Vientos de Cuaresma
(serie Mario Conde 2)
de Leonardo Padura
Jesús Guerra
Hace unos días comenté la primera novela de la serie del
Conde llamada Pasado perfecto (novela número 1 de la serie Mario Conde),
la cual transcurre en invierno, en los primeros días de 1989. Hoy comento la
segunda novela de la serie, llamada Vientos de Cuaresma, que transcurre
a fines de marzo de ese mismo año, es decir en primavera. Señalo los meses y
las estaciones pues estas dos novelas forman parte de la tetralogía original
llamada Cuatro estaciones. Las otras dos novelas son Máscaras
(número 3) y Paisaje de otoño (4) —cuyos comentarios vienen en camino—
pero dicho cuarteto se multiplicó y ya van ocho novelas, de las cuales ya
comenté dos en este mismo blog, Adiós, Hemingway (número 5 de la serie)
y La cola de la serpiente (7), y están pendientes La neblina del ayer
(6) y Herejes (8), pero no por mucho tiempo... Con respecto a la
tetralogía original es importante tener en cuenta la importancia mundial de ese
año y sus repercusiones posteriores en Cuba, recordemos que en noviembre de
1989 cayó el célebre Muro de Berlín, y con él la Unión Soviética, y por lo
tanto estas novelas suceden antes de la crisis económica cubana de los años 90.
Si Pasado perfecto trata de un asunto de corrupción
de un político importante de la Cuba de Castro, Vientos de Cuaresma
trata de un tema mucho más común en la novela policiaca: un asesinato. El
asesinato de una joven profesora de Química de una preparatoria de La Habana,
un Pre, como le llaman en Cuba, y específicamente del Pre de La Víbora, la
misma escuela a la que asistió en su añorada adolescencia el ahora teniente
investigador Mario Conde. Aquí aparece una buena parte de los personajes del
entorno laboral y casi podemos decir familiar del Conde, introducidos en la
novela anterior, volvemos a encontrar al sargento Manuel Palacios, el compañero
de trabajo del Conde, a quien llaman Manolo; al mayor Antonio Rangel, el jefe
de ambos, llamado con frecuencia el Viejo, eterno fumador y profundo conocedor de
puros, cubanos y extranjeros; al Flaco Carlos, el mejor amigo del Conde, y
otros de los amigos del Conde, como el Conejo y Andrés, y otro más, excompañero
del Pre y ahora frecuentemente utilizado por el Conde como informante, quien
tiene un nombre sensacional: Candito el Rojo.
Edición inglesa |
Nunca faltan en estas novelas las discusiones entre el
Conde y el Flaco sobre beis-bol, sobre qué música poner en la grabadora (y casi
siempre se deciden por los Creedence); no faltan tampoco las descripciones de
las comidas deliciosas que prepara Josefina, a quien llaman Jose, la madre del
Flaco; nunca falta una hermosa mujer —y si no hermosa por lo menos guapa pero
sensual— de la que se enamora el Conde —en este caso Karina, una mujer con una
habilidad particularmente erótica para el Conde: toca el saxofón, y además
tiene un secreto—, ni faltan los recuerdos nostálgicos del Conde acerca de su
infancia con su abuelo, que era gallero, y sobre la preparatoria, en donde
conoció a todos sus amigos, ni sus constantes reflexiones acerca de mil cosas,
como la suerte, el destino, las mujeres, Dios, la muerte, la música y sobre los
posibles motivos por los que le ha ido tan mal en la vida, y también sobre la
ciudad de La Habana, sus habitantes y sus criminales.
Edición francesa |
Toda buena, verdaderamente buena, novela policiaca, sin
dejar de serlo desborda el género, y las novelas policiacas de Leonardo Padura
con su investigador Mario Conde son verdaderamente buenas. Nos proponen un
crimen y un enigma de entrada, y a lo largo de las páginas del libro el enigma
se descubre y el crimen se resuelve, pero hay mucho más. Hay retratos
estupendos de personajes interesantísimos, diálogos por lo general muy
divertidos, hay sueños, deseos, pesadillas, y realidades qué afrontar. Hay amor
y sexo y melancolía, hay violencia y deseo de justicia. Hay un retrato social,
y por lo tanto crítica social, y muchas referencias musicales y literarias. Hay
vida cotidiana de todo tipo, hay, pues, una atmósfera perfectamente lograda que
es lo que realmente distingue a esta serie de cualquier otra novela policiaca
del mundo. Si en la primera novela siempre estaba presente una especie de frío
(el invierno habanero de 15 grados centígrados) en la segunda siempre hay un
viento primaveral que lo arrastra todo, y el Conde, casi siempre con una
actitud fatalista que sin embargo no lo domina, con una especie de optimista
pesimismo, se deja arrastrar.
El Conde, mientras fuma cientos de cigarrillos y toma
decenas de tazas de café, mientras se enamora y se emborracha con ron, mientras
lee o se desespera porque no puede leer, mientras sueña con la idea de
convertirse en escritor, mientras espera a que llegue a la ciudad o a que lo
llame a su casa literalmente la mujer de sus sueños, mientras escucha música y
platica de mil cosas, mientras se desespera por su soledad y siente nostalgia
por un pasado más sencillo y aparentemente más feliz, mientras recuerda,
mientras piensa que «nadie conoce las noches de un policía», mientras hace todo
esto, también hace su trabajo como investigador, y no sólo encuentra al asesino
de la maestra de Química, sino que desenreda una madeja que deja entrever las
ramificaciones criminales y de corrupción presentes en Cuba al igual que en
cualquier otro país de la Tierra.
La serie de novelas de Mario Conde es sumamente recomendable.
Lean cualquiera de las ocho novelas aparecidas hasta el momento y van a ver que
se vuelven adictos a la literatura de su autor, Leonardo Padura. En la
contraportada del libro hay una cita sacada de una reseña de la revista
francesa Madame Figaro que quiero transcribir por su abstracta
precisión: «Si las otras novelas de la serie son soberbias, Vientos de
Cuaresma, la segunda entrega, es sencillamente mágica».
. . . . . . . . . .
Vientos de Cuaresma. Leonardo Padura. Tusquets Editores
(se encuentra tanto en la colección Andanzas como en la colección Maxi). 225
págs.
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