sábado, 30 de enero de 2010

Mostrar la cruz y empuñar la espada. Presentación


Presentación del libro

Mostrar la cruz y empuñar la espada


Javier Villarreal Lozano

Agradezco a Fernando Gracia García la amable invitación a comentar su provocativo texto, editado por la Secretaría de Educación Pública de Coahuila a través de su Dirección General de Bibliotecas, Publicaciones y Librerías. Sin falsa modestia, estoy cierto que hay docenas de personas más capacitadas para hacer un comentario acerca del libro, pero el doctor Gracia García, haciendo honor a su apellido, me hizo la gracia de invitarme a mí. Él tomó el riesgo y en su salud lo hallará, como decían mis tías.

Mostrar la cruz y empuñar la espada. Apoyo militar a la evangelización indígena en el área coahuilense de Río Grande entre 1700 y 1772, es el resultado de concienzuda investigación inscrita en una sugerente línea historiográfica, cuya intención es hacer la relectura de los procesos de conquista y ocupación del noreste mexicano. Carlos Valdés Dávila, autor de La gente del mezquite; Martha Rodríguez y su Historia de resistencia y exterminio; Cecilia Sheridan, quien hace un par de años concluyó El yugo suave del Evangelio —para citar sólo tres—, han abordado el tema en sus distintas facetas, desde nuevas perspectivas y armados de los instrumentos de la historia científica.

La pregunta toral de ésta que me he atrevido a bautizar arbitrariamente “línea historiográfica”, es: ¿qué ocurrió en realidad con los nómadas que habitaban nuestro territorio a la llegada de los conquistadores? Esos pueblos ágrafos, vagamundos, carecieron hasta de la posibilidad de legarnos su visión, la visión de los vencidos, de la cual se ocupó magistralmente Miguel León Portilla al recuperar las historias de los indios del altiplano mexicano.

Gracia García, Valdés Dávila, Rodríguez y Sheridan intentan rescatar las voces perdidas, para reconstruir la visión de los vencidos de áridoamérica. En cierta manera, apoyados en documentos, estos investigadores prestan voz a los cazadores-recolectores, que la conquista y la colonización del noreste mexicano extinguieron, al menos como expresión cultural. La primera condición de la difícil tarea fue desmontar pieza por pieza las versiones de las crónicas religiosas —interpretaciones necesariamente unilaterales y no pocas veces hagiográficas—, y las aproximaciones épicas, a la manera de Carlos Pereyra, y sus retratos idealizados de aquellos “bárbaros gallardos”, que prefirieron la muerte en batalla antes de someterse al “látigo ignominioso” de la encomienda.

Gracia García enfocó su investigación a un punto neurálgico en la historia de la ocupación del territorio: los métodos evangelizadores utilizados por los franciscanos en las misiones septentrionales. En virtud de la precaución de los misioneros —jesuitas en Parras y La Laguna, franciscanos en el resto de Coahuila—, de registrar sus acciones evangelizadoras en anuas y crónicas, ambas órdenes disfrutan con lo que hoy llamaríamos “buena prensa”. Tan buena, que Vito Alessio Robles y Carlos Pereyra —no está claro quién fue el primero en bautizarlo así— no dudaron en llamar “fundador de Coahuila” a fray Juan Larios. En época más reciente, el inolvidable Agustín Churruca Peláez localizó en las anuas jesuitas material suficiente para afirmar que el verdadero y único fundador de Parras de la Fuente había sido el padre Juan Agustín Espinosa. Churruca llegó a negar la existencia del capitán Antón Martín de Zapata, a quien se tenía tradicionalmente como autor de la fundación.

Apenas ayer, charlando con el doctor Gracia García, nos deteníamos en cómo, don Vito Alessio Robles, en su monumental Coahuila y Texas en la época Colonial, sin llegar al extremo de poner en duda la existencia de Antonio Balcárcel Rivadeneyra y Sotomayor, representante del poder civil en buena parte de las incursiones misionales de fray Juan Larios, sí lo hace ocupar un desvaído segundo plano. Larios, protagonista principal, lo mismo en los textos de Alessio Robles, que en los de Carlos Pereyra y en los de Esteban L. Portillo, opaca y oculta la tenue figura de Antonio Balcárcel, cuyo papel debió ser más importante que el que le conceden los tres historiadores.

Aunque en Mostrar la cruz y empuñar la espada no llega a negar lo benéfico de la tarea misional de los franciscanos del Colegio de Propaganda Fide de Querétaro, el autor somete a escrutinio puntual el papel que desempeñaron en el área de Río Grande. Esto supuso la revisión exhaustiva de documentos disponibles en el Archivo General de la Nación, en el del Estado de Coahuila, en el del Convento de San Francisco de Celaya y en el Municipal de Saltillo, así como la lectura y análisis de una veintena de documentos impresos y una rica bibliografía compuesta por 135 títulos.

