Máscaras
(serie Mario Conde 3)
de Leonardo Padura
Jesús Guerra
Máscaras es la tercera novela del detective habanero Mario Conde, la
tercera de la tetralogía Las Cuatro Estaciones, de Leonardo Padura, a las que
el autor ha agregado otras cuatro novelas posteriores. (La información de estas
novelas y de la tetralogía la pueden encontrar en las reseñas que he escrito
hasta el momento, aquí —la ligas se encuentran al final del comentario—: Pasado
perfecto [Mario Conde 1], Vientos de Cuaresma [MC 2], Adiós,
Hemingway [MC 5] y La cola de la serpiente [MC 7].) Las novelas de
la tetralogía original se desarrollan en el año 1989, la primera en enero de
ese año, por tanto en invierno, la segunda en la primavera, y Máscaras
en verano. «Tenía que ser el verano más caliente que había vivido, concluyó
mientras se desvestía para darse una ducha».
Las tres obras son espléndidas, están muy bien escritas,
los personajes, sobre todo los habituales, están muy bien desarrollados, y son
deliciosamente atmosféricas; los casos policiacos, además, han ido aumentando
su intensidad y se han vuelto más complejos. En Pasado perfecto Mario
Conde se ocupa de la desaparición de un funcionario del gobierno, en Vientos
de Cuaresma del asesinato de una profesora de Química de una preparatoria
de la capital cubana, y en Máscaras investiga otro asesinato, uno mucho
más complejo, con muchos elementos simbólicos: el de un travesti en el Bosque
de La Habana. Si en las dos primeras novelas muchos hilos partían de un sitio
conocido para el Conde, un sitio añorado de una época mitificada, la
preparatoria en donde estudió y en donde conoció a sus mejores amigos, en la
tercera aventura el investigador debe de entrar a un mundo desconocido para él,
el ambiente gay y de travestis.
En el lugar del crimen, un forense le dice al
investigador: «—¿Qué te parece, Conde? Sí, es un hombre. Vestido y maquillado
de mujer. Ya tenemos hasta travestis asesinados, casi somos un país
desarrollado. A este ritmo ahorita fabricamos cohetes y vamos a la luna...» La
víctima se llamaba Alexis Arayán; murió el 6 de agosto, día de la
Transfiguración de Cristo (esto lo encuentra el Conde, ateo con pasado
católico). La víctima fue asfixiada con una banda de seda roja, y todo indica
que el victimario lo asfixió de frente y que, al parecer, la víctima no opuso
resistencia. Para complicar las cosas, se entera después el Conde, Alexis era
homosexual pero no era travesti. Y para complicarlas más aún, en el plano
político, era hijo de un diplomático importante, Faustino Arayán, «último
representante cubano en la Unicef, diplomático de largas misiones, personaje de
altas esferas».
El Conde ni siquiera tendría que estar al frente de esta
investigación, junto con su asistente, el sargento Manuel Palacios —Manolo—,
pues estaba suspendido, condenado a realizar tareas administrativas menores por
su pleito con otro policía (que leímos en Vientos de Cuaresma), pero el
mayor Rangel, su jefe, quien realmente aprecia al Conde pero casi nunca se lo
demuestra, le levanta temporalmente el castigo por andar corto de personal, y
porque el Conde es su mejor investigador (y más si el caso puede tener
consecuencias políticas). Así que el Conde está feliz de salir del submundo de
los papeleos burocráticos y el caso le parece estimulante, sin embargo Mario es
—supongo que como reflejo del mundo en el que se mueve y por la cultura que lo
rodea—, homofóbico. Sin embargo, el Conde es también sensible y culto, amante
de los libros, buen lector y aspirante perpetuo a escritor, así que es previsible
su metamorfosis en este sentido para el final del libro, y esto gracias a un
personaje maravilloso, que intriga y termina por fascinar al Conde: Alberto
Marqués, otro personaje con apellido de resonancia aristocrática.
