El exilio y el reino
de Albert Camus
(Segunda de dos partes)
Jesús Guerra
En la entrada anterior comento los tres primeros de los
seis relatos que componen el libro El exilio y el reino, de Albert
Camus, libro publicado en 1957, poco antes de que se anunciara que este autor
había ganado el Premio Nobel de ese año. Aunque este libro es menos conocido
que sus novelas cortas El extranjero y La caída, y su novela más
extensa, La peste, es de todas maneras un volumen importantísimo de su
obra. El exilio y el reino fue, además, el último libro literario que
publicó en vida, pues Camus murió el 4 de enero de 1960 en un accidente en una
carretera francesa, aunque sí publicó después de este libro algunos ensayos y
una selección de sus artículos periodísticos.
Aunque los personajes y los ambientes en que se
desarrollan estos seis relatos son todos muy diferentes, los temas centrales
son los mismos, y están relacionados con los contenidos simbólicos de los
sustantivos de su título global: «el exilio» y también «el reino». Paso, pues,
a comentarles los siguientes tres relatos de este libro.
El cuarto relato se llama «El huésped». Un maestro rural
argelino, llamado Daru, se encuentra solo en la escuela en donde da clases —y
al lado de la cual vive—, pues una inesperada nevada ha impedido durante varios
días que sus pocos alumnos se presenten al curso. Daru está acostumbrado a
estar solo cuando no están los estudiantes. Al cuarto día, ve desde una de las
ventanas que dos hombres se dirigen hacia la escuela. Uno va a caballo y el
otro a pie, batallando con la nieve acumulada en el monte, aunque ya ha dejado
de nevar. Cuando por fin llegan, ve que el hombre a caballo es Balducci, un
viejo gendarme de un lugar llamado El Ameur. El otro hombre va amarrado de las
manos, y éstas atadas a una cuerda larga que llega a las manos del gendarme. El
prisionero es claramente un árabe.
Daru invita a los dos hombres a pasar a la escuela a
calentarse, y Balducci le da la noticia al maestro: ese hombre al que lleva
amarrado es un prisionero que esperan en el pueblo llamado Tinguit, pero como
hay poco personal en la gendarmería de donde viene, se le ha pedido a Balducci
que conduzca al prisionero a la escuela rural y que regrese de inmediato, y le
ordena que él, Daru, lleve al prisionero a la prisión en donde lo esperan.
Daru pregunta qué es lo que hizo el prisionero. Balducci
le responde que asesinó a un hombre en una pelea. Mientras tanto, el prisionero
se ha comportado bien ahí, tranquilo, bebiendo el té que les preparó Daru,
sentado, en silencio. Pero Daru no quiere cumplir con esa tarea, porque él
mismo es árabe y no quiere, por decirlo así, hacerles el trabajo sucio a los
franceses de Argel. Y así se lo manifiesta a Balducci. Éste le responde que él
sabrá lo que hace, que él, el gendarme, ya cumplió con su parte. Daru le pide
que desamarre al prisionero y el gendarme lo hace. El gendarme, luego, le deja
una pistola al maestro, pues éste no tiene ni un arma. Y se va.
Daru está muy incómodo. Prepara la cena y ambos hombres
cenan y hablan poco. Daru le prepara un catre al prisionero y un rato después
se acuestan. Daru batalla para dormir pues no sabe qué intenciones pueda tener
el prisionero. Si se escapa, él estaría encantado. Pero no escapa. A la mañana
siguiente, Daru aún no sabe si cumplir con la tarea que le encomendaron o dejar
escapar al prisionero... Hasta aquí dejo el argumento de este cuento, muy
clásico y espléndidamente narrado. Sólo quería llegar hasta el dilema que se le
plantea al personaje central, para que puedan entender los lazos temáticos
entre los cuentos de este interesantísimo libro.
El quinto relato es «Jonás o El artista en el trabajo», y
es uno de los dos relatos más largos del libro. La primera frase del cuento
dice: «Gilbert Jonás, artista pintor, creía en su estrella». Y, en efecto,
Gilbert tenía muy buena suerte o así lo veía él, pues era un hombre dado a
encontrar lo bueno en casi cualquier situación. Gilbert conseguía muchas cosas
casi sin proponérselo. Se interesó en la pintura y se puso a pintar todo el
tiempo, y si no se hubiera accidentado y tenido que permanecer con los brazos
inmóviles por un tiempo, no se hubiera interesado en el amor. Pero hasta eso le
llegó, y conoció a Louise Poulin, una buena mujer que lo adoraba, y pronto se
casaron.
Un vendedor de arte reconoció el talento de Gilbert y le
propuso, como una manera de explotarlo, pero también de darle seguridad, que le
pagaría una mensualidad para que se dedicara a pintar sin preocupaciones, a
cambio del derecho de ser él el único vendedor de sus cuadros. Gilbert aceptó.
Pensó que luego su estrella se encargaría de ayudarlo a mejorar en lo
económico. Le alcanzaba para vivir más o menos bien y para rentar un pequeño
departamento, el cual pronto se hizo más pequeño, a medida que fueron naciendo
sus tres hijos.
