La casa del dolor
ajeno
Crónica de un
pequeño genocidio en La Laguna
de Julián Herbert
Maru
Galindo
Silence
...There
is the silence of defeat.
There is the silence of those unjustly punished;
And the silence of the dying whose hand
Suddenly grips yours.
There is the silence between father and son,
When the father cannot explain his life,
Even though he be misunderstood for it.
There is the silence of those unjustly punished;
And the silence of the dying whose hand
Suddenly grips yours.
There is the silence between father and son,
When the father cannot explain his life,
Even though he be misunderstood for it.
Edgar Lee Masters
Existen
silencios que taladran la mente, corroen el cuerpo y estrujan el corazón
dejando en quien los vive desazón en su ser. Esto sucede con las historias
enterradas que una vez que regresan a la luz emiten dolor, vergüenza y
frustración.
La casa del dolor
ajeno es una especie de crónica al estilo western,
reloaded, que narra lo que sucedió en
Torreón, Coahuila, entre los días 13 y 15 de mayo de 1911, cuando fueron
asesinados 303 chinos que formaban parte de la sociedad torreonense y aportaban
mano de obra, cultivaban hortalizas y, sobre todo, eran excelentes trabajadores
que tal vez quisieron introducir la seda a una comarca definida por el algodón.
La
historia nacional oficial sólo consigna este hecho como la matanza de los
chinos en Torreón, dejando este tema como un relato de microhistoria, de
historia oral local. «Imaginé los espectros de 303 chinos que recorren —con los
pies desnudos, quemados por el asfalto— las calles de una ciudad que ni
siquiera los conoce.» (p. 259).
El
relato inicia con un subtítulo: «Crónica de un pequeño genocidio en La Laguna».
El relato está dividido en partes que conformarán la historia. Así que
iniciamos la lectura con «La casa de Lim», lugar que perteneció al doctor
Walter J. Lim, a quien la turba trató de linchar: «es un chalet de tejados
color verde y muros de ladrillo rojo intenso… El techo es curvo y parecen
derramarse como una ola esmeralda sobre un jardín en el que habitan, al lado de
naranjos y toronjos más jóvenes dos moreras centenarias» (p. 13).
Actualmente
esta casa alberga al Museo de la Revolución y guarda entre sus paredes los
gritos, la angustia y el dolor que provocaron los maderistas al ingresar en
ella.
Encontramos
cuatro fragmentos con el título «Taxi» que nos sirven como hilos conductores de
la narración y que nos dan el pulso y ritmo que vive la Perla de la Laguna a
través de los conductores de taxi.
—¿Tú
sabes quién mató a los chinos? —pregunto más por disciplina que por curiosidad;
estoy cayéndome de sueño y no son hora para andar por ahí encuestando taxistas.
El
hombre responde que no con un ligero movimiento de cabeza. Continuamos el viaje
en silencio.
En
la puerta del hotel desciendo del auto, doy las buenas noches y pago. Al darme
el cambio, el muchacho murmura, sin mirarme:
—Han
de haber sido los Zetas, ¿no? Esos weyes son los que matan a todos. (pp. 91-92.)
Enseguida
nos encontramos en «El país de La Laguna» que nos comunica interesantes datos
sobre la fundación de Torreón, su vida económica y la relación con la
migrantes. «…en 1900 existían 12 industrias importantes entre las que se
contaban una fábrica de jabón, otra de hilados y tejido, una fundidora, una
cervecería, una ladrillera, una fábrica de muebles y otra de refrescos y dulces».
«La población local alcanzó la cifra de 13 845 habitantes: casi 10 000 personas
vinieron a vivir a una utopía llamada Torreón…» (p. 47).
Y
con el título de «Olvido de amor» descubrimos la historia de los chinos en
América, cómo se establecieron y sus travesías marítimas en barcos mercantes
que traían de Asia cualquier cantidad de chinoiserie
para decorar las casas americanas.
