El placer del viajero
de Ian McEwan
Jesús Guerra
Edición francesa |
Colin y Mary son una pareja inglesa que pasa sus
vacaciones en una ciudad italiana nunca nombrada pero reconocible, Venecia.
Tienen varios años como pareja pero no están casados y no viven juntos. Mary
tiene dos hijos a quienes dejó con su exmarido para estas vacaciones italianas,
que fueron idea suya. Son en realidad una «bonita pareja», en el sentido de que
ambos son personas bellas. Quizá Colin lo sea más, hay quienes así opinan. Su
relación, con el tiempo, se ha vuelto rutinaria. Ya no sienten la pasión del principio.
Se quieren, se conocen muy bien, son amigos, tienen relaciones rápidas. Son
algo extraños, o quizá demasiado comunes. No son turistas hiperactivos, ni les
interesa la fotografía viajera, ni tienen intereses culturales específicos. No
sabemos el motivo por el que Mary seleccionó Venecia para sus vacaciones aunque
podemos hacer suposiciones lógicas. Venecia es una ciudad romántica, claro,
pero por su edad, su estructura, su diseño y su historia, Venecia puede ser, o
parecer, una ciudad lúgubre, enfermiza, siniestra. Quizá todo está en el ojo
del observador, pues por momentos Colin y Mary parecen más sufrir la ciudad que
disfrutarla. Se les olvidan sus mapas y se pierden constantemente, el calor los
agobia, y no parecen ser capaces de mantenerse despiertos. Toman largas siestas
y luego salen a buscar algún restaurante perfecto, pero la búsqueda de la
perfección suele ser una tarea ingrata.
Colin y Mary no son el tipo de personas interesadas
realmente en conocer a otras personas, o en entender otras culturas. Para ellos
los italianos son criaturas exóticas. Por supuesto, han hecho los recorridos de
rigor. Y todos los días hacen planes para conocer la iglesia que ven desde la
ventana de su cuarto de hotel, pero nunca encuentran el tiempo o el ánimo para
hacerlo. En donde mejor se encuentran es en el balcón de su cuarto de hotel.
Desde ahí miran a los turistas, y a los citadinos, observan el canal, el cielo,
las otras edificaciones, ahí conversan, fuman, beben vino; y así como tienen
días de silencio tienen otros en que platican como si estuvieran conociéndose.
Edición en inglés |
Un día se les hace tarde y salen a buscar un restaurante
para cenar cuando la mayoría de los locales han cerrado sus puertas; se les han
olvidado sus mapas y se pierden en el laberinto de callejuelas hasta que son
rescatados por un italiano llamado Robert, hijo de un diplomático, por lo cual
pasó varios años de su infancia en Londres, y aunque dice no hablar el inglés a
la perfección, adora esa lengua y le encanta hablarla. Robert es un tipo
extraño, repulsivo y atrayente al mismo tiempo, que no deja de tocarlos, los
toma de las manos, y de los brazos y, sobre todo, no deja de hablar. Al saber
que están perdidos los lleva a un bar y les narra una historia de su infancia,
absurda pero fascinante y retorcida.
Edición en inglés |
Otro día se los encuentra de nuevo en un café al aire
libre y los lleva a su casa. Colin y Mary conocen a la esposa de Robert, una
canadiense llamada Caroline. Una mujer bastante rara también, con un problema
en la columna que le impide subir escaleras y, de hecho, salir de la casa; y la
casa misma, elegantemente decadente, llena de objetos que pertenecieron al
padre y al abuelo de Robert, tiene también un aire misterioso, oscuro y
siniestro. Ya no puedo contar más porque aquí es donde comienzan las sorpresas
de esta novela, breve y sorprendente, de Ian McEwan. Se trata de su segunda
novela, publicada en inglés en 1981, con el título The Comfort of Strangers,
la cual fue muy bien recibida por la crítica, tanto inglesa como
estadounidense. En 1990 fue adaptada al cine bajo la dirección de Paul
Schrader, con guión de Harold Pinter (dramaturgo y guionista de cine, quien
años después, en 2005, ganaría el Premio Nobel de Literatura) y las actuaciones
de Christopher Walken (Robert), Rupert Everett (Colin), Natasha Richardson (Mary)
y Helen Mirren (Caroline), y con música de Angelo Badalamenti. La adaptación es
buena aunque tiene un cambio importante al final con respecto a la novela, un
cambio que, me parece, se debió más a cuestiones técnicas de narración
cinematográfica que dramáticas. Aunque me gusta la versión fílmica, la novela
es mucho más opresiva y en términos generales mucho más siniestra (a pesar de
la presencia de Christopher Walken en la cinta, lo que ya es decir). La novela
pasa de una narración literaria, con la descripción del día a día de una pareja
que vive un paréntesis de su cotidianeidad inglesa, a una historia de terror,
psicológico y físico, que explora temas fuertes que no menciono para no
arruinarles la experiencia. Una novela importante para cualquier lector, e
indispensable para los seguidores de este estupendo escritor, Ian McEwan.
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El placer del viajero. Ian McEwan. Traducción de Benito
Gómez Ibáñez. Editorial Anagrama. Colección Compactos. 142 págs.
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