Aunque Gilbert no ganaba más, se fue haciendo conocido y
luego famoso. Y como parece lógico en estos casos, su casa comenzó a ser
visitada por amigos, clientes, críticos de arte, otros pintores y hasta
discípulos. Gilbert a todo le veía el lado bueno. Se sentía querido y admirado,
y sentía que aprendía algo nuevo en cada conversación que sostenía con sus
numerosos visitantes, además no quería portarse mal con nadie. Claro que, en esas
circunstancias, cada vez pintaba menos. De hecho, tuvo que hacer algunos
arreglos en su casa y acostumbrarse a pintar por pedacitos, rodeado de gente y
sosteniendo varias conversaciones...
No sólo cada vez pintaba menos, sino que un día su mecenas
le dijo que estaba preocupado porque sus cuadros no se estaban vendiendo tan
bien como antes. Y algunas críticas periodísticas y hasta de algunos de sus
visitantes decían que Gilbert estaba en decadencia. Entonces Gilbert tuvo que
tomar algunas medidas que, en parte lo ayudaron, y en parte —por lo menos al
principio— parecieron hundirlo más en la opinión de quienes componen eso que se
conoce como el mundillo del arte. Ya no cuento nada más de este relato,
pero hemos llegado de nuevo al dilema principal del personaje central.
Edición francesa de bolsillo |
El sexto y último cuento de El exilio y el reino,
el más extenso del libro, se llama «La piedra que crece» (aunque en otras
ediciones, el cuento se llama, en nuestro idioma, «La piedra que empuja»). El
personaje central se apellida D'Arrast y es un ingeniero francés que ha llegado
a Brasil contratado por la Sociedad Francesa de Río de Janeiro, para realizar
varias obras en este país de Sudamérica, y la primera es un dique en el río de
un pueblo minúsculo llamado Iguapa, con la intención de evitar las inundaciones
periódicas de las zonas más pobres del pueblo.
Así que el ingeniero llega a Iguapa, conducido por un
chofer brasileño que habla francés, llamado Sócrates. Lo reciben el alcalde del
pueblo y el juez, dos de los notables del pueblo, y lo tratan muy bien. Luego
lo llevan a ver las zonas pobres, las que se inundan, y el ingeniero se da
cuenta de que son, en efecto, zonas muy pobres, pues las casas son
chozas con piso de tierra. Pero la gente es amistosa y lo reciben con mucho respeto.
Por esas fechas se celebran varias ceremonias religiosas
importantes en el pueblo. En la plaza principal el ingeniero D'Arrast conoce a
un brasileño que habla algo de francés y es muy simpático. Éste le cuenta que
es cocinero, y que en una ocasión el barco en el que trabajaba naufragó frente
a la costa del pueblo en el que están, y él le prometió a Jesús que en la
procesión de su fiesta llevaría cargando una piedra de 50 kilos en la cabeza si
lo salvaba. Y como se salvó, está dispuesto a cumplir su promesa en la
procesión que se llevará a cabo el día siguiente. Y para esa noche, el cocinero
lo invita a la choza de su hermano a cenar una sopa deliciosa que él prepara. E
inmediatamente después, lo invita a presenciar un ritual muy africano en honor
de San Jorge. El ingeniero asiste tanto a la cena como al ritual, que lo deja
muy impresionado. De hecho, el ingeniero siente una mezcla de fascinación y de
repulsión por Brasil.
Al día siguiente, el alcalde invita al ingeniero a
presenciar la procesión desde uno de los balcones de la Alcaldía. Y en la
procesión sucede algo muy importante... Ya no sigo con el argumento, pero sí
les puedo decir, por ejemplo, que la estupenda descripción de la ceremonia
africana me recordó mucho la ceremonia santera que narra el cubano Guillermo
Cabrera Infante en uno de sus cuentos más famosos. Claro que este cuento de
Camus es anterior. También les puedo decir que, al igual que los otros cuentos
de este libro, «La piedra que crece» cumple con la temática que unifica a las
seis narraciones, aunque éste, el cuento final, es el más «optimista» de todos.
Edición francesa de bolsillo |
Ya comenté un poco (en la primera parte de esta reseña) la
temática de los seis relatos del libro, enunciada desde el título mismo, pero
enunciada de manera simbólica. Los personajes centrales están en una crisis,
pero no una cualquiera, una que pone en duda el sentido mismo de la propia
existencia. Y en la mayor parte de los casos, esa crisis se manifiesta al
enfrentar un dilema. La respuesta, o más bien, la selección del camino a tomar
puede no resolver las cosas porque entonces queda la culpa. La culpa de no
haber tomado el otro camino. Tanto el dilema como la culpa forman parte de ese exilio
simbólico, esa sensación de fracaso, de frustración. En algunos casos el dilema
es tan terrible que los dos caminos para salir del mismo son, simultáneamente,
el correcto y el equivocado. En otros casos el camino correcto es claro, pero
cuesta mucho trabajo elegirlo porque implica, también, enfrentar otros
problemas, otras crisis, otros esfuerzos. El reino simbólico sería la
decisión correcta, la decisión que le da sentido a la vida... No en todos los
relatos se llega a un verdadero reino, y si se llega, no en todos es duradero.
Porque el sentido de la propia existencia es una búsqueda y tal vez un
encuentro diario. Estos seis relatos son, entonces, sólo seis casos, sólo seis
ejemplos, sólo seis contextos, de los millones que hay...
Recomiendo muchísimo la lectura de este espléndido libro
de Camus, para que ustedes realicen su propia interpretación. Cada uno de estos
relatos nos dirá, quizá, cosas diferentes a cada uno de sus lectores.
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El exilio y el reino. Albert Camus. La edición más fácil
de conseguir es la de Alianza Editorial, la cual tiene 176 págs.
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