Siempre nos quedará París
de Ray Bradbury
Jesús Guerra
Ray Bradbury nació en 1920 y murió en 2012, a los 91 años. Su primer
libro de cuentos (Dark Carnival) lo publicó en 1947 (tendría 26 o 27
años) y el último (A Pleasure to Burn) en 2010, a los 89 o 90. Entre
esas fechas publicó libros de no ficción, guiones de cine, guiones de
televisión, teatro, poesía, novelas y, sobre todo, cuentos. Publicó alrededor
de 37 libros de cuentos. El penúltimo que publicó (en 2009) se llama Siempre
nos quedará París (We'll always have Paris: stories), la famosa
frase con la que se despiden los personajes centrales de la película Casablanca
(Michael Curtiz, 1942), Rick e Ilsa, es decir Humphrey Bogart e Ingrid Bergman.
El libro en cuestión no se publicó en nuestro idioma sino hasta 2015, con
traducción de Miguel Antón, en España en abril y en México en septiembre, por
la Editorial Planeta bajo el sello editorial Minotauro.
Siempre nos quedará París contiene
21 cuentos y un poema, además de una brevísima introducción del autor, en la
cual, después de señalar que «Massinello Pietro» (el relato que abre la
colección) es su preferido, apunta: «El resto de los relatos, uno tras otro, me
los ha inspirado la vida, desde mi juventud hasta la mediana edad y estos
últimos años. Todos y cada uno de ellos han sido una pasión. Los escribí porque
tuve que hacerlo.»
Aquí encontramos por lo menos una de las posibles variantes de lo que
puede suceder cuando tienen un encuentro la madre de un joven fallecido y el
joven que ha recibido uno de los órganos del muerto («La visita»); un encuentro
fortuito entre dos hombres aparentemente diferentes en las calles semidesiertas
de la noche parisina («Siempre nos quedará París»); la narración deliciosamente
ambigua de los problemas de un matrimonio cuando cambian de parejas («Dobles»);
el relato sorprendente del caso del perro de un sacerdote que realiza las
labores de su dueño ante los moribundos de un hospital («Pater Caninus»).
Encontramos a una mujer que se ha dado cuenta de la enorme importancia de las
lecturas de su marido en su matrimonio («Encuentro literario»); y a una pareja
que inventa un personaje femenino que les ayuda en su comunicación, relato que
parece advertirnos que hay que tener cuidado con los personajes que creamos, o
los fantasmas que cargamos, o quizá las fantasías a las que pasamos a la sala
(«La señorita Appletree»).
«Si los caminos vuelven a cruzarse» es uno de esos relatos
fascinantes, reflexivos, ambiguos y poéticos de la producción de Bradbury. No
requiere de muchas páginas para introducirnos en una especie de burbuja desde
la que podemos ver la vida desde otras perspectivas. Los personajes centrales
son un hombre y una mujer que son novios desde hace unos pocos meses y no es
sino hasta ese momento que se ponen a conversar sobre la vida de cada uno de
ellos en años anteriores que descubren algunas coincidencias asombrosas, que
pueden tener implicaciones para su futuro...
En «Remembranza, Ohio» los lectores no sabemos quiénes son realmente
los personajes, esa pareja a la que seguimos y escuchamos su conversación, no
sabemos qué quieren hacer, de dónde vienen, por qué están en donde están, sin
embargo, el autor nos mantiene pegados al libro. Suponemos que al terminar de
leer el relato encontraremos las respuestas, pero es posible que encontremos
más preguntas. Y es que la ambigüedad y cierta voluntaria confusión son algunas
de las características del libro.
«Corazón de manzana Baltimore» es uno de los títulos que no entendemos
sino hasta las últimas líneas del relato, que, si no trata precisamente de una
venganza, trata por lo menos de una especie de desahogo. Y «Charla de
desalmohada» es un cuento tierno, breve, simpático y casi completamente
dialogado, que perfectamente podría funcionar como guion para un cortometraje.
Si este relato tuviera un tema musical sería la canción «I'm Not in Love» del
desaparecido grupo 10cc.
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Siempre están por ahí, en las orillas existenciales de la sociedad, al
margen, por lo general, de los caminos que recorren las personas comunes, que
tienen ocupaciones serias, que son responsables y tienen familia. Siempre hay
alguno de estos marginales que sonríen, aunque los demás no entiendan por qué,
y que parecen más felices que las personas con rutinas, que cumplen con su
deber. Al caminar parece que bailan, que escuchan una música que los demás no
oyen, y les dan de comer a las palomas en las plazas, y a los gatos y a los
perros callejeros. De un personaje de este tipo trata el relato que a Bradbury
más le gustaba de esta colección, «Massinello Pietro». Cuando lo lean,
entenderán por qué.
En esta colección de relatos sólo hay uno de ciencia-ficción: «Lejos
de casa», típico de Bradbury, estupendo, en el que de nuevo nos hace viajar a
Marte, desde una Tierra que sigue en los años 50. Pero tiene cuentos extraños
(«Venga conmigo»), nostálgicos (un hombre viejo narra un episodio de su
infancia —¿el propio Bradbury?— en «Veraniega Pietà»), siniestros («Cuando la
rama se quiebra»), tristes («Llegada y salida»), extravagantes («Risas
postreras»), aciagos («Los campos crepusculares»), macabros («El asesinato») e
inquietantes y visionarios («Mamá Perkins viene para quedarse»).
No creo, personalmente, que éste sea uno de los mejores libros de
cuentos de Ray Bradbury, y sin embargo contiene algunos relatos memorables. Lo
que sucede es que nos dejó malacostumbrados. Incluso cuando no es de lo mejor,
el libro es interesante, ameno y profundo. Es Bradbury. Como dice el texto de
contraportada: «Por suerte, siempre nos quedará Bradbury».
. . . . . . . . . . . . . . .
Siempre nos quedará París. Ray Bradbury. Traducción de Miguel Antón.
Editorial Planeta bajo el sello editorial Minotauro (España, abril 2015;
México, septiembre 2015). 208 págs.
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