La sangre de los libros
de Santiago Posteguillo
Jesús Guerra
Hace ya un buen tiempo comenté aquí un libro del escritor
español Santiago Posteguillo titulado La noche en que Frankenstein leyó el Quijote, título que, por cierto, me parece estupendo. Ese libro está
formado por diversos artículos relacionados con libros o autores importantes,
en los que nos narra anécdotas ciertas, historias falsas que se han contado
como ciertas, o detalles poco conocidos de lo que podríamos denominar la
historia secreta de los libros. Es un libro muy ameno, fácil de leer, ligero e
interesante, y la verdad se los vuelvo a recomendar. En esta ocasión quiero comentarles
otro libro del mismo autor, con las mismas características del que les acabo de
mencionar, llamado La sangre de los libros. Está compuesto por un
pequeño prólogo, y 30 artículos breves, de entre cinco y ocho páginas cada uno,
acerca de libros y de autores, pero no son ensayos acerca de las obras, sino
historias acerca de cómo se escribieron, o de las circunstancias, a veces
extrañas, a veces simpáticas, que rodean ciertas obras conocidas. Algunas
incluso tienen ese aire sabroso de chisme literario.
El autor del libro, Santiago Posteguillo, es un escritor
español nacido en Valencia en el año de 1967. Es profesor universitario de
Lengua y Literatura Inglesas; estudió Escritura Creativa en Estados Unidos y
Análisis del Discurso y Traducción en el Reino Unido. Es muy conocido por ser
el autor de dos trilogías de novelas históricas que se desarrollan en la
antigua Roma: la trilogía sobre Escipión El Africano, y la trilogía sobre
Trajano, las cuales han tenido mucho éxito de crítica y público en España y en
América Latina.
En el prólogo de la obra, Posteguillo apunta: «La sangre
de los libros propone un viaje alternativo y diferente por la historia de
la escritura. Detrás de grandes clásicos de la literatura universal, sea la Eneida,
La vida es sueño, Jane Eyre o Drácula, por mencionar sólo
algunos títulos que el lector va a visitar en este viaje en el tiempo, hay
misterios y enigmas y, con frecuencia, sangre: la sangre de los escritores
esparcida de forma silenciosa por entre las líneas de sus libros».
En el primer texto, titulado «El gran rescate. Cuando
Europa del Sur rescató a Europa del Norte», nos narra primero un hecho ocurrido
en Roma en el año 62 antes de cristo. Linio Archia, el antiguo maestro griego
de retórica de Cicerón iba a ser juzgado pues algunos de sus enemigos querían
desterrarlo de la ciudad aprovechando una nueva ley que permitía denunciar
«altas erróneas en la ciudadanía romana». El maestro de Cicerón era, por
supuesto, ciudadano romano, pero, según decían sus acusadores, no había en los
archivos documentos que demostraran que el trámite se había llevado a cabo. El
defensor era el propio Cicerón. Tomó la palabra y destrozó a sus oponentes. El
tribunal falló a favor de la defensa. Sin embargo, el discurso de Cicerón, nos
dice el autor, «como tantas otras obras maestras clásicas, se desvaneció en el
olvido del tiempo tras la caída de Roma».
La segunda parte de esta historia se desarrolla más de un
milenio después, en el monasterio de Lieja, en 1333. Llegaron al monasterio, a
buscar al abad, un joven de 28 años llamado (ni más ni menos que) Francesco
Petrarca y su asistente. Ya era tarde. Les dijeron que el abad los recibiría a
la mañana siguiente. Les dieron de cenar y luego, mientras les preparaban la
celda en donde pasarían la noche, Petrarca se puso a curiosear en la cocina y
encontró un montón de rollos manuscritos en un rincón. Le peguntó al monje que
los atendía qué era aquello y el hombre respondió que era leña. Que no se
preocuparan, que no eran nada importante. Petrarca se puso a revisarlos, varios
no eran, en efecto, nada importante, pero de repente se sorprendió: tenía en
sus manos un discurso de Cicerón. Precisamente, el discurso que salvó al
maestro de Cicerón de ser desterrado. El autor apunta: «El italiano inició uno
de los mayores rescates de la historia del mundo: salvar del fuego, de los
basureros y de la aniquilación decenas de textos clásicos que se desdeñaban por
paganos. A Petrarca lo siguieron Coluccio Salutati, Niccoló Niccoli y Poggio
Bracciolini. Entre ellos recuperaron a Cicerón, Virgilio, Lucrecio,
Quintiliano, Tito Livio y tantos otros: discursos, poemas, oratoria; historia y
literatura salvadas del fuego».
