sábado, 13 de octubre de 2018

El exilio y el reino (2a parte), de Albert Camus





El exilio y el reino
de Albert Camus

(Segunda de dos partes)

Jesús Guerra

En la entrada anterior comento los tres primeros de los seis relatos que componen el libro El exilio y el reino, de Albert Camus, libro publicado en 1957, poco antes de que se anunciara que este autor había ganado el Premio Nobel de ese año. Aunque este libro es menos conocido que sus novelas cortas El extranjero y La caída, y su novela más extensa, La peste, es de todas maneras un volumen importantísimo de su obra. El exilio y el reino fue, además, el último libro literario que publicó en vida, pues Camus murió el 4 de enero de 1960 en un accidente en una carretera francesa, aunque sí publicó después de este libro algunos ensayos y una selección de sus artículos periodísticos.

Aunque los personajes y los ambientes en que se desarrollan estos seis relatos son todos muy diferentes, los temas centrales son los mismos, y están relacionados con los contenidos simbólicos de los sustantivos de su título global: «el exilio» y también «el reino». Paso, pues, a comentarles los siguientes tres relatos de este libro.

El cuarto relato se llama «El huésped». Un maestro rural argelino, llamado Daru, se encuentra solo en la escuela en donde da clases —y al lado de la cual vive—, pues una inesperada nevada ha impedido durante varios días que sus pocos alumnos se presenten al curso. Daru está acostumbrado a estar solo cuando no están los estudiantes. Al cuarto día, ve desde una de las ventanas que dos hombres se dirigen hacia la escuela. Uno va a caballo y el otro a pie, batallando con la nieve acumulada en el monte, aunque ya ha dejado de nevar. Cuando por fin llegan, ve que el hombre a caballo es Balducci, un viejo gendarme de un lugar llamado El Ameur. El otro hombre va amarrado de las manos, y éstas atadas a una cuerda larga que llega a las manos del gendarme. El prisionero es claramente un árabe.

Daru invita a los dos hombres a pasar a la escuela a calentarse, y Balducci le da la noticia al maestro: ese hombre al que lleva amarrado es un prisionero que esperan en el pueblo llamado Tinguit, pero como hay poco personal en la gendarmería de donde viene, se le ha pedido a Balducci que conduzca al prisionero a la escuela rural y que regrese de inmediato, y le ordena que él, Daru, lleve al prisionero a la prisión en donde lo esperan.

Daru pregunta qué es lo que hizo el prisionero. Balducci le responde que asesinó a un hombre en una pelea. Mientras tanto, el prisionero se ha comportado bien ahí, tranquilo, bebiendo el té que les preparó Daru, sentado, en silencio. Pero Daru no quiere cumplir con esa tarea, porque él mismo es árabe y no quiere, por decirlo así, hacerles el trabajo sucio a los franceses de Argel. Y así se lo manifiesta a Balducci. Éste le responde que él sabrá lo que hace, que él, el gendarme, ya cumplió con su parte. Daru le pide que desamarre al prisionero y el gendarme lo hace. El gendarme, luego, le deja una pistola al maestro, pues éste no tiene ni un arma. Y se va.




Daru está muy incómodo. Prepara la cena y ambos hombres cenan y hablan poco. Daru le prepara un catre al prisionero y un rato después se acuestan. Daru batalla para dormir pues no sabe qué intenciones pueda tener el prisionero. Si se escapa, él estaría encantado. Pero no escapa. A la mañana siguiente, Daru aún no sabe si cumplir con la tarea que le encomendaron o dejar escapar al prisionero... Hasta aquí dejo el argumento de este cuento, muy clásico y espléndidamente narrado. Sólo quería llegar hasta el dilema que se le plantea al personaje central, para que puedan entender los lazos temáticos entre los cuentos de este interesantísimo libro.

El quinto relato es «Jonás o El artista en el trabajo», y es uno de los dos relatos más largos del libro. La primera frase del cuento dice: «Gilbert Jonás, artista pintor, creía en su estrella». Y, en efecto, Gilbert tenía muy buena suerte o así lo veía él, pues era un hombre dado a encontrar lo bueno en casi cualquier situación. Gilbert conseguía muchas cosas casi sin proponérselo. Se interesó en la pintura y se puso a pintar todo el tiempo, y si no se hubiera accidentado y tenido que permanecer con los brazos inmóviles por un tiempo, no se hubiera interesado en el amor. Pero hasta eso le llegó, y conoció a Louise Poulin, una buena mujer que lo adoraba, y pronto se casaron.

Un vendedor de arte reconoció el talento de Gilbert y le propuso, como una manera de explotarlo, pero también de darle seguridad, que le pagaría una mensualidad para que se dedicara a pintar sin preocupaciones, a cambio del derecho de ser él el único vendedor de sus cuadros. Gilbert aceptó. Pensó que luego su estrella se encargaría de ayudarlo a mejorar en lo económico. Le alcanzaba para vivir más o menos bien y para rentar un pequeño departamento, el cual pronto se hizo más pequeño, a medida que fueron naciendo sus tres hijos.

