viernes, 16 de enero de 2015

El placer del viajero, de Ian McEwan




El placer del viajero
de Ian McEwan

Jesús Guerra

Edición francesa
Colin y Mary son una pareja inglesa que pasa sus vacaciones en una ciudad italiana nunca nombrada pero reconocible, Venecia. Tienen varios años como pareja pero no están casados y no viven juntos. Mary tiene dos hijos a quienes dejó con su exmarido para estas vacaciones italianas, que fueron idea suya. Son en realidad una «bonita pareja», en el sentido de que ambos son personas bellas. Quizá Colin lo sea más, hay quienes así opinan. Su relación, con el tiempo, se ha vuelto rutinaria. Ya no sienten la pasión del principio. Se quieren, se conocen muy bien, son amigos, tienen relaciones rápidas. Son algo extraños, o quizá demasiado comunes. No son turistas hiperactivos, ni les interesa la fotografía viajera, ni tienen intereses culturales específicos. No sabemos el motivo por el que Mary seleccionó Venecia para sus vacaciones aunque podemos hacer suposiciones lógicas. Venecia es una ciudad romántica, claro, pero por su edad, su estructura, su diseño y su historia, Venecia puede ser, o parecer, una ciudad lúgubre, enfermiza, siniestra. Quizá todo está en el ojo del observador, pues por momentos Colin y Mary parecen más sufrir la ciudad que disfrutarla. Se les olvidan sus mapas y se pierden constantemente, el calor los agobia, y no parecen ser capaces de mantenerse despiertos. Toman largas siestas y luego salen a buscar algún restaurante perfecto, pero la búsqueda de la perfección suele ser una tarea ingrata.
 
Edición en inglés
Colin y Mary no son el tipo de personas interesadas realmente en conocer a otras personas, o en entender otras culturas. Para ellos los italianos son criaturas exóticas. Por supuesto, han hecho los recorridos de rigor. Y todos los días hacen planes para conocer la iglesia que ven desde la ventana de su cuarto de hotel, pero nunca encuentran el tiempo o el ánimo para hacerlo. En donde mejor se encuentran es en el balcón de su cuarto de hotel. Desde ahí miran a los turistas, y a los citadinos, observan el canal, el cielo, las otras edificaciones, ahí conversan, fuman, beben vino; y así como tienen días de silencio tienen otros en que platican como si estuvieran conociéndose.

Edición en inglés
Un día se les hace tarde y salen a buscar un restaurante para cenar cuando la mayoría de los locales han cerrado sus puertas; se les han olvidado sus mapas y se pierden en el laberinto de callejuelas hasta que son rescatados por un italiano llamado Robert, hijo de un diplomático, por lo cual pasó varios años de su infancia en Londres, y aunque dice no hablar el inglés a la perfección, adora esa lengua y le encanta hablarla. Robert es un tipo extraño, repulsivo y atrayente al mismo tiempo, que no deja de tocarlos, los toma de las manos, y de los brazos y, sobre todo, no deja de hablar. Al saber que están perdidos los lleva a un bar y les narra una historia de su infancia, absurda pero fascinante y retorcida.

Edición en inglés
Otro día se los encuentra de nuevo en un café al aire libre y los lleva a su casa. Colin y Mary conocen a la esposa de Robert, una canadiense llamada Caroline. Una mujer bastante rara también, con un problema en la columna que le impide subir escaleras y, de hecho, salir de la casa; y la casa misma, elegantemente decadente, llena de objetos que pertenecieron al padre y al abuelo de Robert, tiene también un aire misterioso, oscuro y siniestro. Ya no puedo contar más porque aquí es donde comienzan las sorpresas de esta novela, breve y sorprendente, de Ian McEwan. Se trata de su segunda novela, publicada en inglés en 1981, con el título The Comfort of Strangers, la cual fue muy bien recibida por la crítica, tanto inglesa como estadounidense. En 1990 fue adaptada al cine bajo la dirección de Paul Schrader, con guión de Harold Pinter (dramaturgo y guionista de cine, quien años después, en 2005, ganaría el Premio Nobel de Literatura) y las actuaciones de Christopher Walken (Robert), Rupert Everett (Colin), Natasha Richardson (Mary) y Helen Mirren (Caroline), y con música de Angelo Badalamenti. La adaptación es buena aunque tiene un cambio importante al final con respecto a la novela, un cambio que, me parece, se debió más a cuestiones técnicas de narración cinematográfica que dramáticas. Aunque me gusta la versión fílmica, la novela es mucho más opresiva y en términos generales mucho más siniestra (a pesar de la presencia de Christopher Walken en la cinta, lo que ya es decir). La novela pasa de una narración literaria, con la descripción del día a día de una pareja que vive un paréntesis de su cotidianeidad inglesa, a una historia de terror, psicológico y físico, que explora temas fuertes que no menciono para no arruinarles la experiencia. Una novela importante para cualquier lector, e indispensable para los seguidores de este estupendo escritor, Ian McEwan.

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El placer del viajero. Ian McEwan. Traducción de Benito Gómez Ibáñez. Editorial Anagrama. Colección Compactos. 142 págs. 

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