El año de Gracia
de Cristina Fernández Cubas
Jesús Guerra
En el pasado mes de enero recomendé aquí un libro de
cuentos llamado La habitación de Nona, de la escritora española
Cristina Fernández Cubas, una narradora nacida en Barcelona en 1945, y que está
considerada como una de las mejores cuentistas de España. El asunto es que ese
libro me gustó tanto, que de inmediato me puse a buscar otros libros de su
autora. En nuestro país no son tan fáciles de encontrar sus obras (por lo menos
algunas de ellas), pero tampoco son imposibles de conseguir, ni mucho menos.
Las librerías en Internet están llenas de posibilidades. Así que pronto tuve en
mis manos la primera de sus novelas, publicada originalmente en 1985, la cual
ha tenido posteriores reimpresiones, llamada El año de Gracia.
Se trata de una novela bastante breve, de 162 páginas, muy
bien escrita, como los cuentos que de ella he leído, y también al igual que
esos relatos, algo extraña, muy intrigante e inquietante, y con un desarrollo y
un final que nos dejan pensando en esta historia durante varios días después de
haberla terminado de leer. El libro está narrado en primera persona por un
joven cuyo nombre no aparece sino muchas páginas después del inicio, aunque no
importa si yo se los menciono aquí de una vez: se llama Daniel, y estuvo varios
años en un seminario, en contra de los deseos de sus padres y de su hermana
mayor. Ahora (en 1980) tiene 24 años y a esa edad sale voluntariamente del seminario.
Para entonces sus padres ya han muerto, así que va a Barcelona ver a su
hermana, llamada Gracia, para comunicarle su decisión, y de alguna manera
pedirle su ayuda para sobrevivir unos meses en lo que decide qué quiere hacer
con su vida.
Las primeras líneas de la novela dicen así: «Aunque los
mejores años de mi vida transcurrieron de espaldas al mundo, dedicado al
estudio de la teología y al aprendizaje de las lenguas muertas, a nadie, más
que a mí mismo, puedo culpar de las innombrables desventuras que me acechan».
Un inicio muy apropiado para una novela de aventuras en un momento en el, se
supone, nuestro mundo ya no tiene lugares apropiados para las aventuras.
Luego de años de rezos, silencios, soledad y muchas
traducciones del latín y del griego antiguo, Daniel cayó en la cuenta de que el
mundo seguía su marcha, que su juventud pasaba y él no había vivido. Gracia,
una mujer recién divorciada, amiga de las fiestas y el alcohol, estuvo
encantada al escuchar la decisión de su hermano, y luego de hacer algunos
arreglos financieros le dijo a Daniel que le regalaría un año para que hiciera
lo que deseara. Y a esa suerte de año sabático que su hermana le donaba, Daniel
dijo que lo llamaría «el año de Gracia».
Daniel se va entonces a París, a donde mes a mes su
hermana le enviará un cheque. Luego de instalarse, Daniel pasa unos días de
soledad, hasta que comienza, poco a poco, a hacer amistades, y hasta comienza
una relación con una fotógrafa de prensa llamada Yasmine, y la acompaña en sus
viajes, pero de alguna manera lo que está haciendo es vivir la vida de Yasmine
y decide detenerse pues, piensa Daniel, lo que requiere es tener sus propias
experiencias, vivir sus propias aventuras.
Un día, en la ciudad francesa de Saint-Malo, conoce al
capitán de una vieja embarcación llamada —muy adecuadamente— Providence,
se deja fascinar por las historias de mar, y recordando los libros de aventuras
que leyó en su infancia, decide embarcarse con el marinero, a quien todos
llaman Tío Jean, rumbo a Glasgow. En la embarcación va también un marino
egipcio, llamado Naguib, quien desprecia y humilla a Daniel cada vez que puede.
Pronto, Daniel se da cuenta de que no todo es lo que parece a bordo de la nave
de Tío Jean, o quizá Daniel malinterpreta algunas cosas que escucha sin ser
visto, o no termina de entender algunos mensajes y señales. Su destino parece
incierto... Una noche de tormenta, el viaje termina abruptamente.
Daniel despierta, empapado, al pie de un rocoso acantilado
cerca de los restos de la embarcación. Si Daniel estaba deseoso de aventuras,
el destino (la providencia) parecía complacerlo. Daniel carga algunas cosas del
naufragio, sufre para escalar el acantilado, encuentra una cueva. Y poco
después Daniel comienza a escribir —pues entre las cosas rescatadas del
naufragio hay un cuaderno, un tintero y algunas plumillas—, un diario de
supervivencia, que es, por supuesto, el libro que leemos.
Esta estupenda y rápida novela —no sólo por su relativa
brevedad, sino realmente por la velocidad de su narración, que cobra sentido al
tratarse del diario de un náufrago— es un sorprendente relato al estilo de las
novelas clásicas de aventuras, como Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, la
que deliberadamente nos recuerda, pero también tan inquietante e intensa como
novelas más cercanas en el tiempo, como La invención de Morel, de Bioy
Casares.
Aparte de las interpretaciones y reflexiones políticas y
ecológicas que esta novela sugiere, y de otras más que cada lector encontrará,
me parecen de particular interés las reflexiones acerca de nuestras aventuras
infantiles y juveniles, y de nuestros sueños y fantasías que tendemos a crear
en nuestra infancia y juventud acerca de lo que haremos y seremos cuando seamos
adultos, y finalmente, cerrando el círculo, de la nostalgia adulta por esos
sueños y fantasías infantiles... Es decir, es una obra que, entre otras cosas,
nos invita a preguntarnos si a lo largo de nuestra vida realmente apreciamos el
presente, o si, como casi todos, encontramos la felicidad en el futuro o en el
pasado. Y ya que estamos en eso, nos permite reflexionar también acerca de qué
es o qué significa la felicidad. El final de esta obra me parece muy
provocador. Y, a fin de cuentas, como muchas otras obras literarias, también
nos recuerda esta obra que debemos de tener cuidado con lo que deseamos...
porque puede volverse realidad.
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El año de Gracia. Cristina Fernández Cubas. Tusquets
Editores, colecciones Andanzas y Fábula. 162 págs.
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