En un formato similar, el autor narra y comenta muchas
otras historias de la literatura. En el texto llamado «De una mosca y un
mosquito a una obra maestra de la literatura universal» nos cuenta dos
historias relacionadas con la figura de uno de los grandes poetas de la
antigüedad: Virgilio. «Las tres condenas a muerte» trata de Séneca y su
problemática relación con el poder de Roma. En «La biblioteca de Drácula» —artículo
de título engañoso, justificable en parte porque el nombre es muy bueno— nos
cuenta de las importantes correcciones finales al libro por parte de Bram
Stoker, a partir de una nota de pie de página. Este artículo en particular me
parece discutible, pues otros libros que he leído sobre este tema dicen que
Stoker tenía un conocimiento mucho mayor del personaje histórico en el que se
basó para crear a su vampiro de lo que sugiere el autor. Aun así, por supuesto,
este relato que nos brinda Santiago Posteguillo me parece de mucho interés para
cualquier lector, y más para los admiradores de la obra de Bram Stoker.
En el artículo llamado «Los versos perdidos», el autor nos
cuenta del tiempo en que estuvieron perdidos —en realidad ocultos— los últimos
13 cantos de la Divina Comedia, de Dante. «El proyecto secreto y una
tumba perdida» nos cuenta la triste historia de Johaness Gutenberg. Para colmo,
ni siquiera sabemos ahora en dónde está la tumba de este hombre que murió pobre
y desconocido, luego de haberle dado a la humanidad el invento más importante
del segundo milenio. En «Una noche de pendencia» se nos narra un episodio en la
vida no muy reposada de Pedro Calderón de la Barca, y algo similar nos cuenta
en «El arresto», que trata de la impresionante vida de Félix Lope de Vega y
Carpio, quien no sólo escribió muchísimo, sino que tuvo una experiencia vital
rica en amores, hijos y problemas. ¿A qué hora escribía Lope de Vega, teniendo
una vida como la que tenía?
«Un calambur» es uno de los textos más divertidos del
libro. Nos narra una de esas anécdotas que no se puede saber si son ciertas o
no, pero que por su osadía es más probable que sea falsa, aunque no por ello
menos disfrutable, y su estrella es don Francisco de Quevedo. En «Los poetas
del Heavy Metal» Posteguillo cuenta las circunstancias —o probables
circunstancias— en que nacieron dos poemas importantes del romanticismo
europeo, uno del romanticismo inglés, y otro del español. El primero es «La
balada de viejo marinero», de Samuel Coleridge, y el segundo, la «Canción del
pirata», de José de Espronceda. Y luego nos narra un momento de un concierto
del grupo de rock inglés Iron Maiden interpretando «La balada del viejo
marinero», y después la «escena» en que el grupo de rock español Tierra Santa
grabó su «Canción del pirata». Luego apunta: «Está claro que las bandas de
heavy metal, que buscan con frecuencia temas misteriosos o épicos, cuando no
ambos a la vez, han sabido ver que la poesía romántica de todas las tradiciones
literarias les ofrece exactamente eso que anhelan, y, con audacia, se han
lanzado a poner música a esa gran literatura sin atender a limitaciones ni a
complejos. El resultado es sorprendente.»
En el artículo titulado «Del poder de Ramsés II al ingenio
de Woody Allen» el autor hace una reflexión sobre el paso del tiempo y su
efecto en el ser humano, sin importar lo importante y poderoso que alguien
pueda ser en un momento dado. Esto se encuentra relacionado con el faraón Ramsés
II, con un poema de Percy Shelley, y con un diálogo de una película de Woody Allen.
Y señala: «Historia, cine y literatura caminan de la mano mucho más de lo que a
veces imaginamos».
Posteguillo nos cuenta también historias sobre Víctor
Hugo, sobre las extrañas circunstancias de la muerte de Edgar Allan Poe, sobre
Charlotte Brontë y su secreto, sobre los duelos de Pushkin, sobre las extrañas
coincidencias relacionadas con la muerte de Gustavo Adolfo Bécquer, sobre las
coincidencias entre realidad y ficción en la vida de Robert Louis Stevenson,
sobre la agorafobia de Emily Dickinson, y sobre las terribles circunstancias en
las que D.H. Lawrence escribió su libro Hijos y amantes, y la conmoción
que causó, entre muchas otras historias de la literatura.
Ojalá que les interese este libro, que me parece sumamente
ameno, tanto que se deja leer con facilidad y rapidez. Además, esta obra trata
de uno de los temas preferidos de los amantes de los libros, la literatura y la
lectura.
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La sangre de los libros. Santiago Posteguillo. Planeta
(2014). 222 págs.
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