Don Alfonso Reyes, a quien causaba escozor cierto tipo de historiadores a los que calificaba de “amontonadores de datos”, estaría complacido por la forma elegida por Gracia García para abordar el espinoso tema. Sin la pretensión de ofrecer grandes revelaciones sino practicar un ejercicio de hermenéutica, llega a varias conclusiones, una de ellas toral: la entrada de la cruz en tierras septentrionales se acompañó siempre de la espada. Cruz y espada fue un binomio prácticamente indisoluble. Los soldados de Cristo marchaban codo a codo, no sin roces de por medio, con los soldados del rey.

El libro, reescrito a partir de una tesis doctoral, se abre con el recuento de los prejuicios culturales, religiosos y étnicos, que lastraban el bagaje intelectual de los conquistadores. Los misioneros no fueron ajenos a tales prejuicios cuyo fundamento era la teoría aristotélica de lo perfecto y lo imperfecto. Teoría que retoma Ginés de Sepúlveda en su Demócrates, el cual dio sustento filosófico al controvertido Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios. Afirma Sepúlveda: “...la ley divina y natural manda que lo más perfecto y poderoso domine sobre lo imperfecto y desigual”.

La idea sobre la imperfección de los indios justificó moralmente la conquista. Con el supuesto de su imperfección, la conquista se justificaba, dada la obligación de España de convertir —perfeccionar— a los naturales, mediante su asimilación al catolicismo. Bien vistas las cosas, la raíz del desencuentro de “perfectos” con “imperfectos” tenía su semilla en la incapacidad de los peninsulares, en particular, y los europeos, en general, para entender a los otros, los diferentes. La otredad de los indios incluía hasta costumbres que hoy nos parecen de lo más cotidiano e intrascendente. Hay en las Leyes de Burgos, decretadas a principios del siglo XVI, un artículo ahora risible donde se recomienda que los indios deberían ser persuadidos a abandonar sus diabólicas costumbres, “ni se bañen tan frecuentemente como hacen ahora, porque somos informados de que les hace mucho daño”.

Justificada moralmente la conquista, se dio por sentado que la obligación del rey y sus representantes políticos, militares y religiosos era el adoctrinamiento de los indios en la santa fe católica. Resulta difícil desde nuestra perspectiva comprender lo que representó para España el descubrimiento de América; ajustar la existencia de un nuevo continente no cristiano a las ideas religiosas de la época. El expediente, como bien lo señala Gracia García, fue culpar al demonio de la perversión de “los bárbaros”. “Lo que se opone sostiene”, solía decir don Jesús Reyes Heroles. Para el caso, el demonio fue muy útil como contraparte de la cruzada misional. Ya no se trataba de convertir a infieles colocados en ese estado por el desconocimiento de la verdadera religión, sino de arrancar a los indios de las garras de Satanás. La conquista espiritual adquiría de esta manera la categoría de cruzada, de guerra santa. Como tal, validaba prácticamente cualquier método, incluso la violencia. “Por ser incultos y bárbaros, que necesitan” como dice el padre Joseph de Acosta, “de fuera de armas para su reducción” (p. 110).

Dos siglos después de la promulgación de las Leyes de Burgos y de las primeras de Indias, los misioneros del Colegio de Propaganda Fide de Querétaro aplicaban al pie de la letra las teorías de Ginés de Sepúlveda, Francisco de Vitoria y otros.

El segundo de los capítulos del libro provee de los antecedentes indispensables para volver comprensible el tema central: la evangelización franciscana en el área de Río Grande. Este capítulo arranca con la entrada de los conquistadores a Saltillo y sus alrededores, los intentos de asimilación de los guachichiles con ayuda de colonos tlaxcaltecas, la colonización y evangelización en el centro del hoy territorio de Coahuila y los problemas que dificultaron el proceso. A partir del tercer capítulo desmenuza las circunstancias en que se desenvolvió la vida en San Juan Bautista de Río Grande y San Bernardo, donde los naturales fueron “reducidos” para, a criterio de los misioneros, facilitar su catequización. La “reducción” debió de constituir un trauma para los cazadores-recolectores. Es bien sabido que el cambio cultural del nomadismo al sedentarismo requirió centurias, pues supone una transformación radical de usos y costumbres.

Se puede estar o no de acuerdo con la tesis de Gracia García, pero resulta indudable que su texto invita a la reflexión y enriquece nuestra visión del pasado. Por eso hay que leer Mostrar la cruz y empuñar la espada.

Muchas gracias.



CECUVAR, 4 de febrero de 2004


[Lecturas 3. Enero-mayo de 2004]

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