«Tsai Yüan de Nadie» es
un fragmento sobre la política exterior que prevalecía en México durante
finales del siglo XIX y cuyo impulsor fue Matías Romero Avendaño. Además, se
nos narra el inicio de la sinofobia, que pudiese haber tenido su máxima
expresión en la matanza de los chinos en Coahuila. «…en 1875, Matías escribió
un artículo de prensa sobre la inmigración de los chinos a México. Con un
realismo infrecuente entre los políticos porfiristas, consideró improbable el
arribo de europeos y alegó que las semejanzas climáticas entre nuestro país y
China serían factores favorables para la colonización» (p. 94).
«Peatón» nos describe la
cuadrícula del centro de Torreón, la Plaza de Armas; el peatón trata de
imaginar «lo que hubo aquí: decenas de cadáveres, gente corriendo por las
banquetas cargada de objetos robados (muchos de ellos inútiles), hombres que
lloran y piden clemencia, hordas borrachas que jalan del gatillo, cuerpos
arrastrados a caballo, sangre…» (p. 132).
En «Numerosas bandas»
encontramos la asociación de algunas obras de la historia de la literatura que
nos describen el comportamiento del hombre cuando éste intenta asentarse en
terrenos ajenos. «Numerosas bandas: esa es la descripción que conviene a los
revolucionarios de la primera hora, las incontables gavillas de entre 10 y 50
guerrilleros que asolaron a La Laguna a principios del siglo XX hasta
convertirse poco a poco en el ejército que se reunió a las puertas de Torreón a
la mitad de la primavera de 1911 bajo las órdenes de un comandante de 23 años» (p.
134).
En la siguiente parte de
la crónica encontramos trece descripciones, retratos, de personas que
estuvieron en el siniestro. Entre ellas, Benjamín Argumedo, quien compareció
ante un Consejo de Guerra en 1925 y fue quien ordenó abrir fuego contra los
orientales. «Argumedo no era sólo valeroso: era una máquina de hacer cadáveres,
un hombre que siempre mostró arrojo pero jamás compasión» (p. 156).
El doctor J. Walter Lim,
de origen cantonés, instalado en La Laguna; Emliano Lojero, militar; Federico
Wulff, a quien Andrés Eppen le ofreció trazar los planos de una ciudad moderna;
José María Grajeda, comerciante yerbero; William Jamieson, de origen canadiense
y médico. La lista anterior contiene algunos de los nombres de las personas que
se pudieron reconocer mediante evidencia oral y que de una u otra manera
tuvieron participación en el suceso.
«La casa del dolor ajeno»,
con este título culmina la crónica, aquí coincidirá toda la información antes
descrita y tendremos un retrato de ese acontecimiento que aún no tiene
respuesta en nuestra sociedad y mucho menos en la política exterior mexicana. Confluyen
aquí todas las posibles versiones de lo que aconteció durante esos dos días en
que la inconsciencia, la falta de mando político y la barbarie humana mostraron
su lado vil. «Tanto los testimonios compilados por Ramos Pedrueza como los que
provienen de la tradición oral coinciden en señalar que los campesinos
asiáticos fueron asaltados al menos tres veces: llegaba una cuadrilla
revolucionaria de Lerdo y les quitaba legumbres y herramientas; luego otra de
Gómez Palacio y los despojaba de ropas y centavos, y al final venía una tercera
columna proveniente de Matamoros o Viesca o Mapimí y los encueraba, azotaba o
apuñalaba porque no tenían nada que dar…» (p. 187).
¿Cuál sería la verdad de
este pequeño genocidio? El poder, el egoísmo, la xenofobia, la mezquindad, el
odio …
Julián Herbert nació en
Acapulco, Guerrero, en 1971, pero tiene muchos años de vivir en Saltillo,
Coahuila. Autor de libros de poemas como El
nombre de esta casa (1999) y La
resistencia (2003 y 2015), entre otros; es coautor, junto a León Plasencia
Ñol, de la colección de relatos Tratado
sobre la infidelidad (2010), y es el autor, entre otras novelas, de la premiada
Canción de tumba (2014). Algunos de
sus cuentos se han publicado en diversos idiomas.
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La casa del dolor ajeno. Julián Herbert. Random House, colección
Literatura Random House. México. 2015. 304 págs.
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