La habitación de Nona
Cristina Fernández Cubas
Jesús Guerra
Muchas veces encuentra uno, de casualidad, mirando libros
en una librería, una obra que se ve interesante, de un autor desconocido (para
uno). Algunas veces ese libro nos decepciona; la mayoría de las ocasiones
resulta ser, en efecto, interesante —pues uno llega a desarrollar un cierto
instinto que nos ayuda a evadir los libros malos— pero sin llegar a ser una
sorpresa. Y otras veces, las menos, se topa uno con un libro que no sólo rebasa
nuestras expectativas, sino que nos convierte en seguidores de ese autor. Pues
eso me sucedió con el volumen de relatos La habitación de Nona, de la
escritora española (novelista y cuentista, sobre todo dentro del género de lo
fantástico) Cristina Fernández Cubas, nacida en Barcelona (aunque escribe en
castellano) en 1945, la cual resulta que es considerada como una de las mejores
cuentistas de ese país.
Con lo primero que se enfrenta uno, luego de la portada,
es con esas frases entresacadas de reseñas de los grandes diarios que vienen en
la contraportada o en alguna de las solapas. Uno nunca sabe si son los críticos
son amigos del autor, o si, de alguna manera, se trata de recomendaciones
pagadas. A veces son simplemente exageraciones. Las que se encuentran en la
segunda solapa del libro que les comento son las siguientes:
«Relatos que se leen sin respirar», de Ángel Vivas, en la
revista Leer.
«La mejor cuentista en la literatura española... En la
tradición de Poe, Dickens, Chesterton, Conan Doyle o Kafka», de J.M. Pozuelo
Yvancos en el ABC Cultural.
«¿Cómo se las apaña Cristina Fernández Cubas para
atraparnos en sus redes?», de Fernando Castanedo, en el diario El País.
Esas frases suenan muy bien. Pero lo que me convenció fue
leer los inicios de un par de los relatos del libro. Sonaban todavía mejor. Lo
compré, lo leí, y el libro me sorprendió. Así que esas frases promocionales,
por lo menos en este caso, no son exageraciones.
La obra de esta autora no es muy extensa, pero si toda
tiene la misma o parecida calidad a su más reciente volumen de cuentos, es para
nosotros una muy buena noticia porque significa que tenemos más libros de
calidad para conseguir y disfrutar.
Su obra está compuesta de los siguientes libros de
cuentos: Mi hermana Elba (1980), Los altillos de Brumal (1983), El
ángulo del horror (1990), Con Agatha en Estambul (1994), Parientes
pobres del diablo (2006), luego, aunque no tengo el dato del año, Tusquets
publicó todos los relatos de estos libros bajo el título Todos los cuentos,
y en 2015 publicó el libro que comentamos: La habitación de Nona, libro
que se ganó el Premio de la Crítica, en España, en 2015, y el Premio Nacional
de Narrativa 2016.
Es autora también de tres novelas: El año de Gracia
(1985), El columpio (1995), y La puerta entreabierta (2013), esta
última bajo el seudónimo Fernanda Kubbs.
Ha escrito, además, una obra de teatro: Hermanas de
sangre (1998), y un libro de memorias con un título estupendo: Cosas que
ya no existen (2001).
Todos estos libros o bien los publicó desde un inicio
Tusquets Editores o bien han recuperado los títulos y han realizado nuevas
ediciones. Aun así, por lo menos en nuestro país, algunos de sus libros no son
tan sencillos de conseguir, pero vale la pena buscarlos. El más sencillo de
conseguir es, por supuesto, el más reciente: La habitación de Nona, que
fue publicado en España en 2015 y en México un año después, y está compuesto
por seis cuentos: «La habitación de Nona», «Hablar con viejas», «Interno con
figura», «El final de Barbro», «La nueva vida» y «Días entre los Wasi-Wano». El
volumen tiene 186 páginas y se lee compulsivamente, porque es interesantísimo,
misterioso, sorprendente y está muy bien escrito.
«La habitación de Nona» es un cuento muy ingenioso,
absolutamente delirante y espectacular que nos deja, literalmente, con la boca
abierta y con un torbellino de ideas en la cabeza. Una niña nos cuenta, en
primera persona, lo que es su vida junto a sus padres, su abuela y, sobre todo,
junto a su hermana menor, la Nona del título. Nona nació siendo «especial», así
entre comillas. La narradora la describe con labios hinchados y ojos achinados.
