, por el tejido de diversas situaciones entre
muy diferentes personajes. Hay rencillas familiares, pleitos políticos, amores
secretos, amores no correspondidos, malos entendidos, seducciones, promesas de
infidelidad, alianzas, personajes de todo tipo y condición social, bailes,
música, un festín, mucho alcohol, fuegos artificiales, personajes que escapan,
personajes que los buscan, todo enmarcado por el refinamiento un tanto
provinciano de los inicios del siglo 20 y las locuras y disfraces de una noche
de carnaval caribeño llevado al límite.
Los violines de Saint-Jacques es un libro muy bien escrito, con un manejo lingüístico
extraordinario y, para nosotros, con una muy buena traducción. La historia es
encantadora y además, en un momento dado, terrible; la narración es compleja
pero no difícil, la escritura muy fina, las situaciones sumamente interesantes
y tiene un clímax sorprendente. Es una novela asombrosa y bellísima. Nos deja
con tan buen sabor de boca que se nos antoja buscar los libros de viajes de
este autor, Patrick Leigh Fermor, lamentablemente tan poco conocido en nuestra
lengua.
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Los violines de
Saint-Jacques. Patrick Leigh Fermor.
Traducción de Silvia Barbero. Tusquets Editores. 168 págs.
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