Edición francesa, con un cintillo humorístico que dice: "Este policiaco no es sueco. Ron, puros, corrupción: investigación en Cuba". |
Alberto Marqués vive en el «número 7, de la calle
Milagros, entre Delicias y Buenaventura. ¿Sería un invento de Alberto Marqués
aquel número y aquellos tres nombres de calles para ubicar su casa en un rincón
del Paraíso Terrenal, dentro de una gloria perfecta y edénica?» El primer
encuentro entre el Conde y el Marqués se produce porque en casa de este último
vivía Alexis. Pero entonces el Conde se topa no sólo con el Marqués, sino con
su historia y su personaje (pues todo en el mundo del Marqués y en el de los
travestis es teatral): un dramaturgo y director de teatro importante que fue
obligado por el régimen a abandonar sus tareas artísticas años atrás, y
obligado a trabajar como bibliotecario en una pequeña biblioteca pública,
debido a su homosexualidad y a que sus obras no tenían los «parámetros»
ideológicos requeridos. Esto resuena en el investigador, quien ya había sufrido
una represión mínima, a nivel escolar, cuando escribió su primer cuento para
una revista de la preparatoria (historia que leímos en Pasado perfecto),
y el Conde comienza a sentir una especie de simpatía y hasta admiración por
Marqués, quien además es cultísimo y sumamente inteligente. Y es Alberto
Marqués quien guía al investigador al mundo habanero homosexual y travesti, y
quien le cuenta historias y le da claves para entender, finalmente, lo
sucedido.
El propio Marqués guía también al Conde, aunque de manera
involuntaria, hacia Poly, Poly polifónica como la llama el Conde, su Dulcinea
provisional, una chica que provoca una de las escenas más candentes de las ya
de por sí exaltadamente eróticas escenas amatorias del Conde, muy inusuales en
la literatura policiaca. Cuando el Conde va a una reunión gay para ver a
algunos travestis (fiesta en la que conoce a Poly), la descripción que se hace
a sí mismo de los asistentes y el diálogo posterior con Poly son muy divertidos
y terriblemente ciertos. Concluye luego que «En el aire se respiraba una
libertad de gueto, pequeña pero bien aprovechada».
Miki, el amigo escritor (malo y vendido al poder) del
Conde le explica quién es Marqués, y le dice que si se pusiera de pie en la
puerta del café de la Unión de Escritores y gritara ¿quién es Alberto Marqués?,
«enseguida van a salir doscientos tipos, se van a arrodillar en el piso, van a
hacer reverencias y te van a decir: Es Dios, es Dios, y si los dejas un rato
más le organizan un homenaje...», pero, le dice Miki, si hubiera gritado la
pregunta 15 años antes, los mismos doscientos tipos le hubieran respondido «Es
el Diablo, el enemigo de clase, el apóstata [...] Porque esto aquí es así,
Conde: antes era mejor ni hablar de él, y ahora es el monumento vivo a la
resistencia ética y estética...»
Mientras el Conde investiga un asesinato, el Conde
descubre una Habana completamente diferente a la suya, y encuentra a personajes
que sufrieron una cruel represión debido a sus ideas estéticas, políticas y a
sus preferencias sexuales, hechos que agravan el estado de ánimo del
investigador y oscurecen su visión del mundo. «Llévame para mi casa, creo que
me hace falta dormir. Tal vez soñar —citó, encendió un cigarro y escupió hacia
la calle—. Qué mierda, ¿no?»
Máscaras está firmada en Mantilla, 1994-1995. En el 95 ganó el Premio Café
Gijón de Novela, convocado por el Ayuntamiento de Gijón y patrocinado por la
Caja de Asturias. La primera edición en la colección Andanzas de Tusquets
Editores es de febrero de 1997. La primera edición en Maxi, en Tusquets
Editores México, es de enero de 2012.
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Máscaras. Leonardo Padura. Tusquets Editores
(se encuentra en las colecciones Andanzas y Maxi). 233 págs.
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Te puede interesar leer también:
(haz clic en los títulos)
Pasado perfecto [Mario Conde 1],
Primeras líneas de Pasado perfecto, en dos idiomas
Vientos de Cuaresma [MC 2],
Primeras líneas de Vientos de Cuaresma, en dos
idiomas
Adiós, Hemingway [MC 5]
Primeras líneas de Adiós, Hemingway, en dos idiomas
La cola de la serpiente [MC 7].
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