Una tarde de M. Andesmas
de
Marguerite Duras
Jesús Guerra
Esta
novela de Marguerite Duras, publicada en Francia en 1962 con el título L’après-midi
de M. Andesmas, y que en ediciones recientes lleva la palabra ‘señor’
completa, L’après-midi de Monsieur Andesmas, se llama en español, en la
edición castellana de Seix-Barral, de 1963, Una tarde de M. Andesmas.
Yo casi siempre estoy en desacuerdo con los títulos castellanos de libros y
películas cuyos originales están en otros idiomas. A mí me parece que este
libro debió llamarse «La tarde del señor Andesmas».
Esta
edición de Seix-Barral de 1963, con traducción de Caridad Martínez, que yo
adquirí hace algunos años en un establecimiento de libros usados, es la que leí
(por supuesto Seix-Barral hizo varias reimpresiones posteriores). Si alguien se
interesa por leer esta novela de Duras (y ojalá les interese) tendrán que
buscar la nueva edición española de la editorial Demipage, de 2011, con nueva
traducción, en este caso de la poeta Amelia Gamoneda, que desafortunadamente le
cambia el título. Esta nueva edición se llama La siesta de M. Andesmas.
¡Qué lata con ese «M. Andesmas»! ¿No entienden que están traduciendo? El traductor y la editorial norteamericanos sí lo entendieron
y la novela en inglés se llama The afternoon of Mr. Andesmas.
La
novela es breve, extraña (y más para los lectores de nuestra época: hay que
tener en cuenta que la novela fue escrita dentro de las corrientes narrativas
francesas de hace medio siglo) pero muy bella. Hay quienes dicen que es la
novela más «poética» de Duras. Es una de esas obras en las que aparentemente no
pasa casi nada, y ese ‘aparentemente’ es porque, en efecto, en el exterior casi
no sucede nada, pero sí en el interior de los personajes. Eso por una parte,
por otra, independientemente de lo que pase o no, lo más importante es el
lenguaje, no la narración sino el texto. No se trata tanto de retratar la
realidad sino de literaturizar la
realidad. Es una novela que pretende, como muchas de esa época, contarnos lo
que realmente sucede cuando casi no sucede nada. Algo así como captar «la
verdad» de un momento (que fue, digamos, lo que intentó también Salvador
Elizondo, de otra manera, con su ‘crónica de un instante’ [Farabeuf]), aunque paradójicamente la búsqueda de esta verdad se
realiza con la propuesta de interpretaciones de lo ocurrido. ¿El señor Andesmas
se quedó dormido y parte de lo que se supone que sucedió esa tarde, en realidad
sólo la soñó? No lo sabemos a ciencia cierta, por eso no me gusta el nuevo
título, La siesta de M. Andesmas,
porque subraya una de las interpretaciones, y si no la subrayó ni la autora ni
la editorial original, ¿por qué la subrayan la traductora y la editorial
española?
¿Qué
es lo poco que sí sucede? El señor Andesmas, de casi 70 años de edad y bastante
dinero, que tiene apenas un año de vivir en un pueblo francés del Mediterráneo
junto con su muy joven hija, Valérie, acaba de comprar una casa que se encuentra
en la parte alta del pueblo —con vista al bosque, a la plaza del pueblo y al
mar—, precisamente para su hija, porque a ella le gustó, quedó de ver a un
contratista llamado Michel Arc, para construir en el terreno frente a la casa
una terraza, una especie de mirador. Quedaron de verse al quince para las
cuatro de la tarde, y el señor Andesmas está ahí a la hora fijada, con todos
sus años y todos sus kilos. Su hija lo llevó y lo dejó ahí, quizá para ir a
buscar al constructor.
El
señor Andesmas está sentado en un sillón de mimbre, que hace ruido cada vez que
él se mueve, y está en el terreno que se supone será la terraza. La luz del sol
es fuerte a esa hora, Andesmas tiene calor y espera.
De
la plaza del pueblo sube música. Una canción de moda que se repite toda la
tarde. La gente del pueblo baila en las calles, en la plaza.
Mientras
espera, Andesmas ve un perro rojizo. Luego a una «niña» (así dice el texto,
pero en realidad es una adolescente) que le dice que es hija del constructor y
que él está bailando en el pueblo, que llegará más tarde. Andesmas espera, y
piensa, y habla en voz alta, y platica con la muchacha, y recuerda, y piensa en
su hija, y en algún momento se duerme, no sabemos, ni él, exactamente cuánto
tiempo duerme, y sigue observando el paisaje, el pueblo, el mar. La muchacha se
va y luego llega la esposa del constructor y dice que su marido llegará a la
cita. Y Andesmas y la mujer esperan.
El
tiempo de la espera es importante en la literatura francesa, es el tiempo
inmóvil e inmovilizador que permite recordar, pensar, platicar si se está
acompañado, hablar de lo que pasó y de lo que podría pasar… Quizá exageran
quienes escriben que esta novela de Marguerite Duras es una obra maestra…
Finalmente es cuestión de gustos. Pero de que es una obra interesante,
inteligente, fascinante a su manera y bella, no hay duda. Y también a su manera
es una obra que se ha convertido en una novela de culto. Tiene fans muy
interesantes. Uno de ellos es el novelista español Enrique Vila-Matas, quien
escribió un texto buenísimo sobre esta novela en el diario El País, el cual,
entre otras cosas, nos da algunas claves importantes para la comprensión de
esta obra.
Póster de la película |
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Una
tarde de M. Andesmas. Marguerite Duras. Traducción de
Caridad Martínez. Editorial Seix Barral. Barcelona. 1963. 118 págs.
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La
siesta de M. Andesmas. Marguerite Duras. Traducción y prólogo
de Amelia Gamoneda. Demipage. Madrid. 2011. 119 págs.
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