miércoles, 18 de diciembre de 2013

Los años de peregrinación del chico sin color, de Haruki Murakami




Los años de peregrinación del chico sin color
de Haruki Murakami

Maru Galindo

«Tsukuru Tazaki no tiene ningún lugar concreto o especial al que ir. Ése había sido una especie de leitmotiv en su vida. No tenía un lugar adonde ir o al que regresar. Nunca lo había tenido, y ahora tampoco. Su lugar era aquel en el que se encontraba en cada momento» (p. 302).

Esta nueva novela de Haruki Murakami narra desde las diferentes perspectivas de sus personajes la sensación de no pertenencia; lo hace a través de alegorías cromáticas y musicales. Es una historia que explora los sentimientos de abandono, melancolía, pérdida y amor; además de la manera en que los enfrentan estos personajes para no ser devorados por ellos. A través de un narrador omnisciente y focalizado sabemos lo que ocurre en la vida de cada uno de los integrantes de la pandilla, adolescentes cuyos apellidos tienen una peculiaridad especial, un color que los distingue, a excepción de Tsukuru Tazaki, el chico sin color, el constructor.

Iniciamos la historia conociendo a la pandilla integrada por jóvenes de 16 años; tres hombres, Akamatsu (Aka rojo), Oumi (Ao azul) y Tsukuru, (sin color), y dos mujeres, Shirare (Shiro blanco) y Kurono (Kuro negro). «Los primeros ideogramas de cada apellido se leen aka, ao, shiro y kuro, que, respectivamente, significan rojo, azul, blanco, y negro» (p.14).

Ellos compartieron la época en la que se crean lazos fraternos muy fuertes, dónde se construye la lealtad, porque sólo el afecto es lo que se involucra; pasaban mucho tiempo juntos, asistían a la misma escuela en Nagoya, y compartían intereses y hobbies. «Tal vez por azar, las familias de los cinco eran de la clase media alta y vivían en las afueras de Nagoya. Sus progenitores pertenecían a las generación del primer baby boom de la posguerra; los padres era profesionales especializados o trabajaban en grandes empresas» (p. 13). Una vez que terminaron sus estudios en el instituto debieron decidir a qué se dedicarían el resto de su vida. Sólo Tsukuru decidió salir de Nagoya e ir a la Universidad Tecnológica de Tokio para aprender a diseñar y construir estaciones de tren.

Un día regresa a Nagoya, a hora y media en el tren bala, y se da cuenta de que sus amigos lo excluyeron del grupo, no le tomaban las llamadas telefónicas, hasta que uno de ellos le dijo directamente que no lo querían más en el grupo, sin darle motivos de su rechazo. «Ocurrió durante las vacaciones del segundo curso. Y, a partir de ese verano, la vida de Tsukuru Tazaki sufrió una transformación. Del mismo modo que, en las crestas escarpadas, la flora sufre trasmutaciones que modifican su aspecto» (p. 33).

Así inició Tsukuru su peregrinación desolada, estigmatizada, dejándolo al borde del suicidio, sin comprender lo que había pasado y que por vergüenza él tampoco preguntó. Una profunda introspección de nuestro personaje y una búsqueda de lo que sucedió 15 años atrás, pues ahora Tsukuru es un treintañero. Esto es lo que encontramos a partir de este punto de la historia.

Con la ayuda de Sara, su amiga, el personaje busca a su pandilla, sale de Japón acompañado siempre de su melodía predilecta, Le mal du pays, del compositor Franz Liszt, interpretada por Lázar Berman. «Quiere decir nostalgia o melancolía por la tierra de uno, pero también para algunos, es la tristeza sin razón aparente, que la contemplación de un paisaje bucólico despierta en el alma» (p. 62). Tal vez así se sentía Tsukuru.

Además encontramos interesantes historias paralelas que conforman la vida de cada uno de los personajes, con partes luminosas y oscuras; heridas que sanar y misterios por resolver. «‘La vida es como una compleja partitura’, pensó Tsukuru. ‘Está llena de semicorcheas, fusas, signos raros, anotaciones indescifrables. Leerla correctamente es una tarea ardua, y aunque uno lo consiga, no siempre la interpreta de la manera correcta ni la valora en su justa medida. No siempre hace felices a las personas’» (p. 290). Explora además la opinión que tiene el mundo sobre los japoneses: «Es posible que Japón se haya convertido en un país próspero, pero la mayoría de estos japoneses cabizbajos no parecen demasiado felices» (p.297).

Finalmente agrego que para mí es una adicción leer a Haruki Murakami; siempre se me escapa una nota, una corchea o la mitad de la partitura, así que vuelvo a él buscando… buscándome… ¿Y usted ya se atrevió a leerlo?

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Los años de peregrinación del chico sin color. Haruki Murakami. Tusquets Editores. Colección Andanzas. España. 2013. 320 págs.


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