Y con la imposibilidad de pronunciar la letra R, así que algunas palabras
suenan —así lo dijo su abuela— como si fueran dichas con acento francés.
Nona es menor, pero ha crecido tanto que ahora parece la
mayor. Y su condición «especial», su físico, su forma de comportarse, han hecho
que la narradora tenga una relación ambigua y problemática con su hermana.
Nona, de alguna manera, mantiene a los miembros de su familia alejados, y ella
vive en su recámara como si viviera en una fortaleza, en un mundo propio. La
narradora, al sentirse excluida, ha comenzado a odiar a Nona.
Nona tiene amigos imaginarios. Esto, a su padre le
preocupa. Su madre, en cambio, dice que eso la va a ayudar a entenderse. Pero
la narradora cree que los amigos imaginarios de Nona podrían ser reales, aunque
invisibles para todos los demás. Cree que podrían ser extraterrestres o
fantasmas de niños muertos, pues desde su recámara, en las noches, escucha
voces diferentes provenientes de la recámara de Nona y, además, han sucedido
varios incidentes inquietantes... Por supuesto, ya no puedo contarles nada más
de este relato intenso, estupendo y escalofriante, digno de la mejor antología
de cuentos del mundo. Definitivamente, tienen que leerlo.
Edición en inglés |
El segundo cuento del libro tiene el título «Hablar con
viejas». El personaje central es Alicia, una guionista de televisión que tiene
un tiempo sin trabajo, ya se quedó sin dinero y debe varios meses de renta de
su departamento. Y ya recibió el aviso de que la van a desalojar. Su última
oportunidad, según piensa ella, la hace sentir mal, pero no le queda otro
recurso: le llama por teléfono a Andrés, un viejo amigo al que no ha visto
desde hace varios años, y quedan de verse en la noche en un bar. Ella sabe que
le gustaba a Andrés, y sabe que él está bien económicamente. Su plan es sencillo,
pero moralmente reprochable: se arregla provocativamente y luego de unos
minutos de charla le pedirá el dinero de la renta a Andrés. Obviamente como
préstamo. Espera conquistarlo esa noche, pero ella se repite que sólo será un
préstamo. Todo lo que necesita es salir de ese problema. Aún no sabe cómo
pagará ese dinero, pero se repite, para convencerse, que lo pagará. Y es que
Alicia no tiene a nadie más a quien recurrir.
Llega al bar media hora antes de la cita y pide una
bebida. Pasa el tiempo. 40 minutos después de la cita, se le acerca una mesera
y le pregunta si ella es Alicia. Ella dice que sí. La mesera le comunica que
habló una persona por teléfono al bar y pidió que le dieran un mensaje. Que la
persona a la que esperaba no podrá asistir por asuntos de trabajo, pero le pide
que ella lo llame de nuevo la siguiente semana para ponerse de acuerdo de
nuevo. Alicia pierde toda esperanza. Paga su bebida y se queda con sólo cinco
euros en la bolsa. No sabe qué hacer. Ya en la calle, una anciana le pide de
favor que la ayude a cruzar la calle. Luego la invita a su departamento a tomar
un té. Alicia, de inmediato, comienza a forjar un nuevo plan moralmente
reprochable...
En el cuento «Interno con figura», la narradora coincide,
por lo menos en la ficción, con la autora del libro. Ella, de visita en Madrid
para dar un taller literario, asiste a una exposición de pintura italiana del
siglo XIX. Un cuadro en particular le llama la atención, cuyo título es el
mismo del relato: Interno con figura, en el cual, en una habitación casi
vacía, con una cama que parece demasiado grande y una puerta entreabierta, se
encuentra una niña o una jovencita, hincada al lado de la cama, con la cabeza
recargada en ésta. No sabemos si se esconde, o si llora, o si descansa. La
imagen y el cuadro mismo son muy ambiguos, y por eso llama tanto la atención.
(Hay que decir que el cuadro existe y es el que ilustra la portada de este
libro.)