Aunque Gilbert no ganaba más, se fue haciendo conocido y luego famoso. Y como parece lógico en estos casos, su casa comenzó a ser visitada por amigos, clientes, críticos de arte, otros pintores y hasta discípulos. Gilbert a todo le veía el lado bueno. Se sentía querido y admirado, y sentía que aprendía algo nuevo en cada conversación que sostenía con sus numerosos visitantes, además no quería portarse mal con nadie. Claro que, en esas circunstancias, cada vez pintaba menos. De hecho, tuvo que hacer algunos arreglos en su casa y acostumbrarse a pintar por pedacitos, rodeado de gente y sosteniendo varias conversaciones...

No sólo cada vez pintaba menos, sino que un día su mecenas le dijo que estaba preocupado porque sus cuadros no se estaban vendiendo tan bien como antes. Y algunas críticas periodísticas y hasta de algunos de sus visitantes decían que Gilbert estaba en decadencia. Entonces Gilbert tuvo que tomar algunas medidas que, en parte lo ayudaron, y en parte —por lo menos al principio— parecieron hundirlo más en la opinión de quienes componen eso que se conoce como el mundillo del arte. Ya no cuento nada más de este relato, pero hemos llegado de nuevo al dilema principal del personaje central.


Edición francesa de bolsillo


El sexto y último cuento de El exilio y el reino, el más extenso del libro, se llama «La piedra que crece» (aunque en otras ediciones, el cuento se llama, en nuestro idioma, «La piedra que empuja»). El personaje central se apellida D'Arrast y es un ingeniero francés que ha llegado a Brasil contratado por la Sociedad Francesa de Río de Janeiro, para realizar varias obras en este país de Sudamérica, y la primera es un dique en el río de un pueblo minúsculo llamado Iguapa, con la intención de evitar las inundaciones periódicas de las zonas más pobres del pueblo.

Así que el ingeniero llega a Iguapa, conducido por un chofer brasileño que habla francés, llamado Sócrates. Lo reciben el alcalde del pueblo y el juez, dos de los notables del pueblo, y lo tratan muy bien. Luego lo llevan a ver las zonas pobres, las que se inundan, y el ingeniero se da cuenta de que son, en efecto, zonas muy pobres, pues las casas son chozas con piso de tierra. Pero la gente es amistosa y lo reciben con mucho respeto.

Por esas fechas se celebran varias ceremonias religiosas importantes en el pueblo. En la plaza principal el ingeniero D'Arrast conoce a un brasileño que habla algo de francés y es muy simpático. Éste le cuenta que es cocinero, y que en una ocasión el barco en el que trabajaba naufragó frente a la costa del pueblo en el que están, y él le prometió a Jesús que en la procesión de su fiesta llevaría cargando una piedra de 50 kilos en la cabeza si lo salvaba. Y como se salvó, está dispuesto a cumplir su promesa en la procesión que se llevará a cabo el día siguiente. Y para esa noche, el cocinero lo invita a la choza de su hermano a cenar una sopa deliciosa que él prepara. E inmediatamente después, lo invita a presenciar un ritual muy africano en honor de San Jorge. El ingeniero asiste tanto a la cena como al ritual, que lo deja muy impresionado. De hecho, el ingeniero siente una mezcla de fascinación y de repulsión por Brasil.

Al día siguiente, el alcalde invita al ingeniero a presenciar la procesión desde uno de los balcones de la Alcaldía. Y en la procesión sucede algo muy importante... Ya no sigo con el argumento, pero sí les puedo decir, por ejemplo, que la estupenda descripción de la ceremonia africana me recordó mucho la ceremonia santera que narra el cubano Guillermo Cabrera Infante en uno de sus cuentos más famosos. Claro que este cuento de Camus es anterior. También les puedo decir que, al igual que los otros cuentos de este libro, «La piedra que crece» cumple con la temática que unifica a las seis narraciones, aunque éste, el cuento final, es el más «optimista» de todos.


Edición francesa de bolsillo


Ya comenté un poco (en la primera parte de esta reseña) la temática de los seis relatos del libro, enunciada desde el título mismo, pero enunciada de manera simbólica. Los personajes centrales están en una crisis, pero no una cualquiera, una que pone en duda el sentido mismo de la propia existencia. Y en la mayor parte de los casos, esa crisis se manifiesta al enfrentar un dilema. La respuesta, o más bien, la selección del camino a tomar puede no resolver las cosas porque entonces queda la culpa. La culpa de no haber tomado el otro camino. Tanto el dilema como la culpa forman parte de ese exilio simbólico, esa sensación de fracaso, de frustración. En algunos casos el dilema es tan terrible que los dos caminos para salir del mismo son, simultáneamente, el correcto y el equivocado. En otros casos el camino correcto es claro, pero cuesta mucho trabajo elegirlo porque implica, también, enfrentar otros problemas, otras crisis, otros esfuerzos. El reino simbólico sería la decisión correcta, la decisión que le da sentido a la vida... No en todos los relatos se llega a un verdadero reino, y si se llega, no en todos es duradero. Porque el sentido de la propia existencia es una búsqueda y tal vez un encuentro diario. Estos seis relatos son, entonces, sólo seis casos, sólo seis ejemplos, sólo seis contextos, de los millones que hay...

Recomiendo muchísimo la lectura de este espléndido libro de Camus, para que ustedes realicen su propia interpretación. Cada uno de estos relatos nos dirá, quizá, cosas diferentes a cada uno de sus lectores.

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El exilio y el reino. Albert Camus. La edición más fácil de conseguir es la de Alianza Editorial, la cual tiene 176 págs.

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* La peste de Albert Camus

* El extranjero de Albert Camus

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