miércoles, 29 de julio de 2015

Los violines de Saint-Jacques, de Patrick Leigh Fermor





Los violines de Saint-Jacques
de Patrick Leigh Fermor

Jesús Guerra

Patrick Leigh Fermor nació en Londres en 1915, y murió en el año 2011, a los 96 años de edad. Fue soldado, historiador y escritor. Fue, y es aún, famoso por algunos de sus libros de viajes, como El tiempo de los regalos, de 1977, y Entre los bosques y el agua, de 1986. En el primero de estos libros cuenta una de sus aventuras más interesantes y admirables: cuando él apenas iba a cumplir los 19 años de edad, decidió caminar toda Europa, desde Holanda hasta Constantinopla (hoy Estambul, en Turquía). Su viaje duró un poco más de un año, y todavía lo continuó hasta Grecia, en donde aprendió el griego, y debido a su conocimiento de esta lengua, durante la Segunda Guerra Mundial, en la que participó en el ejército británico, se le asignó al cuerpo de inteligencia en Albania, y luego luchó en Grecia, en donde participó en importantes operaciones militares, que más tarde fueron llevadas a la pantalla en una película de 1957 llamada Emboscada nocturna, en la cual fue encarnado por el estupendo actor Dirk Bogarde.

Después de la guerra, en el año 1950, publicó su primer libro de viajes, el cual hasta donde sé no está traducido al español, y en él describe sus viajes por las Antillas, a lugares como Guadalupe, Martinica, Dominica, Barbados, Trinidad y Tobago, Haití y Jamaica. Esto lo apunto para mostrar que conocía perfectamente esas islas y esas aguas. Tres años después publicó su única novela, un libro que no apareció en castellano sino hasta el año 2006, es decir 53 años después de su aparición en inglés, cuando el autor tenía ya 91 años de edad. Fue traducido por Silvia Barbero y fue publicado por Tusquets Editores. La novela se llama Los violines de Saint-Jacques, y lleva como subtítulo: Una historia antillana. Es una novela breve, de apenas 168 páginas en la edición de Tusquets, que se lee con rapidez y con un enorme placer.

La novela está narrada por un viajero que se encuentra en las islas griegas más o menos a mediados del siglo 20. En una de esas islas conoce a una pintora septuagenaria a la que encuentra trabajando en un paisaje. Conversan y ella lo invita a cenar a su casa. La mujer se llama Berthe, y es francesa, aunque habla varios idiomas y tiene mucho tiempo de vivir en Grecia. En la casa de la pintora, el narrador descubre un cuadro, firmado por Berthe, que muestra una vista de la capital de la isla de Saint-Jacques. Coincidentemente, el viajero conoce bien el Caribe y algunas de sus islas. Luego de la cena, mientras beben, Berthe comienza a platicarle, a propósito del cuadro de Saint-Jacques, sobre los años en que vivió en esa isla, medio siglo atrás; ella dice que esos años fueron los más felices de su vida.

Berthe cuenta cómo y por qué se fue de Francia para ir a ser la institutriz de unos sobrinos suyos a una isla de las Antillas. Cuenta su relación de parentesco con una de las familias más adineradas de la isla de Saint-Jacques, nos habla de los miembros de la familia, de los trabajadores africanos, de las costumbres, de las maneras de hablar, del paisaje. Su primo, el jefe de la familia Serindan, que era conde, es un personaje que mientras más avanza la narración más maravilloso nos parece. La descripción precisa de los personajes, situaciones y ambiente físico es rica y logra transportar al lector a ese mundo fabuloso.

Una de las escenas más extensas es la narración de un baile en la casa de la rica familia en la última noche del carnaval, que es verdaderamente portentosa. Vista desde fuera, por decirlo así, no sería más que la rica descripción de un baile, pero desde dentro la escena es de una gran complejidad, por el tejido de diversas situaciones entre muy diferentes personajes. Hay rencillas familiares, pleitos políticos, amores secretos, amores no correspondidos, malos entendidos, seducciones, promesas de infidelidad, alianzas, personajes de todo tipo y condición social, bailes, música, un festín, mucho alcohol, fuegos artificiales, personajes que escapan, personajes que los buscan, todo enmarcado por el refinamiento un tanto provinciano de los inicios del siglo 20 y las locuras y disfraces de una noche de carnaval caribeño llevado al límite.

Los violines de Saint-Jacques es un libro muy bien escrito, con un manejo lingüístico extraordinario y, para nosotros, con una muy buena traducción. La historia es encantadora y además, en un momento dado, terrible; la narración es compleja pero no difícil, la escritura muy fina, las situaciones sumamente interesantes y tiene un clímax sorprendente. Es una novela asombrosa y bellísima. Nos deja con tan buen sabor de boca que se nos antoja buscar los libros de viajes de este autor, Patrick Leigh Fermor, lamentablemente tan poco conocido en nuestra lengua.

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Los violines de Saint-Jacques. Patrick Leigh Fermor. Traducción de Silvia Barbero. Tusquets Editores. 168 págs.



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