jueves, 24 de octubre de 2013

Una caja de cerillas, de Nicholson Baker






Una caja de cerillas
de Nicholson Baker

Jesús Guerra

Ya he comentado aquí otros libros del norteamericano Nicholson Baker (Nueva York, 1957). Es autor, entre otros libros, de la novela Vox (1992), que he mencionado varias veces en este espacio, y Checkpoint (2004), reseñada este mismo mes. Ahora comento y recomiendo un libro suyo algo extraño: Una caja de cerillas (esto en la edición con traducción española de Alfaguara. Nosotros diríamos "Una caja de cerillos").

Es una novela, al final de cuentas, pero no lo parece. Está escrita como diario por el personaje central, llamado Emmett, un norteamericano de 44 años de edad. Está casado, su esposa se llama Claire, y tienen dos hijos, Phoebe, de 14 años, y Henry de 8. Emmett está entrando a la crisis de la edad adulta, siente que el tiempo se le pasa muy rápido, que pronto sus hijos crecerán y se irán a estudiar a otras ciudades del país, y que él, lógicamente está envejeciendo. Emmett se gana la vida como editor de libros de medicina y si bien no es millonario, vive bastante bien, en alguna ciudad del norte de los Estados Unidos. Tienen una casa amplia, antigua, con varias chimeneas, y tienen un gato y una pata. La pata se llama Greta.

Debido a la crisis por la que pasa Emmett, la cual, por otra parte, nunca se menciona, él decide levantarse todas las mañanas muy temprano, alrededor de las 4, y escribir unas páginas de su diario, en su computadora. Todas las mañanas tiene la misma rutina, pero con pequeñas variaciones: se levanta, intentando no despertar a nadie más, va a la cocina, prepara café, pero con la luz de la cocina apagada, porque Emmett tiene ideas muy particulares con respecto a la oscuridad y la luz, y sobre cómo debe comenzar su día, se come una manzana, enciende el fuego de la chimenea de la sala de estar, y escribe.


Edición norteamericana


Ahora viene el motivo de que les haya mencionado que se trata de un libro algo raro. En casi todas las historias, novelas o cuentos, películas y obras de teatro, después de que se nos cuenta o se nos muestra cómo es la vida normal de los personajes, viene una crisis fuerte que desestabiliza esta normalidad, el problema central que los personajes intentan resolver a lo largo de la historia, problema que se va agravando y trae otros problemas, hasta que los personajes, luego de sortear muchos obstáculos, logran resolverlo, y logran con esto llegar a su meta, que por lo regular es el regreso a la normalidad. Este es el esquema elemental de cualquier (o casi cualquier) narración. Pero en Una caja de cerillas esto no sucede, de ahí la «rareza» de este libro: la de Emmett es una familia normal, sin grandes problemas, es decir que son felices, o relativamente felices, y el problema central no llega nunca, y por lo tanto, aparentemente, en esta novela no sucede nada.

Este asunto de qué es lo que sucede en una historia lo saben todos los narradores, y Vargas Llosa lo ha dicho con mucha claridad, que la narrativa está siempre relacionada con la infelicidad, porque la felicidad es muy aburrida. Sin embargo precisamente este es el reto que parece haberse planteado Nicholson Baker en esta novela. ¿Qué se puede contar cuando no hay un problema central? Es decir, ¿qué pasa en la vida cuando en apariencia no pasa nada? Que técnicamente puede traducirse así: ¿cómo contar un fragmento de la historia de una familia que vive feliz, en la normalidad cotidiana? El autor lo resolvió así en esta novela: el padre de familia escribe todos los días, en las mañanas, tempranísimo, antes de que se levanten los demás miembros de la familia. ¿Y qué escribe? Emmett, el personaje que escribe, no es un novelista, no intenta inventar nada, simplemente escribe, por el puro placer de escribir; escribe lo que piensa, escribe lo que hace y lo que sucede a su alrededor, y escribe fragmentos de recuerdos, lo que va asociando a partir de lo que vive. Describe cosas, describe lo que hace y las «pequeñas cosas» que le suceden a su familia.

Escribe sobre la oscuridad y la luz, sobre cómo prepara el café, cómo enciende la chimenea, cómo corta la leña para la chimenea; escribe sobre sus antiguos pensamientos suicidas, mismos que lo ayudaban a dormir en noches de insomnio; sobre la tristeza de los silbatos de tren, sobre los bostezos, sobre su gato y sobre la pata Greta, sobre los sonidos de la noche, sobre la división de las estrellas en constelaciones, sobre el acto de mirar el fuego arder en la chimenea, sobre las palmeras, sobre los lentes y cómo los tratamos, sobre las personas mayores, sobre los cuartos de hotel, sobre la muerte y lo increíble que es, mirándola desde ciertas perspectivas. 


Edición francesa


Escribe sobre el acto de comer manzanas, sobre fotografías, sobre los sueños; describe una teoría personal que tiene sobre los motivos de las pesadillas; escribe sobre alfombras, sobre la pelusa que encuentra en su ombligo, sobre cortes de pelo, sobre los ronquidos, sobre su abuelo y sus investigaciones médicas, sobre su padre, sobre los libros de medicina y sobre médicos, sobre los líquenes que crecen en las lápidas de los cementerios, sobre paseos en bicicleta. Hace comentarios sobre tiendas y sobre cosas compradas, se pregunta por qué cada uno es capaz de hacer ciertas cosas y otras no; describe cómo lava los trastes, apunta su teoría sobre cómo lo primeros que hacemos en las mañanas nos pueden cambiar el tipo de día que tendremos; escribe sobre las chimeneas y los deshollinadores; hace asociaciones interesantes, por ejemplo entre las cenizas de la chimenea y la inasibilidad de la historia; escribe sobre su barba, sobre los «letargos creativos», sobre por qué los hombres deben orinar sentados durante la noche... escribe sobre la vida, desde una perspectiva personal.

Quizá si fuese un libro muy extenso sería insoportable, pero como es muy breve —tiene apenas 189 páginas—, el libro, para mí, es interesante muy interesante, y para muchos críticos estadounidenses es algo maravilloso. Claro que obviamente no es un libro para todos los gustos. Pero debe de ser de interés, casi obligatorio, para narradores, poetas y estudiantes de letras, por ejemplo. Y tiene fragmentos que deben de gustarles a todos los buenos lectores.

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Una caja de cerillas. Nicholson Baker. Traducción de Eduardo Hojman. Alfaguara, 2004. Punto de Lecturas, 2005. 189 págs.


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