Los años de peregrinación
del chico sin color
de
Haruki Murakami
Maru Galindo
«Tsukuru
Tazaki no tiene ningún lugar concreto o especial al que ir. Ése había sido una
especie de leitmotiv en su vida. No tenía un lugar adonde ir o al que regresar.
Nunca lo había tenido, y ahora tampoco. Su lugar era aquel en el que se
encontraba en cada momento» (p. 302).
Esta
nueva novela de Haruki Murakami narra desde las diferentes perspectivas de sus
personajes la sensación de no pertenencia; lo hace a través de alegorías cromáticas
y musicales. Es una historia que explora los sentimientos de abandono,
melancolía, pérdida y amor; además de la manera en que los enfrentan estos
personajes para no ser devorados por ellos. A través de un narrador omnisciente
y focalizado sabemos lo que ocurre en la vida de cada uno de los integrantes de
la pandilla, adolescentes cuyos apellidos tienen una peculiaridad especial, un
color que los distingue, a excepción de Tsukuru Tazaki, el chico sin color, el
constructor.
Iniciamos
la historia conociendo a la pandilla integrada por jóvenes de 16 años; tres
hombres, Akamatsu (Aka rojo), Oumi (Ao azul) y Tsukuru, (sin color), y dos
mujeres, Shirare (Shiro blanco) y Kurono (Kuro negro). «Los primeros ideogramas
de cada apellido se leen aka, ao, shiro
y kuro, que, respectivamente,
significan rojo, azul, blanco, y negro» (p.14).
Ellos
compartieron la época en la que se crean lazos fraternos muy fuertes, dónde se
construye la lealtad, porque sólo el afecto es lo que se involucra; pasaban
mucho tiempo juntos, asistían a la misma escuela en Nagoya, y compartían
intereses y hobbies. «Tal vez por azar, las familias de los cinco eran de la
clase media alta y vivían en las afueras de Nagoya. Sus progenitores
pertenecían a las generación del primer baby
boom de la posguerra; los padres era profesionales especializados o
trabajaban en grandes empresas» (p. 13). Una vez que terminaron sus estudios en
el instituto debieron decidir a qué se dedicarían el resto de su vida. Sólo Tsukuru
decidió salir de Nagoya e ir a la Universidad Tecnológica de Tokio para
aprender a diseñar y construir estaciones de tren.
Un
día regresa a Nagoya, a hora y media en el tren bala, y se da cuenta de que sus
amigos lo excluyeron del grupo, no le tomaban las llamadas telefónicas, hasta
que uno de ellos le dijo directamente que no lo querían más en el grupo, sin
darle motivos de su rechazo. «Ocurrió durante las vacaciones del segundo curso.
Y, a partir de ese verano, la vida de Tsukuru Tazaki sufrió una transformación.
Del mismo modo que, en las crestas escarpadas, la flora sufre trasmutaciones
que modifican su aspecto» (p. 33).
Así
inició Tsukuru su peregrinación desolada, estigmatizada, dejándolo al borde del
suicidio, sin comprender lo que había pasado y que por vergüenza él tampoco preguntó.
Una profunda introspección de nuestro personaje y una búsqueda de lo que
sucedió 15 años atrás, pues ahora Tsukuru es un treintañero. Esto es lo que encontramos
a partir de este punto de la historia.
Con
la ayuda de Sara, su amiga, el personaje busca a su pandilla, sale de Japón
acompañado siempre de su melodía predilecta, Le mal du pays, del compositor Franz Liszt, interpretada por Lázar
Berman. «Quiere decir nostalgia o melancolía por la tierra de uno, pero también
para algunos, es la tristeza sin razón aparente, que la contemplación de un
paisaje bucólico despierta en el alma» (p. 62). Tal vez así se sentía Tsukuru.
Además
encontramos interesantes historias paralelas que conforman la vida de cada uno
de los personajes, con partes luminosas y oscuras; heridas que sanar y
misterios por resolver. «‘La vida es como una compleja partitura’, pensó Tsukuru.
‘Está llena de semicorcheas, fusas, signos raros, anotaciones indescifrables.
Leerla correctamente es una tarea ardua, y aunque uno lo consiga, no siempre la
interpreta de la manera correcta ni la valora en su justa medida. No siempre
hace felices a las personas’» (p. 290). Explora además la opinión que tiene el
mundo sobre los japoneses: «Es posible que Japón se haya convertido en un país
próspero, pero la mayoría de estos japoneses cabizbajos no parecen demasiado
felices» (p.297).
Finalmente agrego que para mí es una adicción leer a Haruki
Murakami; siempre se me escapa una nota, una corchea o la mitad de la
partitura, así que vuelvo a él buscando… buscándome… ¿Y usted ya se atrevió a
leerlo?
. . . . . . . . . . . . . . .
Los años de peregrinación del chico sin color. Haruki Murakami. Tusquets Editores. Colección Andanzas.
España. 2013. 320 págs.
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