La autora mira el cuadro cuando un grupo de niños, guiado
por una instructora, se sienta en el piso frente al cuadro. La narradora se
queda a escuchar por curiosidad, para oír las interpretaciones de los niños
acerca de ese cuadro. Y las primeras voces dicen cosas previsibles, simpáticas,
hasta que una niña, muy seria, mirando el cuadro fijamente, dice que la niña
del cuadro está escondida porque sus padres la quieren matar por algo que ésta
vio. Se crea un momento de tensión que luego la guía rompe hablando de otra
cosa, pero la narradora se queda pensando si en realidad la niña estaría
hablando de sí misma... Ya no puedo contarles nada más de este relato, lo que
puedo decirles es que, como todos los cuentos de este libro, es sorprendente y
esplendido, y está deliciosamente escrito.
«El final de Barbro» es contado por una de tres hermanas
de veintitantos años. El padre de las tres jóvenes, viudo, les presenta una
tarde a su novia, llamada Barbro, una belleza nórdica de ojos azules, mucho
menor que él, pero no tanto como para que pueda ser confundida con su hija. A
las tres chicas les cae bien la mujer, pero ya no tan bien cuando, una semana
después, su padre y Barbro se presentan en el departamento con las maletas de
ella porque acaban de casarse. Así que Barbro vivirá ahí, a partir de ese mismo
momento.
A las jóvenes no les hace ninguna gracia, no sólo por lo
que consideran una invasión, sino por el hecho de que su padre, siempre tan
amoroso y atento con ellas, no les hubiera dicho nada de la boda ni les hubiera
consultado sobre vivir con Barbro en casa. Piensan que la nórdica ha tomado el
control de la voluntad de su padre y eso no les gusta nada, así que consideran
iniciada una guerra de baja intensidad en contra de la belleza nórdica, guerra
que tiene insospechadas consecuencias a lo largo del tiempo... Es un cuento
imprevisible y, a su manera, terrible, pero narrado con una gracia que resulta
sumamente divertida.
En «La nueva vida» una mujer (que suponemos es también un
alter-ego de la autora) llega a Madrid a pasar un par de días debido a algunos
compromisos. Pero cuando llamó por teléfono para reservar una habitación en su
hotel de siempre se encontró con que estaba lleno. Así que consiguió un
departamento rentado por tres días. Al llegar al departamento lo encuentra
maravilloso, tal y como le gustaría uno para vivir ahí. Se siente en casa. Mira
la ciudad por la ventana y se encuentra optimista por primera vez en mucho
tiempo, siente que ese podría ser el inicio de una nueva vida. Una nueva vida
que ha estado esperando desde hace varios meses que murió su marido, el hombre
de su vida. Ahí, en ese departamento, siente que le vuelven las ganas de
escribir, de leer, de ir al teatro y al cine. Baja a la calle, a la Gran Vía de
Madrid, camina, se mezcla con la gente, pide una cerveza en un bar de mesas en
la acera, y de pronto lo ve...
El sexto y último cuento del libro es también el más
extenso y lleva por título «Días entre los Wasi-Wano». La narradora (de 14
años) y su hermano Pedrito (de 9 años) son enviados por sus padres a pasar un
mes del verano a la casa de Tristán (hermano de la madre de los chicos) y de la
esposa de éste, Valeria. A los niños les llamó la atención que los mandaran con
Tristán y Valeria puesto que toda la familia se ha referido a ellos siempre con
frases que denotan que los ven como irresponsables y medio locos. Algo así como
los hippies de la familia.
Cuando llegan los niños a la casa de sus tíos, en un
pueblo remoto, se sorprenden de lo diferentes que son del resto de la familia,
y de hecho de cualquier persona que conocen. Parecían mucho más jóvenes de lo
que eran (andaban en la cincuentena), hacían gimnasia semidesnudos, nadaban en
el río, Valeria hacía experimentos con plantas para crear y recrear olores...
Eran simpáticos, tranquilos, nada formales. Quizá la explicación estuviese en
que Tristán era antropólogo. Para sus sobrinos, en las noches extendía en la
mesa un mapa de la Amazonía y les contaba historias de indígenas sudamericanos.
Sobre todo, de la tribu de los Wasi-Wano. Y les recalcaba que casi todo lo que
los demás antropólogos decían saber de ellos era falso. Pero él sí sabía pues
había pasado una temporada con ellos... Ya no les cuento nada más, pero sí
puedo decirles que los sobrinos de Tristán nunca olvidarían esos días con su
tío, y posiblemente los lectores de este libro no lo olvidemos tampoco.
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La habitación de Nona. Cristina Fernández Cubas. Tusquets
Editores, colección Andanzas. 186 págs.
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